Ignacio Piñeiro va a estrenar Suavecito
El Son es lo más sublime, para el alma divertir. Se debiera de morir, quien por bueno no lo estime.
Era abakuá, decimista, y compositor. Fue el primero que se atrevió a escribir un tema en 1926, titulado “En la alta sociedad”, que habla de la iniciación de los ñáñigos, y que, para colmo de atrevimiento, fue grabado por una mujer, María Teresa Vera, de quien Ignacio Piñeiro heredaría el Sexteto Occidente, que convertiría en el Sexteto Habana Sport, después llamado Sexteto Nacional, y más tarde, Septeto.
Cada vez que oigo o leo su nombre, siento en mis oídos la divertida voz de María Teresa cantando:
Para cantar abakuá / no sirve la maraquita.
El íreme necesita / enkómo y bonkó,
y el anankobeko efimereme obón iyamba.





Ignacio nació en el barrio de Jesús María de La Habana, el 21 de mayo de 1888, y fue criado en Pueblo Nuevo. Nunca se va a enterar de que lo calificarían de “genio transformador del son cubano”, “poeta del son”, y “exponente excelso de la música cubana”. A él no le iba a importar ninguno de esos elogios, aunque de seguro sospechaba que era un profeta, o así se sentía. Por eso lanzó en su son más conocido esta sentencia: “El Son es lo más sublime, para el alma divertir”.
Es 1930, y hoy actúa el Septeto Nacional aquí, en el cabaret Sans-Souci, donde estrenarán en la isla un tema que identificará a Piñeiro y a la agrupación para siempre. Se titula Suavecito, y tiene una larga y accidentada historia, pues comenzó a crearse en La Habana, completado en Nueva York y terminado en España, y dice:
A ti te gusta mucho Carola, / el son de altura,
con sabrosura, / bailarlo a solas. //
Lo mismo aprisa que despacito, / cuando lo bailas, /
con tu chiquito, contenta dices:
Suavecito, suavecito, suavecito es como me gusta más.
Ese tema inmortal, que sigue moviendo fibras y piernas, fue estrenado por el Septeto Nacional el 5 de octubre de 1929 durante la Feria Iberoamericana de Sevilla, España. Fue la obra que inauguró la actuación del Septeto Nacional en aquella Feria. Es casi producto de un accidente y de la impaciencia, en un viaje azaroso a la “Madre Patria”.
Dicen los libros que “Parten el día martes 18 del puerto marítimo de La Habana en el Buque Vapor S. S. Cristóbal Colón, con destino a Nueva York y la intención de realizar algunas grabaciones con la Columbia Records, para continuar finalmente a España. La llegada a Nueva York se realiza el 21 de junio. Por una mala maniobra en la bahía de Nueva York el barco encalló y sufrió averías en sus máquinas. Esto impidió que pudieran bajar a tierra, y no realizan las grabaciones contratadas desde Cuba”.
Eso confirma el viejo refrán de que “una cosa piensa el borracho, y otra el bodeguero”, es decir, que las cosas, cuando no salen como están previstas, suelen traer una variable que las hace mejores. “Durante la espera de tres largos días que duró la reparación del barco fueron visitados por algunos empresarios de la Compañía Columbia y amigos, entonces Piñeiro empezó a sacar Suavecito, que dedica a la hija de un compadre de Nueva York”. Pero otros versos nacieron en Andalucía:
Una linda sevillana, / le dijo a su maridito,
me vuelvo loca chiquito, / por la música cubana.






El Septeto se había fundado en La Habana el 13 de diciembre de 1927, integrado por Ignacio Piñeiro, director y contrabajo; Alberto Villalón, guitarra; Francisco González Solares “Panchito Chevrolet“, tres y voz prima del coro; Juan de la Cruz, tenor y claves; Bienvenido León, barítono y maracas, y José Incharte “El Chino”, bongó.
Ya algunos temas de Ignacio habían sido grabados por una agrupación rival, el Sexteto Habanero, como
Esas no son cubanas y Las cuatro palomas. Pocos pudieran decir que jamás han escuchado estos versos:
Como perlas preciosas / adorno de ilusión /
al mundo las mujeres / hacen su aparición.
Hay buenas de alma pura, / otras muy malas son.
Pero las de mi tierra, / se salen del montón.
Las que no sean de talle gracioso, / de andar zalamero
con gracia sin par. // Esas no son cubanas.
En 1932 Piñeiro compuso otra de sus joyas titulada Buey viejo, que estrenó la agrupación en el hotel Dos Hermanos, y sucedió algo que muy pocos recuerdan: la visita a La Habana del compositor norteamericano George Gershwin, que en la radioemisora CMCJ escuchó el Son Échale salsita, partes de la cual aparecen en su obra sinfónica Obertura Cubana. Aquel Son fue la consagración musical, histórica y gastronómica de Guillermo Armenteros “El Congo”, que hacía unas inolvidables butifarras en Catalina de Güines. Imagino que Gershwin quedaría atontado con esta estrofa:
En Catalina me encontré lo no pensado,
la voz de aquel que pregonaba así:
Échale salsita, échale salsita…
Y como ya iba siendo costumbre, el Son es apuntalado con otra idea:
En este cantar propongo / lo que dice mi segundo:
No hay butifarra en el mundo / como la que hace El Congo.
El despegue artístico de Ignacio Piñeiro fue con el grupo Claves y Guaguancó El Timbre de Oro, y más tarde se convirtió en director de Los Roncos, de Pueblo Nuevo”. Con esa chispa siempre encendida para el Son, el bolero y la rumba, Piñeiro no perdía oportunidad de crear cosas que iban a ser luego su rastro vivo sobre la tierra. Cuando comenzaron a grabar en la disquera Víctor, que todavía no era RCA, fue gracias a un señor de apellido San Juan, empleado de la ferretería Viuda de Humara y Lastra, que tenía la representación de la Víctor en Cuba.
Dice una crónica que “San Juan era viajante de comercio, tenía que ir por toda la Isla y era un fumador de pipa empedernido. De ahí le vino la idea a Piñeiro para el número La cachimba de San Juan“. Ese tema jocoso y jaranero dice:
La cachimba de San Juan, / no sé qué misterio tiene que me la quieren comprar, / la cachimba de San Juan / el que ha dado chuponcito jamás la quiere soltar. // La cachimba de San Juan / se la llevan las mujeres todas la quieren fumar, / porque dicen que les quita las penas del corazón.











En 1934 Ignacio Piñeiro se retiró del Septeto, para reaparecer en 1954, al frente del conjunto. Murió el 12 de marzo de 1969. Pero no se ha ido del todo. Cuando suenan las claves, o el bongó, o el tres puntea un Son, hay en el aire una voz que nos recuerda esto:
El Son es lo más sublime, para el alma divertir.
Se debiera de morir, quien por bueno no lo estime.
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