La narrativa distópica, aislacionista, apocalíptica, críptica, tétrica, computarizada y confinada en sí misma es, a la vez, el hilo musical perfecto para la actual crisis global del mundo tal cual lo teníamos entendido; pero, a la vez, es un manual crítico y críptico de las derivas de la vida de la sociedad contemporánea: un manifiesto que se corta como un cuchillo afiladísimo y repleto de óxido, que desnuda los vicios sin virtudes del ser humano; y también es una suerte de centralita industrial donde convergen ecos de ritmos que, como el coronavirus, se extiende sin necesidad de pillar vuelo en primera clase por herencias musicales de ciudades como Detroit, Kingston, Berlín, Medellín, Londres o, sí, Valladolid.
La corte de productores que desfila por este precipicio aterrador (Lost Twin, $kyhook, BSN Posse, Zar 1, Merca Bae, Manul, Energy Man, Margari’s Kid y Hidden Jayeem) nos llevan al secuestro de ritmos que van desde el drum’n’bass (en “DE47H”) al cyber-dub (“2984”), el trap futurista (“47 GHOST”), el reggaetón de vanguardia a lo Sega Bodega o Kelman Durán (“Molecular”), el bakalao de museo (“Logout”) y un minimalismo tech-rap (“Penfield”, “Vantablack” o “Drones” y “Labyrinth”, con colabos del Niño de Elche y Suzzee, únicas voces invitadas a este ensayo para una despedida) tan cerca de Oscar Mulero como de A Tribe Called Quest.
No busques a Erik Urano haciendo un concierto en acústico en Instagram: ahora mismo estará componiendo la BSO de cuando todo acabe (si acaba), y tú sin saberlo.
Alan Queipo
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