“Estoy fatal de la voz y la letra se me ha olvidado. Menos mal que traigo yo mis zapatitos nuevos”, dice con sorna en ‘Hambre’. Esta canción marca el tono del disco tanto en el plano lírico (esa mirada inquieta hacia la realidad, una sensibilidad especial por hacer de lo cotidiano un arte, el sentido crítico hacia las cosas que la mayoría dan por sentadas e inamovibles) como en el sonoro, con ese riesgo que asume al mezclar sus melodías de siempre con las posibilidades que ofrece la tecnología.
“No le tengo miedo a las máquinas”, decía Kiko Veneno en una entrevista reciente. Es un creador que no se conforma con lo que ya sabe y se arriesga a equivocarse para avanzar. Lo hace en este disco en el que logra esculpir (con la ayuda de productores más jóvenes como Hartosopash, de Antifan) un sonido original, que no está haciendo nadie más ahora mismo, fusión inédita entre sus cantecitos con deje flamenco y los aires que vienen de África o Latinoamérica junto a los mantos sutiles y evocadores de la electrónica más vanguardista.
José Fajardo.
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