Por eso, es de agradecer que se comience a dar una vuelta a esos conceptos. Uno de ellos es el proyecto en solitario de Brandon Valdivia, artista nicaragüense-canadiense que ha formado parte de proyectos del ecosistema alternativo norteamericano más variopinto: desde US Girls a John Oswald, Laraaji o Tanya Tagaq. Esa misma mirada plural es la que se percibe en la genética de Mas Aya, su nuevo álter ego, en donde pretende recuperar el espíritu de la música ancestral y de raíz de Nicaragua pero desde una óptima amplísima.
Utilizando diferentes instrumentos de viento como la quena, el llamador o el bansuri, el trabajo que Mas Aya firma en “Máscaras”, su debut, evita caer en los tópicos de las tendencias antes mencionadas y algo manoseadas por el paso del tiempo. Su trabajo sí que se acoge a cierta mística ritual, sin duda, y a cierta exacerbación del naturalismo más salvaje; pero las conexiones entre instrumentación de viento orgánica, tribalismo mecánico y electrónica magnética va por un derrotero más cercano al ambient e incluso a la new age que a la música de club o las variables pop.
En canciones como “Key” o “Villanueva”, dos de las más largas de un álbum corto en canciones (apenas seis) pero relativamente largo en minutos (más de cuarenta), proyecta una idea de ambient sincopado, ultranaturalista pero conectado con el carácter magnético de la electrónica modular. Incluso cuando consigue conectar tradición ancestral con variaciones más cerca de bases del rap (“18 de abril”) o cuando Lido Pimienta se suma a una suerte de canción-rezo (“Tiempo ahora”) de vocación ritual o cuando los vientos generan una psicodelia de un caos súper ordenado (“Momento presente” o “Quiescence”), Mas Aya se distancia de todo para generar un espacio propio.
Alan Queipo.
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