El momento de la verdad para los sonideros en México
Tomamos el pulso de esta fascinante cultura popular de la mano de Joyce Musicolor, una de las activistas más reconocidas.
Una fantasía de ritmos y colores amplificada por las luces, los cables y las bocinas (altavoces) congrega a los fieles en las calles de los barrios populares de México. El sonidero es el DJ del pueblo, quien atiende a las peticiones del público y pone a bailar a su parroquia al son de las cumbias, bachatas, guarachas, salsa, vallenato y otros géneros tropicales que dispara desde su tornamesa. La cultura sonidera atraviesa un momento decisivo: obligada a reinventarse por la pandemia y perseguida desde hace años por las autoridades, sus figuras comienzan a alcanzar cierta repercusión en el extranjero.
Es una época rara porque el virus nos ha obligado a parar. La gente necesita estas fiestas, somos muchos los que pensamos que la vida no tiene sentido sin la magia de los sonideros, dice por teléfono desde Ciudad de México Joyce Musicolor, una de las activistas más reconocidas y antigua miembro del colectivo Las Mujeres Vinileras.
2020 debía ser el año de la explosión del movimiento. Ramón Rojo de Sonido La Changa, pionero y actual leyenda del circuito, estaba confirmado para actuar en el festival Primavera Sound de Barcelona. Nunca antes esta cultura que surgió en los años 60 en los arrabales y áreas comerciales populares de la capital mexicana (y que hoy, a falta de cifras oficiales, se calcula que mueve un millón de seguidores en América) había tenido un escaparate tan potente en Europa.
Con el virus todo se derrumbó, desde marzo no hemos podido celebrar ni una sola fiesta. Apenas hace unas semanas volvimos a trabajar pero muy de vez en cuando y con muchas restricciones, lamenta Joyce Musicolor. En circunstancias normales ella venía celebrando eventos todos los fines de semana (a veces, los tres días seguidos), donde podía congregar en torno a 500 personas sedientas de baile y jaleo. Las “pedas” solían alargarse hasta altas horas de la madrugada pero ahora les obligan a cerrar sobre las 9 o 10 de la noche.
Tenemos la esperanza de que esto pase pronto y podamos retomar nuestra vida nocturna, dice la DJ sonidera. En los últimos años ha protagonizado jornadas históricas que conserva grabadas a fuego como cuando reunió en 2015 a 17.000 fans en la Sala de Armas de la Ciudad Deportiva de Ciudad de México en un evento organizado por una radio de música tropical nacional o cuando abarrotó la explanada del icónico Zócalo capitalino con los éxitos de Gildardo Montoya, Los Ángeles Azules y el Grupo Maravilla, entre otros clásicos cumbieros. Es imposible calcular cuántas personas había allá, eran miles, recuerda emocionada.
Como ha contado alguna vez Camilo Lara (Instituto Mexicano del Sonido), se trata de una escena subterránea que reivindica los sonidos tropicales frente a lo que se conoce en México como música norteña (básicamente, todo lo demás). El sonidero engloba todo lo que el rock no permite bailar, como se dice popularmente. Los sonideros son auténticas minitecas (fiestas amenizadas con música) ambulantes donde los responsables transportan en camiones y tráileres sus equipos, a veces desde una ciudad a otra.
Resistencia popular
Los sonideros se sienten como la punta de lanza de la resistencia en México frente al rodillo institucional que rechaza sistemáticamente las expresiones que surgen de la calle. No importa quién esté al mando del Gobierno, en la última década han sufrido una constante persecución policial.
Llega la policía y ordena: ‘¡quiten sus bocinas!’. Sin dar explicaciones agarran tus equipos, incluso amenazan con llevarte preso, como si fuéramos criminales, denuncia Joyce Musicolor.
Las causas detrás de esta criminalización son ambiguas, por no decir oscuras. Dicen que los bailes en las calles desatan la violencia. En realidad, lo que quieren las autoridades es acabar con las fiestas organizadas por la comunidad en el espacio público. En ese sentido, para nosotros la música se ha convertido en una forma de protesta cívica, reflexiona.
En los últimos años se han producido marchas masivas en México para apoyar la cultura sonidera. Cuando nos juntamos, somos un movimiento realmente poderoso. No estamos sólo los DJ, también los bailarines y la gente anónima. Eso al gobierno le da miedo, no puede aceptar que la sociedad se reúna espontáneamente para defender sus derechos, piensa Joyce.
En el libro Sonidero City la fotógrafa suiza Mirjam Wirz vincula esta cultura en México con la de los picós en la costa Caribe colombiana al son de la champeta criolla. Ambas comparten una misma esencia (los grandes y coloridos altavoces para las fiestas callejeras, la figura de un DJ/animador detrás y esa selección musical contagiosa, imposible de escuchar en otro lugar), y ese estigma impuesto por las elites, que les vinculan (erróneamente) con la inseguridad y la delincuencia.
De fondo está el racismo institucionalizado que pretende esconder la cultura originaria de regiones como Barranquilla, Cartagena de Indias o la propia Ciudad de México y, de paso, silenciar a las minorías de los barrios con menos recursos, blanqueando así toda forma de expresión social y cultural que venga desde abajo. Así piensa Joyce Musicolor, que está de acuerdo en vincular los picós colombianos con los sonideros en su país. Cuando oí hablar de ellos por primera vez me sentí totalmente reflejada.
El fuego de la cumbia
Cuando preguntamos a esta agitadora cultural qué es lo que atrae a tantísima gente, cuenta la anécdota de cuando ella se enganchó a esta pasión que hoy se ha convertido en su forma de vida. No se me va a olvidar la primera vez que escuché una cumbia. Tendría unos siete años, iba con mi mamá por la calle para ir a la escuela cuando un señor puso una canción que inmediatamente me hizo voltear: ¿de dónde salía ese sonido? Nunca había escuchado algo tan bueno, me puso alegre, es una sensación que todavía me emociona. Sonaba el colombiano Lucho Argain cantando Presagio con La Sonora Dinamita. Ahí me nació este fuego, yo aún no sabía lo que era la cumbia, ni de dónde venía, pero ya formaba parte de mí.
Para ser un buen sonidero no basta con poseer una buena colección de discos, también hay que tener dotes comunicativas. La imagen más icónica de las fiestas es la de una legión de entusiastas apretujados en las primeras filas junto al DJ intentando hacerle llegar papelitos y carteles. A veces piden canciones, pero en la mayoría de los casos lanzan saludos a sus barrios o al gremio donde trabajan y, especialmente, frases de amor para conquistar al (o a la) pretendiente. Si no sabes hablar, básicamente no eres un sonidero, sentencia Joyce Musicolor.
La propuesta se conserva casi intacta desde hace décadas, excepto en la imagen de los DJ y la forma que tienen de publicitarse. En los orígenes los sonideros eran simplemente conocidos por su apellido, pero con el tiempo se han ido convirtiendo en personajes carismáticos que arrastran legiones de fieles.
Ahora los sonideros tienen su propio logo con colores llamativos (el de Joyce es rosa y con alas de ángel, para reafirmar su condición de mujer en un mundo de hombres) y un alias reconocible. Muchos visten chamarras (chaquetones), playeras (zapatillas) y complementos (gorras, camisetas) con sus rasgos distintivos. Se comunican a través de Instagram y Facebook y llenan con sus murales las bardas (muros) de los barrios donde actúan. Mi mamá me dijo una vez: ‘¿cómo es que tu nombre está ahí en la calle?’, cuenta Joyce divertida.
Ella es una de las pocas afortunadas que puede vivir de ello, alternando las fiestas con talleres y su trabajo como selectora musical. Explica que los eventos se financian por tres vías: cobrando un boleto para entrar al baile en un lugar cerrado, con fiestas al aire libre organizadas (y pagadas) por los responsables del mercado o el barrio donde se celebran, o las rumbas financiadas por una emisora que regala los tickets a sus oyentes.
“La Colombia chiquita”
A unas cuadras del aeropuerto internacional de Ciudad de México está el Peñón de los Baños, rebautizado como “la Colombia chiquita” por el calado popular del que gozan en esta colonia desde hace décadas sonidos como la cumbia y la salsa. Es uno de los núcleos de la cultura sonidera.
Pero esta escena no sólo es importante en el Peñón de los Baños (también conocido como “el Peñón de los Bailes” por las rumbas que se forman espontáneamente en las calles), sino en otros muchos barrios donde se reúnen grandes núcleos de trabajadores en torno a mercados populares como los de Tepito, Sonora o Jamaica.
Yo nací en Itzapalapa, en la zona oriente de la Ciudad de México, un lugar que prácticamente es la cuna del sonidero. Siempre ha sido un barrio lleno de música, el hogar de los míticos Los Ángeles Azules, a los que te podías encontrar a dos cuadras de tu casa tocando para una boda, recuerda Joyce Musicolor, quien explica que la capital es la parada obligatoria para los aficionados, pero también hay cultura sonidera en regiones como San Luis Potosí, Monterrey o Guanajuato.
En 2009 empezó a trabajar como locutora en la emisora de música tropical Platino Radio y fue entonces cuando comenzó a introducirse en este fascinante universo. Se me ocurrió entrevistar a los personajes que había detrás de las tornamesas en las fiestas, quería que me platicaran sobre sus andanzas, comprender por qué habían elegido la música tropical. Tres años después dejó el programa y se dedicó casi por completo al sonido.
Un sonido vivo
La cultura de los sonideros no es ajena a las tendencias. Hay fiestas donde se puede escuchar reggaetón, trap y otros ritmos de moda entre la juventud, igual que en los años 90 y principios de siglo se introdujo la música electrónica. Sin embargo, las grandes figuras siguen apostando por los clásicos de la música tropical.
La cumbia ha demostrado que es atemporal, no importa cuánto tiempo pase porque siempre funciona, dice Joyce Musicolor, enamorada de éxitos antiguos como Embrujo de Cumbia y La Silbadora. Ella describe este sonido como una comunión entre lo espiritual y lo personal, es algo que me hace sentir la chispa en el alma.
Sus palabras tienen eco en las nuevas generaciones. Con el siglo XXI se ha revitalizado el género, ya sea desde la electrónica vía la cumbia digital (Bomba Estéreo y Systema Solar en Colombia o el sello ZZK Records en Argentina), a través de experimentos con psicodelia (El León Pardo, Lascivio Bohemia, Meridian Brothers) o acercamientos desde una óptica contemporánea (La Perla, Cerrero, Los Cotopla Boyz).
Joyce Musicolor forma parte de la organización Sonido Retro, que reúne cada año a la vieja escuela junto a los nuevos artistas. El objetivo es no dejar morir esa tradición de antaño, por eso realzamos el trabajo de nuestros pioneros. Cita a mujeres como Sonido La Morena (María de la Luz Perea, hija del legendario don Manuel Perea alias Sonido Fascinación), Sonido Canela (Gina Jiménez, conocida como “la reina sonidera” en Estados Unidos) o Sonido Sensación Metálica (con Patty Munguia y su grito de guerra: ha llegado el momento de ponerle sabor al sabor).
Es difícil ser mujer dentro del movimiento, aunque es cierto que hemos avanzado mucho estos últimos años gracias a la lucha por la igualdad. Ahora ya no hay tanta discriminación como cuando yo empecé hace una década y a los hombres les parecía mal trabajar a tu lado o sentían envidia porque a ti te contrataran y a ellos no. Aun así, la proporción sigue siendo ridícula: apenas una mujer por cada 1.000 sonideros.
Más allá de superar la pandemia y volver a la antigua normalidad, más allá de vencer el pulso que libran desde hace tiempo con las autoridades, Joyce Musicolor sueña con trasladar su pasión a las nuevas generaciones. Por eso imparte talleres en los que enseña el arte del oficio: cómo manejar la tornamesa y conectar las bocinas, la historia de la cumbia y el sound system, clases de locución, una introducción al arte del vinilo… La cultura sonidera no ha muerto ni morirá nunca, remata.