Vuelve a suceder en “Trinchera”, donde marcan una distancia de su álbum anterior (el brutal “Discutible”) y, a la vez, intentan generar un hábitat autóctono, tanto en clima como en sonido. Marcado por cierta nocturnidad y minimalismo, el combo argentino no se obsesiona por firmar canciones de una efectividad comercial evidente; sino que bucea por cierto aire existencialista, de una levedad evidente.
Sí, hay un tramo, el inicial, en el que, como sucediese en álbumes como “Anoche”, las canciones parecen estar hermanadas, creando un conglomerado pop de tintes funk y de una pegada melódica evidente (me refiero a “Mimos son mimos”, “Paradoja” y “Bye Bye”, lo más cerca a hit que hay en el disco); pero, por lo general, Babasónicos juega con algunas de las líneas más abiertas y experimentales de su repertorio hasta la fecha.
Casi como micro-performances sonoras de una sutilidad y un expresionismo especialmente acuciante, canciones como “Vacío”, “Mentira ideológica”, “Viento y marea” o “Capital afectivo”, entre otras, tensan tanto la cuerda que nos hace preguntarnos si realmente están jugando con la posible pérdida de atención del oyente en un momento global de evidente déficit de atención; o si, en realidad, estamos tan cómodos en la trinchera que han creado que la sentimos nuestra casa. Sea como fuera, casa es donde Babasónicos estén.
Alan Queipo.
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