Mor-discos

Un programa de José Fajardo

Carlos Vives

Carlos Vives - Cumbiana (Sony Music Latin, 2020)

25 de mayo de 2020

Da la sensación de que los artistas desprovistos de contexto y de sambenitos impuestos por la opinión pública son más libres: no se espera nada en concreto de ellos. Sin embargo, los que son iconos de la música popular desde hace décadas tienen que “fichar”: dejar algo de esa marca de agua que los ha convertido en tótems universales de la música mainstream.

Sin embargo, no creo que sea el caso de Carlos Vives. Y es que el colombiano, a diferencia del grueso de iconos pop, desde sus inicios ha conseguido teñir su cancionero, de corte inevitablemente pop, con ritmos como la cumbia o el vallenato: álbumes que han despachado millones de copias como “Clásicos de la Provincia” o “El amor de mi tierra”, ambos de hace más de veinte años, son auténticos manuales de canción de corte pop latino, pero absolutamente conectadas con ritmos tradicionales latinoamericanos y, más concretamente, colombianos.

De ahí que, aunque los prejuicios y sambenitos impuestos hacia Vives intenten deslegitimar su obra por ser un “artista comercial”, la realidad es más bien diferente: hay que considerar al de Santa Marta como uno de esos ‘relatores’ necesarios entre la música de raíz y la de las radiofórmulas; mucho antes de la existencia de otros géneros alternativos que comenzaron a profundizar en la música de corte tradicional. Como muestra, no solo su trayectoria lo avala, sino también “Cumbiana”, su flamante nuevo álbum de estudio; posiblemente el más experimental y el menos dependiente de los hits-radioformuleros que se le exige a un icono pop.

Lo nuevo de Vives imagina una suerte de Nuevo Macondo particular, de territorio ancestral. Una tierra marcada por la cultura indígena y sus ancestros africanos, pero conectada por una ristra de ritmos afrolatinos que él plasma a través de un cancionero que, además de contar con una corte de nombres ilustres (Alejandro Sanz, Rubén Blades, Ziggy Marley, Jessie Reyez y Elkin Robinson) y con hits marcados por una mezcla entre el patrón de reggaetón-pop y guiños al vallenato y sonidos caribeños (como “No te vayas”, “For Sale” o “Vitamina en rama”); también se permite excursiones al calipso-reggae (“El hilo”), a la salsa (“Canción para Rubén”), a la folktrónica (“Zhigonezhi” tiene poco que enviar a Nicola Cruz o Chancha vía circuito), al groove del latin-jazz (“Rapsodia en La Mayor (para Elena)”), al r&btón occidental (“Hechicera”) y hasta compone el himno (“Cumbiana”) para su singular país imaginado.

Ojalá todos los artistas de su estatus se permitiesen el lujo de hacer álbumes que, además de tener un alcance universal y una inevitable pegada pop y comercial, también sean necesarios y ayuden a construir escena y divulgar la música que crece y yace bajo sus pies.