No sabemos si “#7DJ” nació de casualidad o buscado; no sabemos si es el resultado de una semana de vacaciones del artista colombiano en Jamaica devenida en ejercicio conceptual; no sabemos si es un ejercicio de estilo que agrupa una serie de canciones nacidas en unas frecuencias que lo aproximan al reggae, el rocksteady y el dub; pero el nuevo álbum de Maluma pretende desarrollar una idea que, en el reggaetón más contemporáneo, habíamos oído de perfil en canciones como “Ambiente” de J Balvin o “Con calma” de Daddy Yankee.
El resultado es, como suele suceder en los álbumes de Maluma, irregular. Y lo es porque el de Medellín sigue apegado a una genética pop que, más allá de embadurnarla de instrumentación, cadencias, texturas y colaboraciones potentes del reggae (Ziggy Marley y Charly Black), sigue teniendo un fondo descartable, sin prácticamente profundizar los tics de un género que cambió para siempre la música caribeña y, por tanto, la música de baile en todo el continente americano desde hace décadas.
El reggae que hay en el reggaetón de Maluma son gestos. Las canciones parecen querer seguir manteniendo la soga más cerca de artistas como Camilo, Danny Ocean o Sebastián Yatra que una búsqueda realmente en profundidad de convertirse en un resignificador de los códigos del reggae.
Es más, las mejores canciones del disco son en las que, más que acercarse a las cadencias rítmicas del reggae desde el reggaetón, lo hacen más hacia texturas de la música dub (“Chocolate”), el pop de manual radioformulero (“Agua de Jamaica) o un reggaetón de cadencia caribeña y pseudo-reggae (“La Burbuja” y “Peligrosa”. Sin embargo, sus canciones más fieles al reggae (“Tonika”, “Love” y “Desayun-Arte”) son hits de baja intensidad más cerca de Cantajuegos que de un fumadero de marihuana en Kingston.
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