Blaya aparece en un momento en el que parecemos resignados a entender que todo el mundo tiene que caber en nuestra habitación. La habitación de la murciana parece ser bastante más grande que las que conocemos, al menos en la manera de entenderse a sí misma (ella misma delimita muy bien sus influencias: James Blake, Billie Eilish, Carla Morrison o The Blaze), pero también de fotografiar cada uno de los recovecos posibles que la aparentemente limitada idea de “bedroom pop” parece querer acotar.
“Silencio” no sale de la melancolía en los apenas veintitrés minutos que dura; pero proyecta un universo sonoro en el que María Blaya no solo se entiende bien generacionalmente con otros fenómenos actuales del circuito (de Babi a Natalia Lacunza, Sebastián Cortés o mori), sino que es capaz de construir, desde los tonos gris de una canción nostálgica y tristona, un repertorio que dialoga con la indietrónica, el pop de cámara, la canción de autor y hasta el melanco-trap.
Alan Queipo
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