Tras “Rosa”, un primer álbum que fue todo un fenómeno en su país, da la sensación de que Cami consigue alcanzar una mayor personalidad, quitándose algunos tics estereotipados de una diva pop de veintipocos amparada por una multinacional y apadrinada por artistas como Luis Fonsi; en “Monstruo” (que se publicó como una suma de dos EPs-capítulos) consigue imprimir un repertorio en donde, además de abrazar el feminismo y la lucha social (ha sido una de las figuras más activas de las movilizaciones en Chile de hace unos meses), también modela un registro en donde, sin perder la instantaneidad melódica del pop y el punch de las producciones contemporáneas, hace evidente su interés por conectar con sonidos procedentes de las músicas de raíz latinoamericanas.
Tanto cuando reivindica, guerrera, su propio espacio con una cumbia eléctrica (“Aquí estoy”) como cuando hace ojitos al sonido de Natalia Lafourcade (“La Entrevista”); cuando juega con texturas urbanas entremezcladas con ritmos folclóricos (“Pena negra”, “Mala leche” o “Monstruo”); cuando suena como una baladera de corte soul absolutamente desgarrada y folclórica (“La Despedida” o “Espero que seas feliz”); cuando le da un empaque cuasi orquestal a una canción que suena a madera (“Tú siempre”); o cuando se arrebata escorada en una cumbia-rap junto al rapero argentino WOS (“Funeral”); Cami demuestra una personalidad arrolladora.
Yo lo canta ella misma en “Aquí estoy”: “Que vengan, que vengan de a uno. Con esta canción yo les doy por el… y aquí estoy, y aquí estaré: no me iré”. Como mínimo, este disco lo demuestra.
Alan Queipo
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