Como ejemplo, la idea de punk, que ya no depende tanto de la velocidad en la que se rasguen los acordes de tónica y quinta y la forma de esputar que tenga el vocalista contra los vaivenes del estado; sino con una actitud rupturista, renovadora, que consiga fotografiar el sentir de una generación que, aún perdida, no niega la angustia, pero tampoco renuncia a seguir hacia adelante.
Un buen ejemplo de ello es Guacho Bleu, en sus propias palabras un “antimúsico y antiproductor” de la localidad de Ramos Mejía, en el conurbano bonaerense argentino: una suerte de falso crooner doméstico que bascula entre la cultura trap, el nihilismo punk del siglo XXI y una melancolía tan terrenal como cósmica; la misma que se embadurna de autotune o que se anticipa al apocalipsis sentenciando: “tenemos los días contados”.
“Pepsi fría y antiácidos”, el sorprendente debut y presentación en sociedad del álter ego en solitario de un Joel Guaglione que durante años militó en bandas de punk, hardcore y new wave como Bane, Have Heart o Saudade; es un viaje espacial a las profundidades de la vida cotidiana, de la canción de dormitorio en la que cohabitan el cybertrap, el melancopop o el cantautorismo posmoderno.
Hay un espacio compartido, tanto generacional como en su propuesta artística, con colegas como Juan Mango, Simón Poxyran, Luca Bocci, Jvlian o Gonza Nehuén. Pero, si acaso, la propuesta de Guacho Bleu consigue equilibrar con sus letras cotidianas y terrenales un paisaje sonoro espacial, en un marco sonoro en donde parecen cohabitar Connan Mockasin, Usted Señálemelo, Bon Iver, Chromatics y Soft Cell, pero colindando el partido de La Matanza. La luz al final de un túnel sin salida, pero repleto de instrumentos para seguir derribando muros.
Alan Queipo
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