La realidad es que Pedro Aznar lleva hablando por sí mismo más de cuatro décadas; y en su nuevo disco ha decidido que sean las canciones que sonaban desde pequeño en su casa las que hablen por, con y a través suyo. “Flor y Raíz” es un álbum-capricho, pero también un repertorio que ayuda a revelar ciertos acertijos de cómo Aznar se convirtió en un músico con la mente tan abierta: un músico de jazz para el rock, un músico de rock para el jazz, un cancionista desacelerado e impredecible.
Con un sonido crudo, de cantor honesto aunque algo antiguo, y mirando de frente a la música de raíz, el argentino se atreve respetuosa y orgánicamente a versionar y homenajear míticas canciones de Chabuca Granda, Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa, Peteco Carabajal, María Elena Walsh o Cuchi Leguizamón, entre otros iconos, a la vez que también regala una canción original (“Reverdece”) muy en la línea sonora de sus versiones.
El álbum destaca especialmente cuando se anima a hacer curiosos experimentos; como es el caso de la elegíaca “Zamba para no morir” solo a voz y percusión, cuando se anima con el autotune para la “Construcción” de Chico Buarque, cuando lleva a un territorio casi spinetteano las “Cartas de amor que se queman” o cuando suena como un milonguero cantor en “El Violín de Becho”.
Quizás decepcionan algo más en canciones universales como “La Llorona”, “Maldigo del alto cielo” o “Dos gardenias”, de las que tenemos una construcción previa en la cabeza y que acaban sonando algo estridentes. En cualquier caso, un nuevo ejemplo de la inquietud y transversalidad musical de un Pedro Aznar que vive en estado de gracia.
Alan Queipo.
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