“Apolonio” no solo es el segundo nombre que sus padres escribieron en su partida de nacimiento hace 23 años, sino también su nuevo álbum, el más largo hasta la fecha y, si acaso, el que ofrece más caras de sí mismo. Marcado claramente por el sonido de los mellow beats que marcan a toda una generación de herederos del r&b más pesado, de los bajos gordos y sucios que van persiguiendo el beat y las guitarras filtradas en chorus (ahí están ese gran hit que es “Kamikaze”, pero también las falseteras “Stayback”, “Want U Around” o “Hey Boy”, junto a la colombiana Kali Uchis); su más reciente material proyecta tantas miradas como ventanas tiene abiertas en su navegador musical.
Más allá de la clara querencia que tiene por artistas como Prince, Sade o Aaliyah (ese r&b de corte funk mediotiempista); en su nuevo disco, Omar Apollo se permite licencias inimaginables para un artista cuya exposición prácticamente le exigía un gran material cohesionado, sin sensación de cajón de sastre.
Él se lo ha pasado por el forro, y firma una suerte de relato de clase obrera en clave de corrido mexicano hermanado con la generación que capitanea Natanael Cano en un temazo como “Dos Uno Nueve (219)”, donde suelta frases como “Antes era un cero, pero ahora sobran los ceros que gané por un contrato que firmé”; pero también le roba (literalmente: la línea de guitarra es de Albert Hammond Jr.) una canción a The Strokes (“Useless”); se permite bucles lo-fi a modo de epílogo soul (“The Two of Us” es muy Mariah Carey); le allana el camino a lo que debería estar haciendo Justin Bieber (“I’m Amazing” sería un hit global en voz del rey de los believers); y hasta firma uno de los hits pop del año (“Kamikaze” es una joya after-funk y ultrapop).
Nunca un cajón de sastre tan oscilante ha sonado a tal reivindicación de lo que son las figuras pop de dormitorio de la tercer década del siglo XXI.
Alan Queipo
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