Flamenco Festival en Nueva York
Una crónica sobre la aventura del baile y el cajón en el New York City Center.
En la calle 55 entre la sexta y la séptima avenida hay aparcados dos docenas de autobuses amarillos, en la calle 56 ocurre algo similar y en algún lugar próximo están aparcados otro medio centenar de autobuses que han trasladado a 2.000 niños al teatro New York City Center.
Son las once de la mañana y nada parece abandonado al azar o a la improvisación. Cada conductor está conectado. Cada grupo escolar tiene asignados sus asientos, por colegios y por clases, por tamaños, de dos en dos, de 7 a 14 años.
El New York City Center es un teatro “neomudejar” diseñado para la danza que está celebrando su 75 aniversario, aunque el edificio fue construido en los años 20. Tiene dos mil butacas de una visibilidad perfecta. Desde el escenario la sensación de proximidad con el público es alucinante así que no es nada raro que, en un rincón del hall, Leonard Bernstein recuerde que ahí tuvo una de sus mejores experiencias cuando echó los dientes como director de orquesta.
CUANDO EL FLAMENCO ES UN JUEGO DE NIÑOS
Hay un rumor expectante incapaz de competir en decibelios con un recreo común y corriente. La encargada de educación del teatro, ejerce de presentadora, recibe a los niños y les cuenta que van a ver flamenco con la compañía de Sara Baras. Avisa que hay una sala de descanso con rotuladores y plantillas para colorear flamencas. La presentadora “jalea” a los invitados para que digan…
¡Ole!
…y suena escalofriante.
Sara Baras está viendo la función, un resumen de 45 minutos de su espectáculo Sombras, que estrena en 9 horas y no va a bailar por la mañana. Justo detrás de mí está Miguel Marín, el director del Flamenco Festival que hace dos años me avisó de que esa función para los escolares era muy especial, pero ese día nevaba en Nueva York y llegué tarde porque me fui a pisar la nieve a Central Park. Exacto, como si fuera un crío.
Se abre el telón. La primera escena que ven los escolares es un número que para sí quisieran aquí, en Broadway. Son seis bailaores y siete músicos que se multiplican en todos los sentidos. El teatro entero vibra con la impecable majestuosidad del espectáculo, 2.000 bocas exhalan una interjección de sorpresa y suena un ¡ooooleee! sin modular con la boca abierta del asombro. Al rato avisan a Marín de alguna contingencia mientras tanto uno piensa: ¿Cómo se va a aguantar Sara Baras sin bailar ante este público?
Ha comenzado una carrera contrarreloj entre bambalinas, efectivamente Sara ha decidido sumarse a la fiesta. Pero eso no está en el guión, no hay nadie que descuelgue los trajes de las perchas, hay que avisar a los músicos, el regidor tiene que cambiar las entradas y salidas, cambiar el guión. Hay docenas de detalles, las luces, los paneles que suben y bajan. Prevenir a mecánicos y electricistas y… además una bailaora como Sara es una atleta. ¡Hay que calentar!
-¡y Los abogados!
-¿Abogados?
Nadie piensa en una lesión que pueda arruinar cuatro funciones con todas las butacas vendidas. ¿Quién piensa en esos detalles cuando tienes la posibilidad de dejar fascinados con tu arte a 2.000 neoyorquinos en edad de florecer que jamás olvidarán esa experiencia?
Miguel Marín vuelve a su butaca, ha tratado de convencer a la estrella de que salga a bailar con la ropa de calle, tacón y chandal, una pataíta y a otra cosa. No ha tenido éxito. Sara es la jefa y quiere bailar con todo.
Entre cajas hay una revolución, los guiones se corrigen sobre la marcha y el estado de emergencia se traslada al escenario. El cantaor Israel Fernández se ha dado cuenta y mira hacia su derecha para atender cualquier contingencia.
El público pasa del asombro al pasmo cuando aparece Sara Baras, los oles dan paso a un universo de emociones nuevas. El dolor se mezcla con la belleza y uno empieza a llorar en una mezcla de envidia y felicidad; envidio a esos críos que han tenido acceso a este tesoro artístico. Soy feliz porque ha merecido la pena el viaje y las incomodidades de pasar la frontera.
ATERRIZA COMO PUEDAS
El JFK es un aeropuerto viejo e incomodo, hay una hora de cola hasta la aduana en un pasillo angosto. Tras enseñar mi pasaporte, me mandan al despacho de sospechosos habituales, no es la primera vez. Esta vez no tardan mucho, recojo mi maleta y me para una mujer policía que me pregunta, otra vez, que a qué vengo. Respondo que a ver flamenco.
No es muy alta pero lleva esposas, porra y pistola. ¿Flamenco? Hace la pose de la bailaora y me arranca una sonrisa. Es el primer policía de la ciudad que lo consigue.
Me he traído el tercer libro de José Manuel Gamboa En er Mundo, sobre el flamenco en NY. Gamboa cuenta la historia del flamenco desde Carmencita que triunfó a finales del XIX y se convirtió en el primer ser humano en movimiento en ser plasmado en el cine, en el invento de Edison. Ese tercer volumen se queda en los años 50, el cuarto aún no ha visto la luz y a este paso tendrá que escribir el quinto. El flamenco en NY es un no parar. Marín lleva al frente del festival desde 2001. Ha llevado a un millón y medio de espectadores en todo el mundo.
El guitarrista Miguel Ángel Cortés me cuenta que la primera vez que vino a la ciudad tenía 14 años y vino acompañando a Mariquilla, desde entonces ha vuelto varias veces. Miguel Ángel aparece en una de las fotos del primer Omega, en el que su rostro y su posición refleja el contraste sónico del momento. “No, nunca estuve en NY con Morente”, recuerda. Miguel Ángel viaja con el percusionista Dani Bonilla que además también es cantautor flamenco y con la bailaora Lucía Álvarez La Piñona. En la furgoneta suena reguetón que al rato desaparece para dar paso al New York New York de Frank Sinatra cuando se vislumbra Manhattan.
Nueva York impresiona aunque no sea la primera vez. Dani estuvo con Rycardo Moreno el año pasado y tiene una doble vida, por un lado es acompañante de cajón y jalea a todo el que se ponga por delante; además es cantautor flamenco y tiene la oportunidad de cantar su canción en el show de Miguel Ángel Cortés que llena de guitarra el Joe’s Pub, una antigua biblioteca transformada en salas de música y teatro.
Cortés estrena una pieza de guitarra subyugante que ha grabado en el próximo disco de Esperanza Fernández. Nadie sabe por qué no se programa más guitarra solista. “Lo peor no es eso, lo malo es que nunca salen conciertos al lado de casa” dice mientras degustamos la cerveza local en una vieja taberna irlandesa. Miguel Angel viaja con el ciclo Flamenco Eñe con el patrocinio de la fundación SGAE, como María Terremoto y Diego Guerrero.
CANTE JONDO Y JAZZ
En Nueva York el buen baile flamenco siempre ha funcionado desde lo más tradicional a lo más novedoso. “Mi padre estuvo en Nueva York con Israel Galván” dice María Terremoto después de triunfar en el Joe’s Pub. Cuentan las crónicas que fue en el 2005 con “La edad de oro” y el bailaor se consagra en las vanguardias con el cante añejo de Fernando Terremoto (1969/2010). En Nueva York vender cante flamenco es tan complicado como en cualquier otra parte del mundo, incluida España.
“Yo vine a Nueva York en los años 80 y ya me pagaban bien por tocar jazz. Pero cuando vi el nivel de los músicos que tocaban en los clubes por pasar la gorra, inmediatamente me puse a estudiar” dice el pianista Chano Domínguez que se ha instalado en Brooklyn desde hace tres años. Un día que iba tocar en un club se le presentó Ismael Fernández, cantaor gitano de Triana, que estaba en la ciudad buscándose la vida con su mujer la bailaora Sonia Olla.
Chano está preparando el primer disco de Ismael y lo acompaña en el Joe’s pub, han armado un repertorio amable cercano al jazz luego Ismael confiesa: “a mis alumnos de flamenco, no les interesa la fusión, lo que les interesa es el flamenco puro” así que por la tarde enseña el arte de la soleá y las seguiriyas y en sus conciertos se pone pajarita.
Sergio de Lope pertenece a una nueva generación de músicos que ha crecido dentro del flamenco con otra mentalidad. “Yo toco el saxo y la flauta pero soy flamenco. Yo no vengo del jazz”. En su banda el cantaor El Mati manipula artefactos electrónicos. Antonio y Mara Rey son de la vieja escuela, guitarra y voz pero ¡qué voz! y ¡qué guitarra!.
Diego Guerrero es productor, arreglista, cantautor y showman y ha aprovechado el salto al continente para armar una gira con su disco Vengo Caminando. Nueva York, Miami, Austin, México y La Habana son algunos de sus lugares de paso. “Dormimos poco, pero así es esto, estamos picando piedra”. Les toca el último concierto del domingo, eso les resta público. A mediodía la compañía de Sara Baras se despide de Nueva York camino de Miami, hay reventas en la puerta. Un síntoma de éxito.
Vemos el espectáculo entero que los neoyorquinos despiden puestos en pie. A destacar “el Vals” de Lorca con música de Cohen y acento de Morente que interpreta Israel Fernández.
Tras triunfar en el City Center, Israel presenta su disco Universo Pastora en un Joe’s Pub abarrotado, el cantaor está espléndido y en las bulerías aparecen todos los compañeros del ballet empezando por Sara Baras.
2 comentarios
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Qué increíble experiencia! Gracias por el relato.
gracias a ti. Cada vez que voy a NY pienso que está todo visto y contado. Un placer