Marian Anderson

El escritor y humanista italiano Boccaccio afirmó que el arte es ajeno al espíritu de las mujeres. Afortunadamente, a lo largo de la historia hubo figuras femeninas empeñadas en desmentirlo. Pero ¿por qué no ha habido mujeres artistas? la historiadora americana Linda Nochlin formulaba en los años setenta una de las preguntas más oportunas de la década.

Dicha cuestión era bastante molesta, ya que su respuesta se encuentra en los silencios de la historia establecida, a la que sólo pertenecían el exclusivo “club” de los hombres. Y, para ser escogido como uno de los miembros de ese “selecto club”, era necesario cumplir unos claros requisitos -masculino, blanco, clase media, heterosexual-. Aún así, las escasas mujeres que tuvieron la “magnífica oportunidad” de pertenecer al distinguido grupo lo hicieron bajo la asquerosa y ridícula etiqueta: “rarezas antropológicas coleccionables”.

Sin embargo, en la época posterior al colonialismo, la que simulaba ser una pregunta intrépida en 1971 resulta ahora hasta retraída. Lo importante no era la existencia o no de nombres de “grandes” mujeres artistas en los anales de historia. El problema era, más bien, si habían existido mujeres artistas y, de existir, por qué habían sido silenciadas como si de un Smartphone se tratara. Pero, afortunadamente, su olvido se ha ido recuperado en los últimos años, muchos historiadores, investigadores o periodistas han dedicado el mayor de su empeño en reescribir la historia artística con protagonistas pertenecientes a ambos géneros y, desempolvando la figura de mujeres imprescindibles en este ámbito.

Artistas como Hildegarda de Bingen, una monja benedictina del Siglo X, pionera en el campo de la música, la literatura y la pintura, fue silenciada en su propia época. Así como, Sofonisba Anguissola, uno de los nombres más sonados ya que, fue la única mujer cuya obra aparece expuesta en el Museo del Prado. Tampoco puede faltar entre las pioneras la española Maruja Mallo. Confinada de los libros, fue una de las grandes surrealistas, además de formar parte de la Generación del 27.

Pero como es evidente, todos los silencios existentes en los libros de historia se encontraron en la necesidad de convertirse con ayuda, en alaridos que darían un vuelco de 180º, creando un nuevo punto de partida para el origen de un nuevo “club” mixto y libre donde se primara la calidad artística independientemente del género de su autor.

La evolución tanto en lo que respecta al desarrollo del creador como en lo relativo a la naturaleza y la calidad de la propia obra de arte, conformaron un elemento clave para la estructura social y, a su vez, estuvieron condicionadas y determinadas por instituciones sociales concretas y definibles, como pudieron ser las academias de arte o sistemas de mecenazgo. Pero dichos motivos comenzaron a cambiar en uno de los epicentros neurálgicos artísticos más importantes de principios del Siglo XX. Situado en el neoyorquino barrio de Harlem, tuvo el renacimiento de uno de los núcleos culturales más importantes de los años 20.

Quizá la situación social extrema que vivían los habitantes de dicho lugar, alimentada por la pobreza, segregación racial, marginación y violación de todos sus derechos, sensibilizó a la población e impulsó un nuevo tipo de conciencia cultural y orgullo racial. Produciendo la inspiración a una generación de jóvenes artistas que, a través de sus obras, crearon un empaque cultural, con la única motivación de forjar una nueva voz afroamericana y como consecuencia de ello, su propia identidad como individuos. Todo ello era su única motivación y junto al cambio de variables en el perfil que debían de mantener los miembros del “club”, se obvió en menor medida la importancia del género del artista a la hora de su reconocimiento como tal.

El renacimiento de Harlem fue el resurgir de la cultura y el arte afroamericanos, dicho movimiento cultural se centró en la autodefinición de los negros y la experiencia negra. Las mujeres afroamericanas fueron una parte integral del Renacimiento de Harlem, desde la bailarina Josephine Baker hasta la escritora Zora Neale Hurston. Pero al igual que hoy, la identidad de la “nueva mujer negra” fue un tema muy debatido, aunque difiriendo de otros enclaves geográficos coetáneos en temporalidad sus nombres ya aparecían reflejados y estaban consideradas artistas como tal.

En cuanto a la figura femenina negra, existían dos tipos de perspectivas muy diferentes. Margarita Murray Washington afirmaba que la función principal de la “Nueva Mujer Negra” se centraba en mantener el hogar y, su sitio era solamente ese, estableciendo una “clase burguesa” muy difícil de comprender en la actualidad. Otros, como Pauline Hopkins, afirmaron que la “Nueva Mujer Negra” debía centrarse en los logros y libertades individuales.

Ambos puntos de vista estaban sustentados por eruditas de la época, pero ¿cómo debía establecerse la figura de la mujer negra según la visión del hombre afroamericano? A los ojos de los hombres negros, la mujer renacentista negra “ideal” era una artista.

El problema, según Carole Marks, directora de Estudios Negros y profesora asociada de sociología en la Universidad de Delaware, era que los roles de las mujeres variaban claramente de los de sus asociados masculinos. El papel aceptable de la mujer en el Renacimiento de Harlem era el de anfitriona de salón o animadora. Por lo tanto, las escritoras y otras “no anfitrionas” fueron ignoradas como contribuyentes al movimiento o forzadas a las sombras y el trasfondo del éxito del movimiento. En verdad, la mujer afroamericana era una parte vital e integral del Renacimiento de Harlem que merecía mucho más que ser transgredida por el hombre afroamericano y la sociedad. A pesar de ello, si se realiza una comparación entre el rol artístico femenino de las artistas propias de la Harlem Renaissance frente al de las artistas procedentes de otros movimientos culturales europeos, la diferencia es completamente abismal.

La mayoría de las figuras conocidas del Renacimiento de Harlem eran hombres. Y, dado que muchas oportunidades que se habían abierto para los varones también se habían abierto para mujeres de todos los colores, las mujeres afroamericanas también comenzaron a “soñar en color”, para exigir que su visión de la condición humana fuera parte del sueño colectivo.

El círculo más amplio de mujeres en el movimiento incluía escritoras como Dorothy West y su prima menor, Georgia Douglas Johnson, Hallie Quinn y Zora Neale Hurston; periodistas como Alice Dunbar-Nelson y Geraldyn Dismond; artistas como Augusta Savage y Lois Mailou Jones; y cantantes como Florence Mills, Marian Anderson, Bessie Smith, Clara Smith, Ethel Waters, Billie Holiday, Ida Cox y Gladys Bentley. Muchas de estas artistas abordaron no solo cuestiones de raza, sino también cuestiones de género, explorando cómo era vivir como una mujer negra.

En la década de 1970 todas estas figuras femeninas propias de la época dorada de Harlem que marcaron un hito en su tiempo y que posteriormente fueron destaradas de  la memoria artística colectiva, fueron redescubiertas por personalidades como Alice Walker, ayudando así, a recobrar el interés público a ese fascinante grupo de artistas que abarcaron numerosos campos dentro de la historia del arte.

En el ámbito literario cabe destacar la figura de Zora Neale Hurston, antropóloga y escritora folklorista estadounidense, que es una de las figuras más importantes del Renacimiento de Harlem. Su obra literaria, ampliamente reconocida en la actualidad, no fue apreciada mientras estuvo viva y, tristemente murió en la más absoluta pobreza. Su obra más conocida es Their Eyes Were Watching God (Sus Ojos Miraban a Dios, 1937), un obra de contenidos semibiográficos, como la gran parte de su repertorio.

Cada una de las palabras que aparecen en sus escritos están teñidas de sensaciones y sentimientos raciales que fueron el resultado de sus propias vivencias. Así mismo, pensamiento sobre la lucha por el respeto y la igualdad económica de la comunidad afroamericana.

Zora vivió hasta los 13 años en el pequeño pueblo negro conocido como Eatonville, en Florida. Posteriormente, por una serie de cambios producidos en su familia, se trasladó a Jaksonville. En ese preciso momento, dejó de ser la Zora del condado de Orange, para convertirse en una niñita de color, tiñéndose su piel al instante. Todas esas vivencias le llevaron a crear una de las narrativas más relevantes de Estados Unidos. Su obra está plagada de diferentes perspectivas y sensaciones sobre acciones cotidianas como, por ejemplo: cómo era ir a un club de jazz con un blanco. Gracias a cada uno de sus relatos, el lector puede llegar a mudar su piel y cambiarla por la de la autora, transportándose a la situación social de la autora y vivirla de forma literario en su propia persona.

La figura femenina en la época dorada de Harlem estaba empoderada por la imagen radiante que desprendían las damas del jazz, definiéndose a sí mismas como el eterno femenino atemporal con su collar de cuentas.

Eleanora Fagan Gough, más conocida como Billie Holiday y apodada “Lady Day”, fue una de las grandes damas del jazz, convirtiéndose en un icono de la época dorada de Harlem. Es considerada una de las tres voces femeninas más importantes e influyentes de este género musical, junto con Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald, coetáneas de la época.

Murió en un hospital neoyorquino en 1959 por culpa de la heroína, dejando atrás una de las carreras más míticas en la historia del jazz. Su vida estuvo plagada de baches y desidia, desde sus miserables inicios en Baltimore, un intento de violación a los 10 años, prostitución, discriminación racial, numerosas adicciones, peleas y la cárcel, siendo engañada por la gran parte de los hombres que la trataron.

Su carrera comenzó en Nueva York a la corta edad de 14 años, grabando su primer disco en 1933. Formó parte de los grupos del pianista Teddy Wilson y de las orquestas de Count Basie y Artie Shaw y, posteriormente actuó como solista. Su estilo estuvo marcado por un fraseo voluptuoso y una gran libertad rítmica. Tras los grandes años de fama, en los que vendió millones de discos, falleció tristemente en absoluta soledad, pero dejando un legado musical que perdurará, sin duda alguna, a lo largo del tiempo.

En cuanto al campo de las artes plásticas se refiere, cabe destacar, sin duda alguna, la figura de Meta Vaux Warrick Fuller, virtuosa afroamericana, reconocida por plasmar en sus obras los temas afrocéntricos. Era distinguida y muy valorada por ser una artista polifacética que abarcó numerosas disciplinas artísticas como la poesía, la pintura y la escultura, pero en lo que realmente destacó fue en este último campo.

A finales del Siglo XX, había logrado conseguir una reputación como gran escultora en París, antes de regresar a Estados Unidos. Era la protegida de Auguste Rodin, y ha sido valorada como “una de las artistas negras más imaginativas de su generación”. Su obra se basa en una contundente y dura crítica social, destacando en este aspecto a través la escultura que realizó de Mary Turner, una joven negra embarazada que fue linchada en Georgia en 1918 el día después de protestar por el linchamiento de su esposo.

Casi olvidadas, también existieron algunas mujeres blancas que formaron parte del Renacimiento de Harlem, como escritoras, mecenas y simpatizantes. Sabemos más sobre los hombres negros como W.E.B. du Bois y hombres blancos como Carl Van Vechten, que apoyaron a las mujeres negras artistas de la época, más que a las mujeres blancas involucradas.

Hoy, los académicos están trabajando para encontrar más obras del Renacimiento de Harlem y redescubrir más artistas y escritores. Los trabajos encontrados son un recordatorio no sólo de la creatividad y la vitalidad de esas mujeres y hombres que participaron, sino que también son un recordatorio que el trabajo de las personas creativas puede perderse, incluso si no se suprime explícitamente, si la raza o el sexo de la persona es el equivocado para el momento.

Inés Mostalac Guiral, mejor conocida como Inés Ebony, es bailarina, coreógrafa y gestora cultural. Es graduada en artes visuales y danza con mención en danza contemporánea.

La angustiosa denuncia contra el racismo que sublimó Billie Holiday con su Strange Fruit, abre una playlist que continúa con los dramas de la propia diva del jazz, para luego sumergirnos en el virtuosismo vocal de sus contemporáneas Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan, con sendas demostraciones de cada una sobre las posibilidades infinitas de su arte. Destacan el clásico I Get A Kick Out Of You, de Ella; y el también clásico Shadow of Your Smile, de Vaughan. La sesión concluye con tres pioneras del empoderamiento de la mujer de Harlem: Bessie Smith, Ida Cox y Gladys Bentley. Llama la atención que las canciones de estas últimas sean blues, estilo musical y pasión a la hora de cantar, sentimientos nacidos del alma, dramas de vida, trozos de inmortalidad.

Playlist

1. Billie Holiday - Strange Fruit
00:00:04
2. Billie Holiday - My Man
00:03:02
3. Billie Holiday - Good Bless the Child
00:06:22
4. Ella Fitzgerald - Tisket A Tasket
00:10:18
5. Ella Fitzgerald - I Get A Kick Out Of You
00:12:27
6. Ella Fitzgerald & Ink Spots - I'm Making Believe
00:16:25
7. Sarah Vaughan – Tenderly
00:19:33
8. Sarah Vaughan - Over The Rainbow
00:22:07
9. Sarah Vaughan - Shadow Of Your Smile
00:26:02
10. Bessie Smith - Black Mountains Blues
00:31:12
11. Bessie Smith - Cementery Blues
00:34:18
12. Ida Cox - Bone Orchard Blues
00:37:45
13. Gladys Bentley - Worried Blues
00:40:32
14. Gladys Bentley - Ground Hog Blues
00:43:18
15. Florence Mills - Gulf Coast Blues–Sugar Blues
00:46:19

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