Gladys Palmera y Vicente Barreiro

A Vicente no le gusta que cambien mucho las cosas. Este año cumple 47 de estar atendiendo detrás del mostrador de Casa Latina, una tienda de discos e instrumentos musicales regentada desde 1962 por su suegro. Las tradiciones son las tradiciones y Vicente sigue ahí, en la era del mp3, ofreciendo vinilos y cd’s, pero también libros no electrónicos y todo lo que la cultura de la salsa y la música del Caribe puede ofrecer de forma física.

Vicente ha logrado que Casa Latina sobreviva a todo: a los cambios demográficos del East Harlem, hoy la población asiática va en aumento y la latinoamericana sigue siendo la mitad del total; a las modas de los comercios, hoy casi todos negocios de comida rápida; a las políticas sociales y sanitarias, hay una clínica con inyecciones de metadona para drogodependientes; a la competencia, todos los días al subir la persiana mira de reojo a Reinaldo de El Barrio Music Center ubicado en la esquina; y a la propia música que vende, la salsa ha dejado de ser el denominador común del ambiente nocturno hispano y hoy es un tipo de baile más.

No es la única tienda latina de la ciudad, Reinaldo también mira de reojo cada mañana a Vicente a ver si este no abre; ni tampoco la primera, en la Prospect Avenue del Bronx está la pionera Casa Amadeo (antigua Casa Hernández). Pero se ha dado el lujo de sobrevivir a Casa Alegre, a Manny’s Music y a tantas otras tiendas que cierran continuamente en el downtown de Manhattan. La ingeniosa Record Mart, en la estación de Times Square, es demasiado nueva comparada con Casa Latina; al igual que Bate Records del Lower East Side. Y GB Records, de su amigo Sergio Bofill, sólo vende al por mayor.

Vicente es tan sobreviviente como su suegro Alfonso Rubio, de quien heredó el negocio en 1966. Su esposa Cristina, rubia y menuda ella, pero de gran carácter, dice que ambos se parecen, que los dos aprendieron todo lo que hay que saber sobre la música para poder vender con dedicación y detalle. Curioso personaje Rubio, que acabó vendiendo discos de música del Caribe por culpa del general Juan Domingo Perón.

Hacia 1954 cuando Perón llevaba ya ocho años en el poder, la actividad en las obras públicas de Buenos Aires se volvió incesante. Diez años antes se había extendido el trazado de la Avenida 9 de Julio, pero eso no parecía suficiente para mejorar los alrededores de la Casa Rosada y de su puerta de acceso, la republicada Avenida de Mayo. En la mira de las autoridades estaba mejorar los accesos al Subway y limpiar las fachadas de todos los comercios.

Pero la mejora de las fachadas implicó también limpiar de oposición política esos alrededores de la sede de gobierno, y unos cuantos dueños de locales en la avenida, aunque no estuvieran implicados en ninguno de los álgidos acontecimientos de aquellos años, fueron conminados a dejar sus tiendas y despachos. “A mi padre le dieron 24 horas”, cuenta Cristina. Se fue de la avenida enseguida, aunque aún tardaría dos años en salir de Argentina. Perón ya había sido depuesto, pero Buenos Aires entera estaba manchada de sangre por los enfrentamientos callejeros.

Alfonso Rubio llegó a Nueva York en 1956 siendo sastre, acompañado de su esposa Leonor y de Cristina de ocho años, y de inmediato le tocó aceptar lo que le ofrecieran. ¿Contratos por horas?, difícil porque no sabía inglés, de modo que compró una camioneta con todos sus ahorros (“my taylor is rich”) y lo apostó todo a vender discos de esquina en esquina. Y como sus primeros clientes fueron puertorriqueños, discos del dúo Irizarry De Córdoba y el dúo de Felipe Rodríguez y Davilita, entre otros, pues en Puerto Rico se especializó. Poco a poco todo el catálogo de Discos MarVela pasó por sus manos. Seis años después ya estaba en condiciones de montar un establecimiento fijo.

En 1948 el director de orquesta Bartolo Álvarez había fundado un local de venta de discos llamado Casa Latina. Estaba ubicado en la parte baja de la Avenida Brook en el Bronx, a la altura de la 137. Álvarez quería a toda costa emular a su admirado Rafael Hernández, quien aunque era un músico muy importante, era dueño de una tienda de discos un poco más arriba en Prospect Avenue. Pero como no tenía dinero para abrirla, se endeudó con sus propios músicos, compró un lote de discos de Los Panchos y consiguió el dinero para la deuda y para el montaje.

Tan bien le fue con esa Casa Latina que ya entrado en la década de los 50 creó dos sellos discográficos, Alba y Rival Records, y Davilita fue uno de los primeros músicos en grabar con él. De la experiencia de Álvarez aprenderían dos personajes vitales en esta historia: su sobrino Al Santiago quien fundó Casa Alegre reconvertida con los años en Alegre Records, y su vecino Miguel Ángel Amadeo quien acabaría adquiriendo Casa Hernández y llamándola Casa Amadeo.

Pero para 1962 Bartolo Álvarez no pasaba por su mejor momento. Estaba cansado, de modo que aceptó la oferta de Alfonso Rubio y le vendió Casa Latina. Ahora el problema de Rubio era otro: conseguir un local que encontró tras muchas vueltas en el 151 de la calle 116, entre Lexington y Tercera Avenida. Rubio había visto que en el East Harlem se estaba cocinando la música latina de vanguardia… y no se equivocó.

Eddie Palmieri y Alfonso Rubio
Eddie Palmieri y Alfonso Rubio
Tito Rodríguez y Vicente Barreiro
Vicente Barreiro y Tito Rodríguez.

“Yo llegué a Nueva York en 1960 y en el 65 frecuentaba un club social que se llamaba Casa Galicia”, recuerda Vicente Barreiro, natural de Pontevedra, un auténtico gallego, como han llamado siempre a los españoles todos los latinos de Nueva York. “Allí íbamos a bailar cuando había fiesta los sábados y los domingos. Bailábamos pachangas, que pegaba muy fuerte, merengues, guarachas, mambos, chachachás, y ahí conocí a mi señora”.

Cristina, por aquel entonces, ayudaba a su padre en la dependencia de la tienda. Eran los tiempos en que Al Santiago hacía cualquier tipo de locuras discográficas con Alegre, Sidney Siegel controlaba buena parte del mercado al frente de Seeco, y Morris Levy se había apoderado de los mandos de Tico Records en detrimento de George Goldner. Leonor, la madre de Cristina había muerto, y la chica pasaba las tardes junto a su padre, y los fines de semana, de vez en cuando, se iba a bailar a un club social.

Cuando Vicente pidió la mano de Cristina a mediados de 1966, Rubio le ofreció a este trabajo en su local. “Yo era joven, sangre nueva, y le propuse meterle instrumentos musicales, que no había nada por aquí, y conga y bongó y timbales…”. Había cuatro tiendas de música en el sector, pero las otras tres sólo vendían discos. Así las cosas, se impusieron a su competencia y acabaron absorbiéndola. La Sultana, vecina suya pared con pared, fue la última en convertirse en filial. “Nos fuimos quedando solitos. Durante un tiempo tuvimos competencia de un señor cubano que se llamaba Suarito (se refiere a Laureano Suárez), que era de la famosa cadena radial Radio Suarito. Esa fue la única, pero no duró mucho porque el señor ya tenía cierta edad y ya estaba un poquito abandonado en el negocio. Pero en resumen, estuvimos solos, yo diría, 15 años”.

Pero esos fueron los años del apogeo de Casa Latina, los gloriosos 70 con todo el impacto social y musical que representó la Fania. “En todas partes había música y no hay un solo músico que sea medianamente conocido en esto que no haya pasado por acá”, recuerda. “Fania Records poco a poco lo fue acaparando todo (Tico y Alegre incluidos). Tenía cuatro horas de radio, un programa que amenizaba Polito Vega y que pagaba Fania”. Y si esa fue la década de la bonanza, la siguiente no se quedó atrás.

“Mi buen amigo Ray Avilés, que fue socio de Ralph Mercado, organizaba los conciertos del Madison Square Garden de todo tipo de música hispana, desde Celia Cruz hasta Julio Iglesias, y yo le vendía cualquier cantidad de tickets. Ahora eso ha cambiado con los ticketmaster y todo eso. Antes eran relaciones más personales, más directas, pero todo va para allá, para la Internet”.

Ya bien entrado en el siglo XXI Vicente ve con bastante desconfianza el futuro de negocios antiguos tan especializados como el suyo. “Creo que cuando yo decida retirarme yo creo que se acaba, porque ya esto…, las disco-tiendas de este estilo ya van quedando poquitas”. Y en medio de su mirada de halcón a Reinaldo, reflexiona sobre el comprador actual. “La mayoría de la inmigración que hay ahora es mexicana, y a ellos lo que más les gusta es lo que se dice la música grupera. Compran algo de bachata, pero salseros nada más los que vienen del Distrito Federal, esos son salseros”. Al fondo de la tienda, que ha cerrado la segunda planta antiguamente habilitada para lanzamientos, hay violines y guitarras para ese público en particular.

¿Pero sólo de clientes mexicanos vive la tienda de música latina más antigua de Manhattan? No, les vende a los mismos clientes de toda la vida, y a quienes estos recomiendan, claro. Hace décadas estos clientes vivían en el East Harlem, pero ahora se han mudado a otros lugares de la ciudad, en especial al Bronx, y a otros estados. La fidelidad es otro de los sellos de la tradición que Vicente tanto defiende.

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