Irakere y Chucho Valdés en Medellín
Sucedió en 1993. Recuerdos, anécdotas, baile... y Muhammad Ali.
Nunca se imaginó el público de Medellín que ese 15 de septiembre de 1993 llegaría a la ciudad uno de los grupos cubanos más representativos de la nueva y contemporánea música cubana, liderada por Chucho Valdés y que en sus primeros años tuvo entre sus filas a ahora históricos como Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval y Jorge Varona. Si señores, ¿Cómo no? El mismo Irakere –en lengua yoruba significa vegetación, selva–, el de la Misa negra, Bacalao con pan, Xiomara mayoral, Aguanile bonko, Dile a Catalina, Juana 1600, Ese atrevimiento, Valle de picadura y tantos otros que llegaron a la ciudad por correo de las brujas, en casetes y discos, que circulaban entre los sectores universitarios y sindicalistas desde mediados de la década del 70, porque la mayoría de casas discográficas colombianas se negaban a publicar un producto musical al que consideraban desconocido, fruto de la visión comercial y la miopía cultural que padecían.
La orquesta que cambió los conceptos, abrió caminos y marcó un nuevo rumbo de la música bailable cubana y dejó un inmenso legado en el jazz afrocubano, o latino, o como lo quieran llamar, se presentó pasadas las ocho de la noche en el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez. Era la primera presentación del grupo en Colombia, como lo recuerda el representante de la orquesta en ese entonces Jorge Alfaro. El mismo representante nos contaba que después de muchos inconvenientes, pero con la ayuda del gestor cultural Camilo de Mendoza que viajó a La Habana, se pudo concretar la presentación: todo comenzó en un festival de jazz de Aruba, allí conocimos a un señor Uribe presidente de la Big Band de Jazz de Medellín, y coordinamos la gira para Medellín y Bogotá. Uribe se comunicó con la señora Luz Marina Rodas, directora del Teatro Libre de Bogotá y ella a su vez con Camilo y ahí todo arrancó. Llegamos al aeropuerto de Medellín y nos sorprendimos de los fanáticos que fueron a recibirnos. En la capital hicimos dos conciertos y seguimos para el Teatro Municipal de Quito, Ecuador, y de ahí regresamos a La Habana.
La Big Band Jazz de Medellín fue fundada en 1988 por los hermanos saxofonistas Luis y Jaime Uribe Espitia, el pianista Juancho Vargas y Ricardo Uribe, este último promotor cultural y productor ejecutivo de la orquesta y fue quién contactó a Alfaro en Aruba. La Big Band surgió cuando ya no era común verlas y fue la primera de su tipo en la ciudad, para una temporada anual de una o dos presentaciones. El repertorio eran estándares norteamericanos de la era del swing con adaptaciones de sus fundadores y con algunas cumbias, porros y pasillos arreglados por ellos mismos. Este renacer del sonido big band en Medellín y su acogida facilitó la llegada de Irakere cinco años después, aunque Irakere no era estrictamente una big band.
Chucho subió a la tarima con sus muchachos, se acomodó en su piano, desde donde saludó a su fanaticada que ya estaba en trance y colmaba el teatro. Al fin, la espera de ver y de tener cerca a Irakere comenzó a hacer realidad, ya no en programas radiales especializados, discos y casetes piratas. Un instante esperado por todos: músicos y espectadores. Sentado levantó la mano, marcó los compases y en medio de cerrados aplausos inició la fiesta afrocubana sin retorno durante las siguientes dos horas. Algunos temas de Irakere que sonaron esa noche fueron Xiomara mayoral, Juana 1600, El volcán del Caribe, Homenaje a Duke Ellington, La Pastora… Al final del concierto, tras una ovación interminable, los cubanos volvieron al escenario y encendieron de nuevo a los presentes con una conga carnavalera, con los músicos con sus instrumentos a cuestas, por los senderos y pasillos del teatro con espectadores en fila y algunos apasionados extasiados gritando ¡Viva Chucho, Viva Irakere y Viva Cuba!
Tres meses antes el virtuoso pianista cubano Gonzalo Rubalcaba se había presentado en el mismo escenario con su cuarteto, que tras el éxito motivó la presentación de otros músicos contemporáneos de la isla. Esa inolvidable noche de septiembre, hace ya 30 años, Chucho llegó acompañado de lo que hemos considerado la tercera generación de Irakere con Oscar Valdés (vocalista y percusión), Carlos del Puerto (bajo), Carlos Emilio Morales (guitarra), Enrique Plá (batería), Orlando Valle “Maraca” (flauta y teclados), Miguel “Angá” Díaz (conga), Juan Munguía y Adalberto Lara (trompetas), Carlos Averhoff (saxo tenor) y César López (saxos alto y barítono). Varios de ellos fundadores y otros con la difícil misión de reemplazar a los históricos.
Una entrevista
Chucho Valdés e Irakere llegaron a Medellín dos días antes de su presentación en el teatro, los acomodaron en el Hotel Intercontinental de la avenida Las Palmas, al oriente de la ciudad. Allí, al día siguiente de su arribo, con el periodista Octavio Gómez, nos concedió una extensa entrevista en el lobby del hotel, en la que como condición que le propusimos “no vamos a hablar de lo mismo de siempre”, sino de sus influencias pianísticas, su entorno familiar, sus gustos y disgustos, y otras pasiones.
Nos habló de la primera experiencia en el piano con su padre Bebo, que vivía en Suecia y hacía años no veía; de Lecuona que era amigo de su padre y los visitaba y le daba consejos, de la exquisita digitación de Peruchín, de sus primeras prácticas con la obra de Chopin, de la música experimental de Varése, referenció a Bartók en su estilo de componer cuando se trata de acercar lo folclórico de los cantos religiosos yoruba y los tambores batá con el jazz y la música clásica; de la presencia del jazz de Mingus en su obra, de las largas horas de estudio del estilo de Bill Evans, del gran respeto por Ellington, de las audiciones de la obra jazzística de Monk, Tatum y Powell. Se puso triste cuando nos habló de la reciente pérdida de Emiliano Salvador. Soñaba con conocer y grabar con Corea y Hancock –sueño que pudo cumplir–, deliraba hablando de la profundidad yoruba de su Misa negra ligada con el jazz. Presagió un futuro grande de la pianística cubana del momento: ahí tienen por ejemplo a Gonzalito, exclamó… y así se nos fue extendiendo el tiempo.
Al final de la entrevista, en un momento de frivolidad, le preguntamos que cuál era su mayor frustración, y nos dijo con sinceridad: que me perdonen como cubano, pero no sé bailar, nunca me he preocupado por eso en una isla tan bailable. Y para terminar nos contó, saliéndonos de lo estrictamente musical, que su ídolo era el boxeador Muhammad Alí y que en la medida en que podía veía sus peleas, en especial las que tuvo con Frazier, Norton, Foreman y Spinks, y su admiración se acrecentó cuando supo de sus luchas por la discriminación y por los derechos civiles de los afronorteameicanos.
Meses después conocimos a un fanático del boxeo que tenía una colección de videos de los grandes de los tinglados y nos preparó un video en formato VHS con las mejores películas del Ali victorioso y a través de varios intermediarios lo enviamos a Cuba. Nunca supimos si lo recibió.
En la noche, después de la entrevista, volvimos a coincidir en casa de Luis Fernando Valencia “El Vale” (qepd), en el barrio La Floresta. Chucho llegó invitado por el anfitrión a un asado con algunos de sus músicos, entre ellos César López y “Trompetica” Lara. En un momento de efervescencia se acercó a un antiguo piano vertical, marca Wheelock, que estaba en un rincón, y sin decir nada nos tocó su Mambo influenciado, El manisero de Simons y La comparsa de Lecuona (*). A su lado un niño de apenas 13 años lo observaba boquiabierto, el principiante le tocó algo y el inmenso pianista le dio unos consejos de digitación y lo abrazó. Ese niño es ahora el candelario pianista, compositor y arreglista Juancho Valencia. Un reconocido pianista profesional que estaba en la reunión cuando le pidieron que le tocara algo a Chucho, sólo dijo “delante este monstruo no me atrevo”. Las vueltas que da la vida, no perdón, que dan los pianos.
En otro momento de la reunión cuando comenzó a sonar un sabroso son matamoriano, que no podían faltar en casa de El Vale, le dijimos a una amiga que lo sacara a bailar y como todo caballero accedió, se quitó la chaqueta negra que llevaba y nos demostró que si sabía bailar, no con destreza ni mucho menos con virtudes, pero se defendía, marcaba los compases con los pies, nos sonreía y agradeció que fuera un sublime son, porque de eso si conocía.
El regreso
Ocho meses después, el 18 de mayo de 1994, regresó Irakere a Medellín y los aplausos se intensificaron con aforo completo en el mismo teatro y con los mismos asistentes, porque los orgasmos sonoros deben repetirse. El 20 y 21 de mayo estuvieron en el Teatro Libre de Bogotá. Nunca regresaron por estos solares.
Irakere siguió presentándose hasta 2004 en otros países y escenarios como un proyecto alternativo de Chucho, cuando celebró una gira por varios países y una grabación con motivo de los 30 años del grupo. Con frecuencia realiza homenajes a Irakere con su grupo actual The Afro-cuban Jazz Messengers. Pero Chucho si regresó a Medellín en otras ocasiones en el nuevo milenio con diferentes formaciones de sus Messengers: octeto (2010, con la cantante Mayra Caridad Valdés, su hermana), cuarteto (Medejazz 2017) y quinteto (2015). La más reciente presentación fue en septiembre de 2022 junto con Paquito D’Rivera en el proyecto Sexteto Reunión, en el marco del Festival Internacional Medejazz.
El que si regresó en 1994 para quedarse en Medellín fue el saxofonista tenor Carlos Averhoff. Vivió tres años entre nosotros entre amores y grabaciones. Para Guana Records grabó con Luis Fernando Franco el álbum Imágenes, un experimento de jazz con tonadas de los indígenas emberas de la región de Urabá. Igualmente grabó un álbum con la pianista japonesa Mine Kawakami, con la cantante Alicia Isabel Santacruz; produjo la música incidental para las películas La vendedora de rosas y Sumas y restas de Víctor Gaviria, y música para jingles. En 1997 se trasladó a Miami, donde organizó sus propios proyectos musicales: trío, cuarteto y quinteto. Fue profesor de saxofón de universidades y colegios de música. Falleció en diciembre de 2016.
Esta historia no puede terminar sin su final feliz y fue el encuentro de Chucho con Muhammad Ali en Nueva York, el 17 de enero de 1996, cuando coincidieron en los festejos del cumpleaños del pugilista en un restaurante en la ciudad, previo a uno de sus conciertos con Irakere. Ese día, ambos se dedicaron a sus travesuras con guantes de boxeo, el uno como boxeador frustrado en los días de divagaciones entre el piano y los tinglados en Quivicán, Cuba, y el otro, ya ex-boxeador desde su retiro definitivo en diciembre de 1981.
En agosto de ese mismo 1996 la leyenda del boxeo visitó Cuba en misión humanitaria, llevando una donación de más de un millón de dólares en material médico. Aprovechó la oportunidad para saludar y bromear con Fidel Castro y se encontró en esa oportunidad con su amigo Teófilo Stevenson, medallista olímpico en tres oportunidades (Munich 72, Montreal 76 y Moscú 80), además de titular en los Campeonatos Mundiales de Boxeo Amateur en La Habana 74, Belgrado 78 y Reno, Nevada, en 1986, al cual Alí sentía respeto y admiración. Chucho en esta oportunidad saludó a su admirado amigo y volvieron a cenar juntos en un hotel para deportistas, Alfaro nuestro informante no recuerda su nombre, que quedaba cerca de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, ubicado en el municipio de Playa, y en el Hotel Nacional. Muhammad regresó dos años después y se volvió a reunir con Fidel y también con el más grande boxeador amateur de la historia, Teófilo Stevenson.
El monarca profesional y el titular olímpico y mundial, ya fallecieron. El primero el 10 de junio de 2016 y el segundo el 11 de junio de 2012. Mientras tanto, Chucho, quien fue amigo de ambos, nos sigue deleitando con su piano magistral y sus propuestas etéreas. Sigue siendo considerado como la figura más influyente de la historia del jazz afrocubano. Con 82 años lleva más de 60 años con una carrera impecable de mística, ritmo y sabor junto a su piano, ha ganado seis Premios Grammy, y cuatro Premios Grammy Latinos, entre otros muchos galardones y doctorados Honoris Causa.
Seguramente Chucho nunca olvidará el día en que una afortunada lo sacó a bailar en aquel lejano 1993, y nos demostró que, si bailaba a su modo; y tampoco olvida, y lo recuerda frecuentemente en las redes sociales, aquel día de frío invierno neoyorquino de 1996 cuando pudo cenar, abrazar y sentir las manos del boxeador más grande de todos los tiempos, junto a las suyas de sutil boxeador que se desplaza con tumbao sobre las 88 teclas de su piano lírico, suave y lento, combinado con aceleres percutivos de acuerdo a sus estados emocionales…
Nota: (*) Años después el piano fue donado por la señora Gilma Vanegas, viuda de Valencia, a la pareja María Teresa Taborda y Raúl Maya del Colegio de Música de Medellín. Según Raúl, no es estrictamente un piano sino una pianola, fabricada en Nueva York, que originalmente tenían un complicado mecanismo que al introducirle un rollo perforado en la ventana frontal reproducían obras musicales de la época. Cuando comenzaban a fallar los técnicos locales le retiraban el mecanismo y quedaban convertidas en un piano normal vertical de estudio. En la actualidad funciona completamente restaurado.
Agradecimientos: Para escribir este recuerdo resultó todo un proceso colectivo en el que se vincularon desde La Habana Jorge Alfaro y Jorge Rodríguez; y en Medellín Juan Fernando Trujillo, Hugo Mejía, Carlos Valencia, Juan Carlos Mazo, María Teresa Taborda y Raúl Maya. A todos fraternales agradecimientos por sus aportes y observaciones.