Musas latinas de la electrónica
Un repaso por veinte mujeres latinas que lideran el escenario de la música electrónica.
Desde la popularización de los artefactos electrónicos para la creación musical en los años 70 (en especial las cajas de ritmos, los samplers y los sintetizadores), la música electrónica ha ido desarrollando un universo propio rebosante de tendencias y estilos. Los sonidos digitales de los últimos años han alcanzado su mayor popularidad en la escena de clubes, lugares donde los cuerpos danzan al compás de los bombos acompasados por un protagonista: el DJ.
En América Latina las féminas pujan por el trono de la pista de baile, tanto seleccionando loops ajenos como creando sus propios sonidos. Otras por su parte caminan más allá de la música digital destinada al gran escenario. Se trata de artistas del sonido que engendran texturas imposibles, ritmos desquiciantes y atmósferas marcianas. Música experimental que adivina el futuro o nuevos sonidos que se adhieren a las músicas populares conocidas para crear un nuevo acervo sónico. Un espectro sonoro infinito que en América Latina tiene nombres de mujer.
Cultura de club: la DJ es la rock star
El alma negra de la música house y las robóticas armonías del techno marcan los dos extremos de la amplia gama de los sonidos dance más triunfantes. En Centroamérica la panameña Sara Castro se muestra versátil a la hora de mezclar house de músculo digital (más europeo que estadounidense) con percusiones afroamericanas y, sobre todo, mucha alma latina. La frescura caribeña también manda en las sesiones de Paula Fernández y Zahira Sánchez, que sumaron sus nombres de pila para bautizarse como Pauza. Este duo de Cuba ha roto todos los esquemas musicales en su Habana natal, no solo al globalizar la tradición cubana desde allí (suelen ser productores foráneos los que toman ingredientes caribeños en sus canciones), sino también al encarnar un hito femenino y feminista de la isla como mujeres DJs y productoras.
Junto con Cuba, la región latina menos globalizada es el interior de Suramérica. Por cuestiones más geográficas que políticas, en Bolivia penetran con menos frecuencia las músicas modernas más internacionalizadas. Por ello el house oscuro y enérgico que gusta a Nina Schatz se antoja como una excepción sonora en su país. Lo mismo ocurre con Daniela Albán, quien difunde el “sonido Chicago” desde su centro de operaciones en Ecuador. Daniela crea flujos bailables con programas informáticos, a lo que suma sus conocimientos en solfeo para incorporar guitarras y sintetizadores.
Otra estandarte sudamericana de la cultura de club es Fernanda Arrau. La chilena lleva más de diez años dinamizando el circuito electrónico de Santiago, ya sea como DJ, como compositora o como cofundadora de la disquera Pirotecnia. En esta casa ha editado cuatro discos que destacan por su eclecticismo: desde el house elegante hasta el techno inspirado pasando por los beats futuristas del electro.
IDM: la electrónica que se piensa
El vocablo más o menos acertado de IDM (Intelligent Dance Music) sirve para englobar a todas aquellas artistas enfocadas en la experimentación sonora. Sus discos se destinan a la escucha atenta e incluso a la relajación, caso de buena parte del repertorio de Alina Labour. Esta compositora dominicana (que también firma como 2414) equilibra la innovación digital con los instrumentos sintetizados para crear lo que ella misma denomina dreamgaze; una combinación de dream pop y shoegaze que se insinúa por igual al rock independiente de My Bloody Valentine que al techno deconstruido de Boards of Canada.
Las texturas perturbantes del sonido Warp Records (el sello británico más destacado de la IDM de los años 90) se encuentran en el libro de estilo de Carla Alfaro, más conocida como Blau Grisenc. Arquitecta de profesión, la costarricense proyecta estructuras ruidistas que se reivindican como una especie de arte industrial intangible, de piezas sonoras para museos contemporáneos. Con idéntica predilección por la música industrial, la neoyorquina de ascendencia mexicana Debit elabora collages estridentes con ritmos demolidos del techno. Sonidos artificiales que, como en la obra literaria de Miguel de Unamuno, parecen cobrar vida para revelarse contra la propia autora, de nombre real Delia Beatriz.
Synthwave en el tercer milenio: la novísima ola de los sintetizadores
Los teclados modulares que inventó Robert Moog en los años 60 no han quedado como una peculiaridad casual (y demodé) en el uso musical de nuestros días. Las armonías sintéticas que propagan se han ido actualizando en sincronía con los avances tecnológicos, por lo que adjetivos como “vintage” u “ochentero” no encajan en la descripción de las canciones de Valesuchi. Detrás de este nombre se encuentra Valentina Montalvo, una chilena afincada en Río de Janeiro que profetiza la música dance del futuro en álbumes como Golosynth (Discos Pegaos, 2014) y Tragicomic (Mamba Rec, 2019).
Las melodías de Rompiste Mis Flores (el proyecto musical de la compositora electrónica Coraima Díaz) suenan a videojuego antiguo o a banda sonora de película ciberpunk. Sus canciones (con o sin palabras) sugieren historias de corazones rotos, momentos agrios de desolación y eternas preguntas sobre la razón de existir. Rompiste Mis Flores denunció de soslayo en una campaña de micromecenazgo el poco apoyo que recibe su música por el hecho de ser mujer.
En Guayaquil, David Rojas y María Beatriz Crespo fundaron el tándem sintético Hiato, cuyas riendas ha tomado ella en solitario en lo que también puede considerarse un acto de empoderamiento musical femenino. Las secuencias rítmicas de María Beatriz se imaginan tañidas por androides en una discoteca interplanetaria. Linea Coral (La Casa del Gato, 2018) -su último disco- también contiene momentos de downtempo futurista que invitan a relajarse en el sofá.
Folktrónica femenina: cuando la raíz latina permanece
Ya se ha defendido en este medio la folktrónica latinoamericana como un género en sí mismo. Así como se repasó la plantilla del sello ZZK Records, el más importante en lo concerniente a la electrónica folclórica de estos lares. Compartiendo catálogo con Nicola Cruz, Mateo Kingman o Mitú está Dat García. La compositora de Monte Grande -a las afueras de Buenos Aires-, se había involucrado desde niña en el folk argentino hasta que, ya en este siglo, se sumergió en la música digital de la mano de Chancha Vía Circuito (también en ZZK Records) y de otros productores.
El trío dominicano Estación Sub_Trópico (formado por dos mujeres y un hombre) ensancha el camino de la folktrónica al incluir otras sonoridades de la electrónica de vanguardia. Los bombos del electrohouse minimalista se enredan con los cantos isleños tradicionales, lo cual fructifica en unos viajes musicales donde presente y pasado se estrechan la mano. No menos bailables son las producciones de Shushupe, el sobrenombre de la peruana Úrsula Talavera. Sus loops selváticos abrazan distintos acervos musicales americanos, siendo la cumbia amazónica su predilección.
¿Es la electrónica el nuevo pop?
Hace ya demasiados años que se está buscando el “nuevo pop”; esto es, la corriente musical que se convertirá en hegemónica. Lo pudo ser el indie, ahora dicen que es el trap (o la onda urbana en general) y durante mucho tiempo la electrónica más accesible al gran público también aspiró a ello. Entendiendo el pop como canción -como una disposición variable de estrofas y estribillos- los envoltorios digitales se tornan vestimentas que no cualquier artista confecciona con maestría. De entre los abundantes conjuntos de pop electrónico que pululan por el mundillo alternativo, pocos logran la destreza sonora de los colombianos Ságan. Formados por María Gutiérrez y Felipe Ortega, el dúo trabaja programaciones digitales en los aledaños de la IDM y el ruidismo. A ello añaden unas ambientaciones de bella factura que casan a la perfección con el dulzor de sus melodías, conducidas por la suave voz de María.
Su paisana Gabriela Jimeno también transgrede el pop maquillado de sonidos contemporáneos. Cuando subió sus primeras canciones como Ela Minus, utilizó tiny dance como subgénero musical. Y puede que así haya creado su estilo propio, siempre y cuando ese “bailecito” consista en pop íntimo, casi sensual, con un embalaje sintético de latidos digitales y cadencias refinadas. Comparaciones -odiosas siempre- la han situado al lado de Björk.
Lo de Camille Mandoki son palabras mayores. El concepto “productora de música electrónica” se le queda corto por varios motivos. Por un lado, porque sus composiciones se hinchan de sonidos orgánicos hasta acabar sonando a todo menos a electrónica convencional. Por otro, porque Camille (como otras artistas aquí presentadas) canta. Y además, lo hace con tanto portento que convierte su voz en el instrumento más valioso de sus canciones. Desde registros delicados hasta momentos de catarsis vocal. En suma, sus piezas se antojan inclasificables, evocando por igual a la belleza del pop ambiental que a la épica del post-rock.
Berlín: Exilio latino en la capital del techno
La ciudad alemana se erige como la meca mundial de la música electrónica. Por esta razón muchísimos artistas de distintos rincones del planeta establecen allí su sede creativa. América Latina no es ajena a ello y en Berlín residen carismáticos DJs y productores como el duo argentino Mueran Humanos o los chilenos Ricardo Villalobos y Matías Aguayo. Este último dirige el sello discográfico Cómeme, del que también forma parte la argentina Ana Helder. Su sonido responde al minimalismo puramente alemán de bases henchidas con pinceladas de techno y líneas de bajo robotizadas. Algunas producciones de Ana se decantan por el ritmo roto, arrimándose a las formas musicales de su compatriota Amparo Battaglia. Esta usa el alias de Catnapp, bajo el cual explora toda la intensidad rítmica del drum and bass y el break beat, así como otros géneros vinculados al pop negroide como el R&B y el rap.
Alejandra Cárdenas también cambió su Perú natal por la capital alemana, donde se bautizó como Ale Hop. Más que una creadora de loops digitales, Cárdenas es una artista sonora, pues va más allá de computadoras, teclados y cajas de ritmos. Ale Hop parte del instrumento bandera del rock: la guitarra eléctrica. Con ella engendra ambientes tenebrosos y ruidos ordenados en compases tras cablear el instrumento con pedales y otros cacharros de ruido y distorsión. Estas técnicas son propias del noise y el shoegaze, subgéneros del indie-rock con los que Ale Hop no coquetea para nada, pues el resultado de sus tácticas musicales se enmarca en la vanguardia sonora, el ruidismo y la experimentación.