El trío brasileño, cuyas siglas han acabado por comerse el nombre original (Aeromoças e Tenistas Russas) con el que comenzaron hace casi una década a proyectar una absoluta comunión entre una electrónica que bascula entre la synthwave europea de Kavinsky, M83 o Chromatics, el acid house de Madchester, el after-disco de Daft Punk y aquella mágica generación electroclashera a la estela del sello Ed Banger y grupos como Simian Mobile Disco o Justice; y, a la vez, todo el bagaje heredado de una cultura rock que va desde el kraut más mecánico al glam-rock más esteticista o el rock progresivo más recto.
Tras tres EPs y dos álbumes largos, la banda brasileña presenta su repertorio más lúcido, brillante y coral: nueve canciones con colaboraciones de artistas de distintos puntos del globo terráqueo, que los ayudan a alimentar un universo que, sin perder de vista esos dos puntales que confluyen en una suerte de rocktrónica empapada de groove, abre caminos que los llevan a explorar nuevos territorios sonoros.
Tanto cuando lo hacen cerca de texturas hip-hop (“Like a Bamboo”, junto a Billy Pilgrim), como de una electrónica africanista y jazzera (“No Diskriminasyon”, junto al haitiano Vox Sambou), del dub más lisérgico (“Batom”, junto a la bahiense Luedji Luna), del electroclash casi latin-punk (“Qué Tá Mirando?”, junto a la dominicana Carolina Camacho), del after-house más pistero (“In My Stereo” o la casi reggaetonera “Corazón”, junto a la argentina Michu; o la instrumental “Mundi”) o el del groove del disco-funk más daftpunkero, ATR demuestran tener capacidad para relanzar una electrónica panorámica, horizontal y dispuesta a unir bajo su seno tradiciones, voces y ritmos con un único objetivo: que todo el globo terráqueo menee el cucu.
Alan Queipo
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