Esa deriva se tradujo sobre todo en sus tres últimos álbumes (“Solo un momento”, “Vicentico 5” y “Último Acto”), pero lo cierto es que pasaron muchos años (siete, concretamente) desde que publicase su último disco. Quizá parece ahora un presagio que el título de aquel último disco fuese “Último acto”, pero con “El Pozo Brillante”, el flamante nuevo álbum de Vicentico, da la sensación de que el argentino se resetea a sí mismo para encontrarse en un nuevo espacio sonoro.
En su nuevo álbum, Vicentico suena a big band: plagado de vientos y de arreglos que lo acercan tanto los Heartbreakers de Tom Petty (en su versión castellanizada del clásico “Ain’t Got No” que popularizó Nina Simone se nota especialmente) como al burlesque balcánico (“FREAK”), al reggaetón indietrónico (“¿Quién sabe?” suena como un cruce entre Damon Albarn y Residente), a la salsa diabólica (“Tengo miedo” parece un regreso al sonido del “Rey Azúcar” de Los Fabulosos Cadillacs), a una spoken Word casi rapera pero no (“Rima” es quizá la canción más rara de su obra), a un brass de piano bar y cadencia latina (“Chau Estrella”) y hasta un rock and roll salsero que recuerda a los argentinos nuevaoleros Los Twist (“Tengo Miedo”).
Incluso cuando vuelve al redil de la canción melódica se encuentra sonando más cerca del “Angie” de The Rolling Stones (“Cuando salga”) o a un Johnny Cash hermanado con Peter Tosh (“Solo para mí”). Hay algo en “El Pozo Brillante” de impredecible, de cercanía conceptual al inabarcable “La Marcha del Golazo Solitario”. Ahora, la sensación que da Vicentico es que ha vuelto a ser impredecible y necesario. Menos mal.
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