Al que quiera Celeste, que le cueste
Es que nadie ha cantado nunca, antes o después, con la conmovedora gracia de Celeste Mendoza. Ella logró que uno extrañe su voz en el aire de Cuba, cada día.
La primera vez que la escuché cantar quise llamarme Juan José, para sentirla pronunciar mi nombre en aquel guaguancó cadencioso que nadie ha cantado como ella.
Que yo no puedo mencionar su nombre
para que su marido no se entere
ella sale de madrugada / con un mantón verde limón
que yo la vi / que yo la vi / que yo la vi
Coro: ¿Cómo se llama usted?
Que yo me llamo Juan José”.
Es que nadie ha cantado nunca, antes o después, con la conmovedora gracia de Celeste Mendoza. Ella logró que uno extrañe su voz en el aire de Cuba, cada día.








Cuentan que los trece años llegó con su familia a La Habana, y más tarde debutó como cantante en un programa radial de la emisora CMQ, donde interpretó la guaracha El marañón, de Julio Cuevas. Muy joven integró el cuerpo de bailarinas de varias compañías, incluyendo “La Batami”, con la que actuó en el Teatro Martí.
Y en el mármol de su tumba / de eterna recordación
pondremos esta inscripción / que es la copia de una rumba:
No la lloren, que no, no la lloren,
que fue la gran bandolera, / enterrador, no la lloren.
Dios había avisado que venía. “Ella misma contó en televisión, que pocas horas antes de su nacimiento había llovido torrencialmente y enseguida se sintió un fuerte temblor de tierra”. Cuando Rita Montaner la vio actuar, dijo: «¡Al fin veo a una estrella verdadera! Es La Reina del Guaguancó».
Celeste Mendoza se incorporó como corista a Tropicana en 1951 a petición de su gran coreógrafo Federico Neyra, Rodney, y allí comenzó a despegar su carrera.






Hoy se presentará, como cada noche, aquí, en el “Sierra Nigth Club”, en Concha entre Cristina y Vía Blanca, que tenía en aquella época dos shows diarios y dos orquestas. Lo hará junto a Rolo Martínez, con quien ha establecido un momento atractivo en esta capital llena de ritmo. Viene de cantar con el Benny Moré y con Rolando Laserie en televisión.
Aquí sonarán esta noche los tambores, y se mezclarán con el repiqueteo de los tacones, y las agudas carcajadas de esta mulata con antecedentes chinos que nació en Santiago de Cuba, tierra caliente, en el año 1930, que supo convertir en rumba hasta las más feroces rancheras y los más intensos corridos mexicanos.
No te voy a querer
Ni te voy a mirar / para que sufras.
Ni aun siquiera sabrás / si algún día te di / mi cariño.
Quizás en esa forma tu comprendas
que puedo yo vivir sin tus caricias.
No, no te voy a querer / ni te voy a mirar
para que sufras.










Celeste llenó miles de noches con su sabor. Teatros, cabarets, televisión, cine. Su sonrisa y su sabrosísima cadencia estuvieron siempre por doquier. Y en esa entrega, grabó discos, donde hay dos momentos muy señalados en su carrera. Uno, acompañada por la orquesta del gran Bebo Valdés, y el segundo, integrándose al arte inigualable de Los Papines. Y en esa amalgama de sonidos afrocubanos, le cantó a la gente, al amor y al desamor, y hasta a la historia de la isla de una manera disparatada y exagerada, en ese tema que dice:
Perdió Cuba, patria mía / las minas de Potosí.
Perdimo’ a José Martí / que era nuestra garantía.
Perdimo’ a Calixto García / que era nuestro general.
O, Maceo el inmortal / murió a mano de un traidor.
Pues que yo pierda tu amor, / nada viene a resultar.
Ya está en el escenario. Cierra los ojos ahora y vuela a La Habana del pasado, porque esta noche todo se llena de Celeste Mendoza. Sus pasos resuenan en las aceras de la ciudad y del mundo, y parece que nunca se ha ido, que no lo hará jamás. El día que la extrañemos, que viaje de vuelta a nosotros bailando sobre este canto:
Perdió su barco Colón / víctima de un terremoto.
Siendo tan bueno el piloto / se perdió su embarcación.
Perdió su colocación / en la finca un mayoral.
Perdió su hermoso central / todo lleno de esplendor.
Pues que yo pierda tu amor, / nada viene a resultar.
Échate pa’ allá, contigo no quiero na’.
Para que aparezca cada hora, cada minuto, cada segundo Celeste Mendoza, no hacen falta tambores. Ella acudirá con los latidos del corazón.
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