El disco recorre los sonidos que han marcado su trayectoria (bullerengue, pero también chalupa, son palenque y fandango) con la participación de otras voces de mujeres que ensanchan el alcance de estos ritmos mezclándolos con los del litoral Pacífico (junto a Nidia Góngora), la timba cubana (Aymee Nuviola), la cultura mariachi (Flor de Toloache), el afrobeat (Angelique Kidjo) y hasta el jazz (Brianna Thomas).
Este trabajo ha sido posible gracias a la visión y encomiable labor del productor Chaco, una figura esencial en la recuperación del folclore del Caribe colombiano con trabajos recientes sobre la importancia de la caña de millo en la cumbia y las voces anónimas del bullerengue, la reinterpretación del cancionero de Petrona a través de la electrónica o la reivindicación del icono Magín Díaz.
“Después de Petrona Martínez, no habrá otra igual”, dice la cantante con humor (y cargada de razón). Pese a su delicada salud (en 2017 tuvo que retirarse por un tiempo por complicaciones cardiovasculares), su legado está a salvo gracias a parientes cercanos como su hija Joselina Llerena Martínez (segunda voz en su agrupación, además de compositora y tamborista) o su hijo Álvaro Llerena, quien toca el tambor alegre.
Es un grito de resistencia contra el olvido de una tradición ancestral que ha ido pasando boca a boca de las abuelas a las madres y de éstas a las hijas dentro de la comunidad. “Hay talentos en la música que se están perdiendo. Yo le digo a las hijas mías que no se van a ganar nada por ponerse de luto y llorarme cuando yo me vaya. La alegría mía es que sigan para que esto que yo estoy haciendo no se pierda”, sentencia la maestra, portavoz de esa resiliencia frente al dolor que es puro Caribe (ella las llama las penas alegres) con himnos como ‘La vida vale la pena’.
José Fajardo
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