“No fue fácil no hablar inglés, fue difícil aprenderlo, pero lo logré. Solo he tenido una niña, pero esa niña es como tener miles de ellas, porque mírala, cuántas veces se representa desde tantos puntos de vista diferentes”, dice su madre Reina en el arranque del álbum, un corte con reminiscencias al mensaje de Giorgio Moroder en el ‘Random Access Memories’ de Daft Punk (2013) por esa mezcla de autobiografía confesional, spoken word y música de baile.
Tras dos discos –‘Me’ y ‘Us’, grabados entre 2015 y 2018- en los que la artista buscó su voz como artista y su lugar en su entorno, ahora regresa con toda la confianza del que se siente a gusto. Su hueco está entre dos mundos (más allá de ser latina en los Estados Unidos de la era Trump): uno, el de la experimentación que le acerca a FKA Twigs o Kelela, y otro, el del pop, el de las melodías contagiosas y las letras sobre amores y desamores, cuando recuerda a Robyn y Lykke Li.
Entre esas dos líneas se mueven canciones como ‘Love is a drug’ y ‘Give me another chance’, cargadas de matices sonoros (desde guiños disco-funk hasta ritmos eurodance, balearic e incluso baladas) y que construyen un hilo temático en torno al dolor que genera toda ruptura sentimental, la superación personal, el amor por una misma y, al fin, el gozo en la soledad. No es un disco redondo pero sí el más importante de una carrera prometedora.
José Fajardo
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