El folclor brilla en la sombra
Sebastián Narváez Núñez
Es martes en la tarde y han pasado apenas unas pocas horas desde que se anunciaron los artistas nominados a la edición número 20 de los Latin Grammy, que premian lo mejor de la música en el continente. Cuando lean esto habrán acabado los elogios en redes sociales, las felicitaciones entre nombres que se repiten una y otra vez, año tras año por un logro simbólico que los junta como cabezas visibles y abanderados de los géneros más consumidos por nosotros como latinos.
Yo nunca he sido fan de los premios porque los considero poco coherentes casi siempre, poco justos y quizás caprichosos también; una satisfacción de la industria por premiarse a sí misma y validar lo que se consume masivamente por encima de todo, en muchas ocasiones sin importar el talento y primando las cifras de alcance sobre la propia música.
Incluso resulta irónico que, justamente, tras el anuncio de los nominados para esta edición, haya existido una polémica promovida desde el reggaetón, que ha sido quizás uno de los géneros más premiados, no sólo en este certamen sino en otros como los Premios Juventud o los Premios Lo Nuestro. El disgusto en esta ocasión viene porque se consideran poco incluidos o maltratados por parte de la Academia; y debido a esto empezaron a circular en las redes de Daddy Yankee, J Balvin, Karol G o Maluma, un post con una imagen que decía “Sin reggaetón no hay Latin Grammy”.
Y aquí hay que detenerse un momento. Yo soy de los que reconozco cómo el reggaetón ha puesto la bandera latina en lo más alto de la industria en los últimos años, y se ha vuelto casi obligatorio para el pop a nivel global tener colaboraciones o insertarse en el ritmo caribeño para mantener la carrera de muchos a flote. Pero de ahí a acaparar la atención, desconociendo la cantidad y la inmensa diversidad de ritmos latinos de raíz, es simplemente absurdo. Sin reggaetón sí hay Latin Grammy porque no solamente somos eso, somos la cumbia, la música de banda, la norteña, el currulao, el bunde, el joropo, la salsa, el samba, el vallenato, el mariachi, el tango. Somos latinos y el reggaetón es quizás lo más relevante en la actualidad, pero somos mucho más que eso y deberíamos celebrarlo y sentirnos orgullosos de eso en vez de desconocerlo o ignorarlo como siempre lo hemos hecho.
Pero el tema acá es otro. Luego de repasar la lista de nominados una y otra vez y ver los ángulos y la manera en cómo se hace un cubrimiento de este suceso que se repite cada año, me genera curiosidad ver cómo incluso en una celebración de la música latina es justamente esta la más relegada, desde el punto de vista de lo que nos define como territorio y va más allá de un mismo idioma repartido en muchos géneros que no nos pertenecen y que resultan ser las categorías más importantes en estas premiaciones.
Las razones de por qué nuestras músicas tradicionales nunca son el centro de la información más relevante es bastante lógica. Por parte de la Academia existen unas jerarquías en la manera en como se presentan las nominaciones: Primero “Grabación del año”, luego “Álbum del año”, “Canción del año” y de ahí en adelante una lista de géneros que van del pop, al rock, a la música fusión, la urbana, el pop-rock y la alternativa; todas categorías estándar globales que, muchas veces, lo único latino que tienen es el país de origen de sus intérpretes. Ahora, por parte de los medios, la presentación corresponde a lo que prime en los gustos de su audiencia. Un medio chileno pondrá primero a sus artistas sobre los demás, igual que un medio mexicano, colombiano o peruano. Otros con una audiencia más global se irán por las generalidades, lo más destacado, lo más curioso y pare de contar.
A estas alturas la reflexión puede parecer banal; escribir esta columna sobre por qué como latinos no le damos importancia a nuestra música tradicional puede ser banal; intentar celebrar nuestra identidad a través de unos premios simbólicos puede ser banal. Pero siento que en la industria musical los focos nos han ido arrebatando ese sentimiento de celebrar nuestra identidad cuando muchas de las categorías que justamente premian los mejores discos de música tradicional, música de banda, tango, música de raíces en lengua portuguesa, samba o regional mexicana se entregan fuera de cámaras e incluso fuera de la ceremonia, como si alargar un show para hacer visible todas estas categorías nos avergonzara o no valiera la pena porque al lado de las grandes estrellas de la música latina parecieran insignificantes.
Así que antes de la gala del 14 de noviembre en el MGM Grand Garden Arena en Las Vegas, creo que es pertinente celebrar a aquellos actos que desde su raíz más latina que ninguna, su música que es el reflejo de una realidad tan única y lejana de los Top 40, de los Hot 100 o de los listados desde los cuales se mide el impacto masivo del mainstream y un virtuosismo único que escapa de las fórmulas de los mega hits, han logrado colarse en una lista larga de nombres, cuyo lugar en la industria los ha puesto en un segundo e inmerecido plano.
Por esto y en un acto igualmente simbólico que la estatuilla a la que están nominados quisiera, sin yo ser nadie en la industria, reconocer el trabajo de algunos de los artistas que con su propuesta rinden tributo a un sonido que evoca colosales selvas, inmensas llanuras, tropicales aires, historias de territorios lejanos donde no se hacen discos para ganarse premios sino para dejar constancia de algo que sale del ser con ganas de expandirse por el mundo.
Así que a Cimarrón, que con un poder brioso ha recorrido el mundo llevando a cuestas la tradición del joropo llanero y con su disco Orinoco se ha convertido en referente de esa tierra increíble, gracias. A Canalón de Timbiquí, que de manera mítica ha logrado con su sonido crear imaginarios de selvas profundas, rituales sagrados de marimba, currulao y bunde en su disco De Mar y Río, gracias. A Puerto Candelaria, que durante dos décadas ha retratado desde la ficción una microcivilización que se alimenta del goce aún cuando la tiranía está palpable y que aún así se llena de vida a través de una cumbia rebelde, gracias. A aquellos que comparten esas categorías de “Mejor álbum folclórico” y “Mejor álbum de cumbia/vallenato”, y que muy seguramente también se alimentan de un sentimiento sincero y unas historias propias poderosas y trascendentes, gracias también. Y por supuesto a los colombianos nominados en la categoría menos nombrada, la de “Mejor diseño de empaque”, que fue la que hace unos años le dio el reconocimiento más grande al Orisha de la Rosa Magín Díaz, y en la que este año participa Voces del Bullerengue por el disco Anonimas y Resilientes. A ellos también gracias.
Y también a Merlín Producciones, a Llorona Records, y quienes desde la independencia y la autogestión hacen posible que haya un motivo sincero del cual sentirse orgulloso por una nominación a esos premios tan saturados. Gracias por darle el verdadero toque latino a unos premios que deberían apuntar los focos a esto que siempre ha estado en nuestra sangre y que ustedes han buscado preservar y hacer trascender.
Y a nosotros como público, solamente un llamado para que quizás empecemos a ser más conscientes del reconocimiento que merece una música que ha habitado estas tierras, incluso antes que nosotros, y que por el hecho de no ser popularmente masivas, no merecen quedar relegadas a la sombra de ningún otro género.
Este es un texto de opinión que refleja el pensamiento del autor y no necesariamente el del medio. Este es el twitter del autor.
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