Anacaona actúa esta noche en los Aires Libres del Prado
Ahí están, ahí quedan en el aire de esta noche en La Habana, cuando el fulgor y la vida estaban de este lado de la ciudad.
Mírenlas, todas jóvenes y hermosas.
Muy nerviosas, porque en un rato tendrán su momento ante un público que ya las sigue, que las espera, que les aplaude la osadía y la entrega.
Son las muchachas del Septeto Anacaona, que ayer en la noche, 13 de septiembre de 1932, recibieron un inesperado y necesario homenaje, donde hizo de presentador y maestro de ceremonias el poeta camagüeyano Nicolás Guillén, y actuaron, entre otros, Rita Montaner, María Cervantes y Ernestina Lecuona. Y hasta el Septeto Nacional, con Ignacio Piñero al frente.




No todo el mundo sabe que Anacaona fue el primer septeto femenino de Cuba, y que usaron el nombre de aquella princesa india de Quisqueya, que ahorcaron los colonizadores españoles en el año 1500, cuando fuera acusada de haber organizado y dirigido la masacre de los hombres que dejó Cristóbal Colón en una guarnición.
También se olvida que debutaron en el teatro Payret, allí mismo en la esquina de Prado y San José, el 7 de febrero de 1932.
Todavía están nerviosas, en el café El Dorado de los Aires Libres del Paseo del Prado, esperando su turno para subir a interpretar alguno de sus sones. Toda esa acera será un mundo de bailes y músicas que transformará la noche de La Habana. Desde la tarima del portal del hotel Saratoga hasta el Payret, todo será un ir y venir entre las mesas, frente al flamante Capitolio Nacional.









Esta noche, las hermanas Castro, bellas chinas-mulatas que han tenido que dejar los estudios universitarios por culpa del gobierno de Gerardo Machado, de seguro van a entonar uno de sus primeros éxitos, ese que habla de un maleficio que padecemos todos, de la autoría de Marcelino Guerra “Rapindey”, y que dice:
Es que el alma se ha fugado de mi pecho
para irse traicionera junto a ti.
Un día no muy lejano, Anacaona dejará de ser un septeto y se convertirá en orquesta, y va asombrar a los parisinos actuando, noche tras noche, en el restaurante-cabaret Les Ambassadeurs en los Champs-Elysées.
Pero hoy son siete almas trémulas y fuertes. Siete muchachas decididas a alumbrar la acera de esta parte del Paseo del Prado, desde el Parque Central al de la Fraternidad Americana, para que los curiosos que caminen sin rumbo por la cercana calle Monte, o quienes salgan de las academias de baile cercanas, vengan a aplaudir su actuación.
Ahí vemos a “Cuchito”, como todos conocen a Concepción Castro, directora y guitarrista; y sus hermanas Ada Castro en el tres, Alicia Castro en las maracas y Ondina Castro, que se encargó de la trompeta cuando aprendió de Félix Chapottín. También están Berta Cabrera, en el contrabajo, Isabel Álvarez al bongó, y Elia O´Reilly, en la clave y la voz prima.








Ya la noche retrocede con la luz de estos siete prodigios. Anacaona tocará otras noches en otras tarimas de los Aires Libres, sobre todo en las del Hotel Saratoga y el Hotel Pasaje. Suena la música y nos regalan otro son que habla de amar y sufrir:
Después que sufras este cruel tormento,
oirás el lamento
de mi corazón.
He de enamorarte, he de conquistarte
para que comprendas
lo que sufro yo.
En 1934, cuando las Anacaona sean ya una orquesta, estarán Concepción, directora, tercer saxo alto y guitarra; Ada, violín, tres y contrabajo; Alicia, primer saxo alto, clarinete y contrabajo; Yolanda, primer saxo tenor y clarinete; Olga, segundo saxo tenor y flauta, Enma, trombón de vara; Ondina, trompeta, güiro y maracas; Xiomara, segunda trompeta y percusión; Caridad, piano, contrabajo y voz segunda; y Millo, la batería.
Y dará su cara y su voz increíble otra cubana más olvidada que ellas: Graciela Grillo, que más tarde volará a New York para cantar con su hermano Machito en los Afrocubans.







Ahí están, ahí quedan en el aire de esta noche en La Habana, cuando el fulgor y la vida estaban de este lado de la ciudad y no allá lejos en el Montmartre o en Tropicana. Toda la vida en este gran paseo hermoso que nos dejó para el futuro el paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier.
Ahí cantan las siete Anacaona un tema de Ignacio Piñeiro, Oh, marambé, maramba y cerrarán con otro son sabroso del mismo autor que ya anuncia en su título la calidad de la carrera de estas muchachas: Algo bueno.
Quienes no puedan verlas hoy sonrientes y hermosas, con los ojos del corazón y de la memoria, que las busquen en las películas A La Habana me voy, Mujeres de teatro y La noche es nuestra.
Nada más cierto. La noche fue de ellas. Caminar por la acera de lo que fueran aquellos Aires Libres del Prado era saber que la noche les pertenecía. Que la música y la alegría tenía nombre de mujer: Anacaona.
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