Es cierto que hay momentos en los que el catalán es algo esclavo de su registro: ha construido un artefacto en el que Palau es una suerte de cantante melódico que conecta con sonidos que van desde el r&b o el pop negro hasta la música sintética menos pistera y la limpieza de unas guitarras casi blues; pero, sobre todo, lo que define sus álbumes, y vuelve a suceder en “Parc”, es esa capacidad de romper fibras sin mucho aspaviento, justo en la era del trap, el reggaetón y el mundanal ruido.
La diferencia entre “Parc” y el resto de sus álbumes es que ha construido un repertorio infalible. En “Kevin”, su anterior álbum, había conseguido aterrizar en un registro que es el que sigue explorando en este nuevo cancionero; pero, ahora, con unas canciones redondas, en las que se permite licencias como pitufarse la voz (“Amor”), acercarse a los sintetizadores de Kavinsky (“Mes enllà”) o firmar canciones tan cerca del Serrat más crooner (“Blau”) como de un Sen Senra barítono (“Reflexe” o “Parc”).
Alan Queipo
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