Chocolate Díaz Mena, otro rumbero mayor
Rumbeó en el cine mexicano y también ante Salvador Dalí.
Cuando le preguntaba hace años al reconocido compositor argentino Lalo Schifrin, me decía que había perdido la cuenta de las muchas bandas sonoras en había trabajado con percusionistas cubanos afincados en la Costa Oeste de Estados Unidos, a los que recordaba como experimentados instrumentistas. Esos congueros y bongoseros fueron condenados al anonimato en los créditos de esos filmes, donde la ausencia de sus nombres impide el justo reconocimiento. Junto a Carlos Vidal, Modesto Durán, Silvestre Méndez y muchos otros, el nombre de Antonio Chocolate Diaz Mena es uno de los de más larga trayectoria, que comenzó no precisamente allí, sino en México.
Su cara risueña y sus manos golpeando una tumbadora claveteada son muy frecuentes en algunos primeros planos de las películas de rumberas que marcaron la época de oro del cine mexicano desde la segunda mitad de los años 40 y en la década de los 50, en las que también su nombre estaba ausente en los créditos. Chocolate Díaz Mena salió muy temprano de Cuba a México. Es, de hecho, uno de los rumberos cubanos de más larga data en ese país, junto a Silvestre Méndez, Enrique Tappan, Tabaquito, y otros que llegaron antes que se iniciara el boom del cine de rumberas, que tanto empleo dio a bailarinas y a músicos cubanos. Así lo contó Chocolate al periodista mexicano Gonzalo Martré para su libro Rumberos de ayer: Llegué a México en 1940 con Los Diamantes Cubanos (Pablito y Lilón), contratados para el (centro nocturno) El Patio, por el extinto Vicente Miranda. En aquel entonces, El Patio era el centro nocturno de moda y ahí duramos cuatro meses y medio. Ahí tocaba el bongó para Pablito y Lilón. Al terminar nos fuimos al cabaret Río Rosa y después hicimos una gira en provincias.
En 1941 Chocolate se separa del espectáculo de Pablito y Lilón y arma su propio conjunto: Chocolate y su Grupo. Debutó en el cabaret Bremen y se ufanaba de haber sido bongosero de Krumba, la precursora de Tongolele y Kalantán y de todas las bailarinas “exóticas” que llegaron después. Luego le llegaría un momento importante en su carrera cuando entró a las orquestas de Luis Arcaraz y de Ismael Díaz.
A comienzos de 1943 Chocolate Díaz Mena aparece en Nueva York como parte de Los Diamantes Negros, ahora anunciados en la revista Billboard como The Four Cuban Diamonds en su debut en el cabaret Havana-Madrid, de ambiente cubano y latino; y también, con el mismo espectáculo, en el Apollo Theater, de Harlem. A la pareja de Lilón y Pablito, con Chocolate Díaz Mena, se había sumado el también percusionista y cantante Carlos Vidal Bolado, pero al parecer Díaz Mena se alejaría de la marca y del grupo poco tiempo después para regresar a México.
Chocolate era rumbero por excelencia y en México dio las primeras muestras de un original modo de vocalizar rumbeando, que, según Silvestre Méndez, recordaba lo que allí se conoció después, de la mano de Fellove y de Luis Ángel Silva, Melón, como chua-chua. Dicen que eran noches de llenos totales cuando Chocolate Díaz Mena y el venezolano Héctor Hernández, Batamba, se presentaban para rumbear sin prisa ni tiempo en Los Eloínes, uno de los templos de la bohemia de los años 40 en el Distrito Federal. Pero Chocolate estaba reputado entonces como el rey de los bongoseros, y como tal hacía valer sus dotes de percusionista y su histrionismo y carisma sobre el escenario. Por esos tiempos, también acompañaba a Tongolele en el teatro Follies, donde su mito comienza a crecer indetenible, pero en cuanto a las rumberas, eso fue solo el comienzo, pues en el cine Chocolate Díaz Mena fue bongosero de todas las grandes divas rumbeantes del cine mexicano: María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Rosa Carmina, Meche Barba y otras.
La etapa de Chocolate Díaz Mena en Los Eloínes quedó grabada en su recuerdo. Las anécdotas que contó a Martré transpiran el ambiente de aquel cabaret que se convirtió a fines de los 40 en el must de los noctámbulos en el Distrito Federal: Tres años de lleno noche a noche. Iban muchos artistas. Siempre que llegaba Gary Cooper apenas iba entrando me pedía Cachita. Cada vez que se la interpretábamos nos daba quinientos pesos. ¡Quinientos pesos de hace treinta años! Y claro, apenas lo veíamos, ya sin que nos dijera nada, suspendíamos lo que estuviéramos tocando y viene Cachita. Johnny Weismüller, el Tarzán de las películas, nos pedía Aquellos ojos verdes. Iban Tyron Power con Linda Darnell, María Félix y Agustín Lar, Xavier Cugat y no se diga de otros artistas mexicanos… Jorge Negrete y claro, las rumberas del cine nacional con Juan Orol.
En 1961 se incorporó al ballet de León Escobar con el que recorrió medio mundo y al llegar a París, decidió que ahí pondría su cuartel general. Sus cueros suenan en El Elefante Blanco, La Cabaña Cubana, y hasta en Marruecos, pues a Tanger llegó con su música y sus tambores. En París tocó en fiestas para muchas celebridades, entre ellas la socialité Barbara Hutton. Y una actuación en solitario quedó sembrada en su memoria: Me contrataron para una exposición de cuadros. Era una sala circular y yo en medio tocando solo mis percusiones. La gente, elegantísima, veía los cuadros y luego me veía y escuchaba a mí. Recuerdo que estaba la (Brigitte) Bardot, nunca he vuelto a ver gente más elegante. El pintor no me pagó, sino que de pronto dos chicas muy lindas anunciaron que harían una colecta para compensar mi actuación y pasaron el sombrero entre toda la concurrencia. En cosa de quince minutos se reunieron 3,200 dólares. El pintor era Salvador Dalí, contó Chocolate a Martré en su entrevista.
Cerca de 1963, desde Europa viaja a Nueva York donde trabaja con las orquestas de Vicentico Valdés y Tito Puente. De esta etapa con los tres álbumes que, como artista principal, graba para el sello AudioFidelity: Drums of the Caribbean (junto al percusionista Chiminea Monterrey); African-Latino Voodoo Drums, como Choco & His Mafimba Drum Rhythms, donde aborda no sólo la música ritual afrocubana, sino también el folklore afro-caribeño, en particular, afro-haitiano. Pero sin duda, el más notable en su discografía, el LP Esto es Latin Jazz, un tardío acercamiento al jazz, con dirección y orquestaciones de Lalo Schifrin y una constelación de músicos todos estrellas, como Clark Terry, Alejandro El Negro Vivar y Alfredo Chocolate Armenteros en las trompetas, Carlos Patato Valdés y Víctor Allende, que acompañan a Díaz Mena en las congas. En este disco, el cantante Rubén Ríos “Mr. Pachanga” tiene una participación especial en el tema What Kind of Fool Am I. En 1982 el sello Coco Records, de Harvey Averne, publica su último album: Chocolate’s Afrocuban Music, con temas destacados de sus discos anteriores.
Diversas colaboraciones se incluyen también en la discografía de Chocolate Díaz Mena, principalmente en grabaciones con el percusionista y compositor cubano, también rumbero de ley, Silvestre Méndez, como los álbumes Silvestre y su Tribu (Musart), su primer album de artista principal, junto a Manolo Berríos en la trompeta; Pablo Peregrino en el tres; Julio Alfonso “El Gallego de Matanzas” y Luis Angel Silva Melón en los coros. Con Silvestre grabó también Bembé Aragua (RCA Victor); y con Joe Cain y su Orquesta en el reconocido LP Latin Explosion (Time Records), con la participación de Israel López Cachao en el contrabajo, Marcelino Valdés en los timbales y José Mangual en los bongós, entre otros.
Como compositor, Chocolate Díaz Mena se acredita, junto a Batamba, la rumba-suby Yumbambé, que grabara Dámaso Pérez Prado y su Orquesta en México en 1953.
Después de vivir seis años en Nueva York, Chocolate Díaz Mena se afinca en Los Ángeles con su esposa, la cantante Silvia Cuesta. Los cabarets de Sunset Bulevard abrieron sus puertas al sonido que el cubano sacaba de los cueros, hasta que se jubiló de la vida nocturna. En cualquier caso, el nombre de Antonio Chocolate Díaz Mena y su imagen detrás de los tambores figura, por derecho propio, entre los percusionistas más importantes de aquellos tiempos.