Orquesta Broadway

El álbum Cha Cha With Tito Puente at Grossinger’s captura la música y los momentos de dos noches al principio de diciembre de 1959, cuando Tito Puente y su orquesta tocaron en el popular hotel Grossinger’s en las Catskills, una región montañosa cerca de la ciudad de Nueva York que entonces fue conocida como “los Alpes judíos”.

Se puede escuchar allí al emocionado público aplaudiendo y gritando en el momento en que Puente aparece en el escenario. Hay bulla, aunque durante esa época del año el hotel atraía clientes más interesados en la nieve en las pistas de esquí del hotel que en el entretenimiento nocturno.

Era durante los meses del verano que miles de familias judías de Nueva York llegaban al hotel para asistir a las clases del baile diarias, que, junto con tenis, golf, los banquetes kosher y los ligues alrededor de la piscina, formaron la escena social semítica que sería inmortalizada por la película Dirty Dancing.

Un texto en la portada trasera del disco de Puente, decorada con imágenes seductoras del hotel, describe el esmerado montaje para la grabación en vivo de alta fidelidad. El escrito también pretende crear un poco de suspenso narrativo, poniendo en duda la recepción del grupo por el público judio.  

¿Realmente se atraerían uno al otro la banda y el público?, pregunta ingenuamente el redactor Fred Reynolds, antes de asegurar a los lectores que Desde el primer crac de los timbales del “Tiger” Tito la incertidumbre se transforma en una ola de entusiasmo

A pesar de las palabras de este copywriting fantasioso, no podía haber habido ninguna duda previa sobre el éxito del espectáculo del Puente. En los últimos años de la década de los años 50, el romance entre los judíos americanos y la música bailable latina estaba bien establecido.

THE MAMBO LEGENDS

Eran dos culturas muy distintas que se juntaron en la pista de baile unidos por el ritmo, dice Lex Gillespie, el director de The Mamboniks (2019), un documental sobre los adolescentes neoyorquinos que se enamoraron del mambo.

Uno de ellos fue Larry Harlow, el tecladista que sería conocido por el apodo “El Judio Maravilloso”. Un miembro de la Fania All Stars en sus años de gloria, Harlow confirmaría la intensidad de su identidad adoptada con el título de su disco solista de 1983: Soy Latino.

En su Nueva York natal, donde la relación entre los judíos y la música Latina fue nutrida orgánicamente en los barrios donde convivieron los inmigrantes, Harlow, entonces conocido como Lawrence Ira Kahn, recogía botellas de la calle para ganar los 75 centavos que necesitaba para entrar en el Palladium ballroom. Fue allí donde los latinos, judíos, italianos y afroamericanos de la ciudad convergían como nunca en una pista de baile.

A veces, aunque no tuviera el dinero, Max Hyman, el dueño del Palladium, dejaba al joven Larry entrar. Hyman, quién antes trabajaba en la industria de la ropa de la ciudad, era un refugiado judio de Bielorrusia; dos de sus hermanas perdieron sus vidas en el Holocausto. Con la ayuda de su mujer, Helen (hija de la familia Otis, de la empresa pionera de ascensores) Hyman compró el club, ubicado en un segundo piso arriba de una farmacia, en 1947, cuando ya los fox trots y tangos no atraían al suficiente público. Hyman hizo caso el consejo del promotor musical Federico Pagani, quién le sugirió contratar a orquestas cubanas y puertorriqueñas. Y así nació el legendario club latino de la esquina de la calle 53 con Broadway.

La invasión tropical del Palladium comenzó con un concierto de Machito y sus Afro-Cubans en 1947; su capacidad de atraer al público abrió el camino para la plena programación de música latina. Por aquel entonces, la orquesta de Machito ya tenia el poder de un imán para atraer a los bailadores judíos que veraneaban en el Hotel Concord, el principal rival de Grossinger’s en los Catskills. La orquesta era habitualmente la banda estrella de la temporada; tocaron por diez semanas seguidas durante más de dos décadas. El disco Vacation at the Concord, lanzado por Coral Records en 1958, rinde homenaje al hotel con la canción Mambo La Concord y una lista de temas clásicos como Patricia, de Pérez Prado, y Rico Vacilón.  

Los Resorts judíos en los Catskills, también conocido como el Borscht Belt (cinturón de borscht), fue un refugio para los inmigrantes judíos de la Europa del este en las primeras décadas del Siglo XX. Durante esos años, hoteles y clubs de campo prohibían la entrada a judíos. Lo que empezó con la creación de pensiones modestas en las granjas de la zona a unos 90 millas de Nueva York para clientes judíos, explotó durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los judíos, como otros americanos, se entusiasmaron por el concepto de ocio, partiendo hacia sus destinos vacacionales en coche cuando aún viajar en avión era un lujo. La gran popularidad de los Resorts judíos coincidió con el auge del mambo.

Ya en los primeros años de los años 50, todos los hoteles grandes y medianos en el Belt tenían una banda para el show y también una orquesta latina, explica Hershal Herscher, quién de niño fue llamado Ira. De mayores, tanto él como su hermano David serían integrantes de la Orquesta Broadway en Nueva York. Desde muy jóvenes escuchaban música cubana en vivo en el hotel Raleigh, propiedad de su familia. Su padre, Mannie, manejaba el club del hotel, donde los espectáculos fueron programados por su tío George, un productor de Broadway y amigo personal de Sammy Davis Jr.

George introdujo los shows de mambo de madrugada en el Raleigh, que fueron todo una primicia para los hoteles de la zona, recuerda Hershal. Era por el ’57. Comenzaba después de la medianoche, después del show de variedades ‘normal’ de los jueves. Todo el mundo hablaba de los jueves en el Raleigh. Siempre estaba atiborrado de gente que venía de todos los otros hoteles, especialmente los ‘jipis’ mambo, la mayoría de ellos jóvenes camareros o botones. Comenzaba a las doce y seguía hasta la una. Solamente una hora concentrada, pero muy caliente.

Carlos Patato Valdés, el conguero de Machito, y su pianista René Hernández estaban entre los que venían a descargar después de trabajar en los otros hoteles. El entretenimiento de madrugada también incluía actuaciones de los bailarines The Mambo Aces (Aníbal Andy Vazquez con sus parejas, Marilyn y Millie), y Killer Joe Piro, quién se hizo famoso como profesor de baile en el Palladium.

Una noche de 1959 cambiaría la vida de los hermanos Herscher. El tío George trajo a la Orquesta Aragón, que había venido de Cuba para tocar en el Palladium la noche anterior, cuenta Hershal. Creo que era el tercer jueves del mes (de agosto) antes del Labor Day (el Día del Trabajador americano), que oficialmente cerró la temporada.

El entonces adolescente recuerda ponerse de pie detrás de Pepito Palmas, pianista de la Aragón, mientras la banda tocaba, y seguía tocando, hasta las tres de la mañana. Mis ojos estaban pegados a sus manos. Grabó el concierto con su grabadora casera de carrete abierto.

Herscher ya había empezando de tocar música latina en el piano, gracias a la banda fija del Hotel Raleigh, el Sexteto La Playa. Cuenta que el trompetista, Paquito Davila le enseño a tocar en clave. Otro grupo, el Sexteto La Plata, le dejó sentarse a tocar con la banda algunas noches. Más tarde, cuando eran jóvenes independientes en Nueva York, Hershal y David, quién tocaba el bajo, se iban al Palladium, como otros jóvenes músicos judíos obsesionados con el sonido afrolatino.

LATIN JAZZ KLEZMER

No es fácil de explicar la proliferación de tantos judíos neoyorquinos (tocando música latina), dice Hershal, quién ahora tiene 76 años. Vive lejos de Nueva York, en Auckland, Nueva Zelanda, donde lidera The Jewish Brothers Band, un grupo de música klezmer. Casi no había neoyorquinos italianos tocando música latina, o neoyorquinos irlandeses tocando música latina. Es difícil sabe, pero ese era el caso.

Como otros han explicado por años, una razón por la conexión judío-latino puede encontrarse en el klezmer, música que muchos judíos hijos de inmigrantes escuchaban en sus casas, además de las bodas u otras celebraciones familiares.

La música klezmer se basa mayormente en las escalas menores… y mucha música cubana usa las escalas menores, explica Herscher. Quizás es simplemente el hecho que lo klezmer usa todos esos modales; la mente musical judía está entrenada para seguir toda suerte de estilos exóticos modales y ritmos.

Así como en los años 60 le pasaría al músico Herb Alpert, un hijo de judíos ucraniano y rumana, quién fue muchas veces tomado por mexicano, los músicos judíos respondiendo a la llamada de sus colegas para tocar mambo en los años 50 y descubrieron que podían pasar por latinos.

Había un nuevo nicho cultural para la gente judía, dice el “mambonik” neoyorquino Marvin Marvano Jaye en el documental de Gillespie. Muchos tíos se volvieron ‘españoles’ de un día para otro.

Además de ponerse las camisas “rumberas”, músicos judíos probaron nombres artísticos hispanos para dar más legitimación a su “latinidad”.

El percusionista Alfred Levy, conocido como Alfredito, fue contratado para la temporada de verano entera por el Grossinger’s en 1954. Su banda grababa para el sello Tico, que fue fundado por George Goldner (nacido como Jacob Goldman) y Art Pancho Raymond, un DJ judío, pionero en la difusión de la world music, quién pretendía hablar con un acento latinoamericano cuando introducía los últimos discos de mambo para su público angloparlante. Tico fue adquirido por la compañía Branston Music, de Morris Levy, un judío sefardi, dueño también de Roulette Records.

Con el incremento de los viajes por avión, bailarines judíos se fueron para Miami, donde podrían ver a las orquestas que conocían de Nueva York, como la de Tito Rodríguez, y también a las muchas bandas que llegaron directamente de Cuba.  

En Miami Beach, el pianista judío Irving Fields popularizó el sonido de Bagels and Bongos, el título de su exitoso álbum de 1959. Las canciones de Fields incluyen su Miami Beach Rhumba, tanto como versiones en “latin percusión” de clásicos judíos como My Yiddishe Momme y Bei Mir Bist du Schon. Fields, quién murió en 2016 a la edad de 101 años, describió su música como la fusión de los ritmos latinos con bellas melodías judías.

En la década de los años 60, el mambo dejaría paso en Nueva York a la salsa y el boogaloo. La música evolucionó y se intensificó con bandas como La Perfecta de Eddie Palmieri, donde destacaron el trombonista judío Mark Weinstein y sobre todo el también trombonista Barry Rogers, hijo de padres polacos judíos y criado en el Spanish Harlem; y la Orquesta Broadway. Las dos orquestas ganaron fama en las noches del lunes programadas por Symphony Sid en el Village Gate, en ese tiempo lugar de grabación de la Tico All Stars y más tarde sede de las históricas descargas “Latin Meets Jazz”.

La era de la salsa, que siguió a la del mambo, también tuvo una presencia judía muy destacada. Productores como Harvey Averne, obtuvieron sendos Grammy Awards con sus trabajos, y músicos como el violinista y trombonista Lewis Kahn pasearon su estilo por medio centenar de bandas. Toda esa herencia fue recogida hacia finales del Siglo XX por el percusionista Roberto Juan Rodríguez, autor de álbumes de latin jazz klezmer como Timba Talmud o El Danzón de Moisés.

Pero los días mas gloriosas de los bailarines de mambo en Nueva York terminaron en 1966, cuando el Palladium cerró sus puertas. Los hoteles de las Catskills Mountain fueron incapaces de seducir una nueva y más asimilada generación de judíos americanos criada con rock y pop y menos religión. Empezaron a caer en la deriva que terminó en su abandono casi total a finales del Siglo XX.

Pero como yo mismo puedo testificar, el amor instintivo de los judíos hacia la música cubana nunca se ha apagado. Y así lo siguen demostrando algunos de los “mamboniks” originales, quienes ahora en la tercera edad aún se reúnen en un salón de baile de la Florida.

A la gente judía le gusta bailar, le gusta armar un escándalo; toman un par de cocteles y están listos para moverse, dice Rhea Anides, una de esas bailarinas, en el documental The Mamboniks. Y ofrece una razón sencilla para explicar la atracción de los judíos al sonido latino: La música latina tenía tanto sentimiento que atrajo al alma judía.

La época dorada de las Catskills atrajo a cientos de bandas latinas que le daban a los hoteles una sensación de estar en el Caribe, aunque estuviesen en plena montaña. Para la comunidad judía de Nueva York, ir allí sólo suponía un pequeño paso y no gran desplazamiento como a Miami. Por eso las orquestas y conjuntos que tocaban entre semana en Manhattan acudían a las Catskills para tocar vienes, sábado y domingo. Esta es una breve selección de algunos de algunos de aquellos músicos que hicieron largas temporadas en esos ambientes mayoritariamente judíos.

Playlist

1. Tito Puente and his Orchestra - Grossinger's Cha Cha Cha
00:00:25
2. Machito Orchestra - Mambo La Concord
00:03:14
3. Irving Fields - Miami Beach Rumba
00:05:45
4. Alfredito - Honeydripper Mambo
00:09:08
5. Tito Rodríguez and his Orchestra - Mambo With Killer Joe
00:11:00
6. Orquesta Aragón – Cachita
00:13:36
7. Orquesta Broadway - Guajira de Amor
00:16:12
8. Larry Harlow - Yo Soy Latino
00:20:16
9. Orquesta Broadway – Arrepiéntete
00:23:50
10. Machito Orchestra – Patricia
00:27:48
11. Herp Albert & The Tijuana Brass - Spanish Flea
00:30:12
13. Juan Calle and his Latin Lantzmen - Beltz, Mein Shtetele Beltz
00:38:40
14. Juan Calle and his Latin Lantzmen - Bei Mir Bist Du Shein
00:42:42
15. Juan Calle and his Latin Lantzmen - Yossel, Yossel
00:45:20
16. Pérez Prado - The Twist of Hava Nageela
00:48:12
17. Irving Fields Trio - Raisins and Almonds
00:50:20
18. Tito Puente and his Orchestra - Puente At Grossinger's
00:53:08
12. Orquesta Harlow - La Cartera
32:16:00

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