María Félix: Hay que quererse mucho
Una mirada al impacto musical de la gran musa del Siglo XX.
Huir de todo lo que pudiera debilitar su fuerza de voluntad y que nada la hiciera perder el control. La sangre fría por encima del sentimiento y la conveniencia como brújula perenne. El dinero y la fortuna como objetivos necesarios, pero sobre todo, como garantes de su absoluta independencia frente a los hombres… María Félix se encargó ella misma de gritarlo a los cuatro vientos y se aseguró que quedara escrito: …la autocrítica no quiere decir que una deba ocultar sus cualidades. Yo soy una mujer muy bella. ¡Claro que sí! Me he conservado en la cumbre por mis propios méritos. (…) Mi celebridad no fue un premio del destino. Fue la consecuencia natural de haber elegido siempre lo que me convenía. Ese verbo “convenir” ha sido la clave de mi conducta…
Mas no fue solo eso: afán de ser y lograr siempre más, hambre de triunfo y fama, y la vigilia perenne de la desconfianza, como garantía de sobrevivencia y triunfo, desde el primer momento. No, nada de esto son precisamente virtudes de las que se suelen elogiar, pero de alguna manera lo fueron en su caso, en la época que le tocó vivir, para poder alcanzar lo que logró. Justo por eso, María Félix reasignó otro significado a ciertas palabras y definiciones: lo que la norma social consideraba censurable, en el conjunto de su personalidad y su leyenda adquiere otra dimensión.
Altivez y presunción, por ejemplo; fiereza y afán de riqueza, desprecio hacia el poder patriarcal, se vuelven en ella signos de intangibilidad y garantía de permanencia dentro de unos cánones sociales que, paradójicamente, ella misma contribuyó, en alguna medida, a fortalecer.
En sus muchas declaraciones, entrevistas y expresiones, María Félix se reconocía en estas características que, junto a otras, marcaron la firmeza de su carácter y guiaron su carrera de un modo único, tanto, que la realidad de su existencia se hizo leyenda, que hasta hoy, parece destinada a pervivir únicamente a través de ella misma. En un mundo donde la lucha de las mujeres por sus derechos ha trascendido ya algunos estereotipos acuñados por La Doña en las décadas centrales del Siglo XX y ha creado otros, La Doña continúa enviando señales de advertencia que, otra vez, asignan nuevos significados a algunas de las armas con las que prefirió entonces liarse la manta a la cabeza y lanzarse a arrebatarle a quien fuera lo que consideraba sus derechos y su lugar, por su propia preeminencia por sobre todas y todos. De alguna manera su carácter fue también el símbolo de un temprano feminismo de claro enfrentamiento al poder patriarcal en el ámbito de la sociedad mexicana.
Entre lo mejor de su legado está, sin dudas, esa capacidad que tuvo para a posteriori saber describir cuáles fueron las claves de su apabullante personalidad y filosofar en torno a ellas, dejándonos perlas inigualables desde una narrativa que citaba momentos de su vida personal y profesional, elegidos con todo cuidado, pero sin piedad alguna.
Cuando se casa por primera vez, siempre lo ha dicho, ya tenía su pequeña fortuna, porque hizo dinero trabajando desde muy temprano: De joven yo no esperaba ser rica, sólo quería independencia, mantenerme sin tener que depender de un señor. Eso de casarme con un tipo para que me comprara medias me parecía un horror. Y gracias a que tuve independencia pude escoger a mis hombres, a mí nadie me escogió, afirmó un día, enfática.
Su carácter controversial, duro y altivo debió fraguarse a la sombra del de su madre Josefina Güereña –fuerte y con don de mando, pero sumisa con su arrogante marido Bernardo Félix–, pero también hubo algo que marcó la importancia de su adolescencia en la formación de su personalidad, y en su vida toda: la relación con su hermano Pablo, muerto en extrañas circunstancias cuando fue internado en un colegio militar, y a quien ella definiría como …el hombre al que más quise en la adolescencia… Y explicaría más: Es muy normal que una niña se enamore de su padre o de sus hermanos, pero mi familia vio con malos ojos algo que se dio de la manera más inocente. (…) Era una tontería, porque el perfume del incesto no lo tiene otro amor.
Eran muy parecidos en belleza y sentimientos y María lo lloró siempre, pero hizo algo más, al decir de su biógrafo Enrique Krauze: se calzó los pantalones y se lanzó al mundo a buscar una imagen que la reconciliara con su biografía, que fundiera a los dos hermanos en uno. La última imagen de María Félix en el cine –en el filme La Generala– es ésa: acribillada poco antes de casarse con Alejandro Escandón (el personaje en el filme), que es como decir su hermano. Sólo he sido una mujer con corazón de hombre (diría ella de sí misma), una mujer con el corazón de Pablo, su hermano.
Más que todo, María Félix fue artista en el cine. Sus 47 películas la sitúan en el lugar más alto de la cinematografía de su país como el gran mito venerado desde su desempeño dramático. Debe al director mexicano Fernando Palacios su descubrimiento para el séptimo arte –cuando miraba unos escaparates en el Centro Histórico de Ciudad México–, y también todo lo que hizo, a pesar de la legendaria rebeldía de María, para orientarla e introducirla en los círculos artísticos y del cine en el México de los años 30. Es el director Miguel Zacarías quien apuesta en firme por ella al incluírla en el reparto del que sería la primera película de María: El peñón de las ánimas (1943) junto a Jorge Negrete, dando inicio también con él a uno de los amores más legendarios del cine mexicano.
Le seguirían ese mismo año María Eugenia y Doña Bárbara –que le ganaría uno de sus grandes apelativos: “La Doña”–; La mujer sin alma, China poblana, La monja alférez y Amok, en 1944; y así, filmando cada año varias películas se inserta como uno de las grandes figuras de la época de oro del cine de su país, hasta llegar a títulos famosos como La devoradora (1946), La diosa arrodillada (1947), Doña diabla (1950), Café Colón y La Cucaracha (1959) y muchos otros que cimentaron su fama y la leyenda de mujer irresistible, y de altiva y enérgica personalidad.
Hollywood nunca le interesó, al menos no como querían mostrarla. Haciendo recuento dijo conclusiva: Nunca me arrepentiré de haberle dicho que no a Hollywood, porque mi carrera en Europa se orientó hacia el cine de calidad. (…) Los papeles de india los hago en mi país y los de reina, en el extranjero. En España protagonizó tres películas bajo las órdenes de Rafael Gil: Mare Nostrum (1958), Una mujer cualquiera y La noche del sábado (ambas en 1950). En Argentina filmaría en 1952 La pasión desnuda del director Julio César Amadori, con la que conquistaría el mercado del país austral. En 1954 comparte roles protagónicos con su entonces esposo Jorge Negrete en El rapto, dirigida por Emilio El Indio Fernández. Para Negrete éste sería su último filme, al morir después en un accidente de aviación.
La Doña inspiró también a pintores como Diego Rivera, Leonora Carrington, Stanislao Lepri, Leonor Fini, Bridget Tichenor y Antoine Tzapoff; sobre ella escribieron Carlos Fuentes, Octavio Paz, Carlos Monsivais…
En la música, María Félix no fue una gran cantante, ni se distinguió como tal, en términos precisos, pero es difícil encontrar alguna mujer con tan profundo impacto, como el que ella aún retiene en el imaginario de la música latina: le bastó ser la musa de las mejores canciones compuestas por uno de sus grandes amores y de los más grandes compositores mexicanos: Agustín Lara. Muchas de las canciones del bardo, se dice, fueron inspiradas o estuvieron dedicadas a su María. A ella se le atribuyen incluso algunas que no inspiró y cuesta convencer a muchos de lo contrario. Se conocieron cuando ya él tenía un nombre y ella comenzaba a encumbrarse en el cine gracias a la ayuda desinteresada de su mecenas y después del agravio de su primer matrimonio. Surgió un idilio de novela entre la bella que empezaba a vivir y el feo que había vivido mucho; ella se alzaba en el inicio de su ruta hacia el triunfo y él ya estaba casi de regreso.
Aunque algunas versiones afirman que se originó tras una pelea y en son de reconquista, la canción María Bonita, según cuenta ella misma en su libro autobiográfico, fue el regalo de bodas que “El Flaco de Oro” le hizo cuando se casaron en 1945, y que en ese momento no quiso que se grabara para no compartir algo que, consideraba, era parte de la intimidad de los dos. Cuando en el primer aniversario de bodas, Lara le lleva a la diva una serenata con Pedro Vargas, ahí ella convenció al compositor y decidió que sí, que se grabara e incluyera en un disco. Se dice que, en las diferentes situaciones por las que paso su convulsa relación, Lara le dedicó otras canciones: Humo en los ojos, la desagarradora Cuando vuelvas, Dos puñales, entre otras.
Fue también musa de otros: entre las leyendas que rodean el nombre de María Félix está la del sentimiento que inspiró a José Alfredo Jiménez en su inmenso corrido Ella (Me cansé de rogarte), o la impresión tan grande que causó en Cuco Sánchez cuando la vio en un rodaje, y que se tradujo en su Oiga Doña, grabada en su voz haciéndose acompañar del Mariachi de Gilberto Parra. Por su parte, décadas después Juan Gabriel declaró su rendición ante la diva mexicana en su María de todas las Marías, que grabó en su LP Mis ojos tristes en 1978. El grupo rockero mexicano Los Amantes de Lola compuso y cantó en 1990 La Doña, donde la imagen de la diva era ya la que veían los ojos de aquellos jóvenes de finales del Siglo XX. María contó que un enamorado anónimo le compuso letra y melodía de una canción que luego vendió al cantante y compositor Francis Cabrel, quien la convirtió en el éxito internacional Je l’aime a mourir (La quiero a morir), cuyos versos la propia María reconoció como “muy fuertes”, y que ella llegó a cantar años después en velada íntima de la que quedó constancia audiovisual.
Pero cantar al parecer, no era lo suyo, aunque desde muy temprano La Doña lo hizo en varios de sus filmes: en La mujer sin alma (1943), canta el bolero Tuya soy; en La diosa arrodillada entona Revancha; y sigue cantando en La Bella Otero (filmada en Francia en 1954), Faustina (1957), La cucaracha (1959), La estrella vacía (1960, La Valentina (1966). Se ha dicho que en algunos dobló la voz de otras cantantes –como Amparo Montes o Toña La Negra–, pero la leyenda al parecer, le adjudica más doblajes de los que realmente hizo.
Aunque aparecía ya cantando en un par de cortes del disco con la banda sonora del filme La cucaracha, y siendo ya la figura legendaria que era, faltaba el registro de su voz en un disco personal. En 1964 María Félix accede a la propuesta de la RCA Víctor para grabar un álbum con canciones de Lara, acompañada por dos orquestas: una dirigida por el propio bardo y otra por Chucho Ferrer. Estas grabaciones se publican en 1964 en el LP La voz de María y la inspiración de Agustín Lara (RCA Victor), que llega a panorama musical cuando ya ambos eran mitos venerados, y María, una diva mundial, amada por legiones de admiradores, que ahora entregaba en canciones, historias que inspiró y que pudieron ser propias… o no.
Años después, en 1975, se publica el LP María Félix interpreta a Lara (RCA Camden) casi con idéntico repertorio, pero omitiendo los cortes Limosna y Una cualquiera, ambas acompañada por la orquesta de Chucho Ferrer. La voz de María Félix recorre los grandes clásicos de Lara, como Noche de Ronda, Solamente una vez, Arráncame la vida, Volverás, Rival y otros boleros igual de notable como Por qué negar, Gotas de amor, Escarcha, Limosna, Te quiero, Una cualquiera y Cada noche un amor.
A estos discos no se les puede pedir más de lo que dan de sí: el valor inmenso de tener como intérprete principal a la mujer que inspiró una buena parte de esas canciones, y en algunas de ellas, a don Agustín dirigiendo la orquesta, mientras revive motivaciones y recuerdos.