Existen algunos tics compartidos en casi todos sus trabajos: cadencias que lo mantienen siempre cerca de una órbita urbana, su estética de producción lo ha llevado a que se lo identifique con una suerte de “emo-trap”. Hay algo de grunge del Siglo XXI, hay algo de pleitesía a la cultura gótica, de producciones casi de cyberpop y, sobre todo, una mirada rupturista con los binarismos, abriendo un camino melódico y lírico hacia una nueva masculinidad en el pop. Pero también hay en Rojuu una innata capacidad para ser esquivo con cualquier cosa que se pudiera prever.
Tanto es así que tan solo un día después de que se anunciase su fichaje por parte de Sonido Muchacho, donde aseguraban que a partir de entonces publicarían la nueva música del joven artista, ya se vino el primer acto de rebeldía, casi un troleo a todas luces: al día siguiente veía la luz “Roku Roku”, uno de los primeros grandes trabajos estatales, editado nuevamente por su propio sello, Ceuve; y en el que continúa explorando su singularísima narrativa sonora.
Si quiere jugar a la melancolía marciana (“Dogs Heaven”), si quiere acercarse a un registro más de corte house-pop (“Un abrazo más”), si quiere activar la caja de ritmos para una de las gemas más luminosamente pop (“Umi”), si quiere imponer junto a María Blaya un dueto de canción melódica para los nacidos después del año 2000 (“Si te vuelvo a ver”), si quiere explorar bases para estar más cerca del Sónar que de la reacción de un youtuber (“Rubius Nostalgia 2008” o “Serial Experimental Lain”), si quiere firmar una canción de pop acústico estándar (“Muy Lind4”) o si quiere rasgar el registro del emo-trap melódico (“Pero no importa” o “Quién dijo que este mundo estaba tan mal”), Rojuu siempre gana.
Alan Queipo
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