Tras las huellas de Jorge Dalto
Fuimos en busca de la leyenda de Jorge Dalto, hablamos con quienes lo conocieron y descubrimos una historia fascinante.
El mejor solo de piano que he escuchado nunca es el de Jorge Dalto en la canción Voló, versión de Willie Colón en su disco Tiempo Pa’ Matar. Si, ya sé. Seré condenado a muerte y arderé en los infiernos por tal aseveración. Y posiblemente tengan razón quienes me juzguen, pero moriré convencido de ello.
Existen muchos solos de piano brillantes en la música latina y caribeña, en la salsa y el latin jazz. Los hermanos Palmieri y Papo Lucca se llevan la palma en referencias salseras al igual que Richie Ray desde su mítico Sonido Bestial, donde va de Frederic Chopin a Peter Nero en dos secciones, hasta su incandescente Caliente, todo un recital de virtudes ejecutorias. En el jazz latino imposible no admirar a Chucho Valdés, Emiliano Salvador y Gonzalo Rubalcaba, abundantes en piezas magistrales. De la misma forma dos de mis pianistas favoritos, Joe Loco y Eddie Cano, son un dechado de técnica y sentimiento. Y me voy más allá: otros tres favoritos míos en el jazz, Erroll Garner, Conley Graves y Ramsey Lewis, tienen cosas para volverse loco.
Comparado con tanta muestra de virtuosismo el solo de Dalto en Voló es demasiado sencillo y breve. Pero me conmovió desde el primer instante en que lo escuché y la verdad es que me costó encontrar un razonamiento lógico para ello. Dura un minuto y seis segundos y ni siquiera va in crescendo, sino todo lo contrario: comienza con un juego de acordes para luego sumergirse en la melodía e ir pasando del colorido al intimísimo, dejando que sea la banda la que retome el control, como quien consuela a aquel que expresa un lamento.
Voló es una canción preciosa, una creación de Rafael Hernández en el tiempo en que vivía en Nueva York y simbolizaba con su obra musical y la tienda de discos que regentaba su hermana Victoria, Almacenes Hernández, el sentimiento de los puertorriqueños en la Gran Manzana en aquellos tiempos, los años 30 del siglo XX. La canción cuenta la historia de una desdichada mujer que vive de tragedia en tragedia, dejando en incógnita su destino final. La primera versión la cantó Pedro Ortiz Dávila, Davilita, con el Cuarteto Victoria de Rafael Hernández. Marty Sheller hizo el arreglo de la versión de 1984 haciendo que Colón y su orquesta ejecuten el grueso de esta obra casi teatral de principio a fin, dejando únicamente dos elementos para el cierre: el solo de Dalto y el epílogo de la narración.
Tiempo Pa’ Matar coincidió con el comienzo de mi carrera de Comunicación Social en la Universidad Javeriana por lo que toda esa época tarareé el disco entero sin pensar mucho en quien era el pianista. Pero cuando llegó la hora de la tesis de grado y recorrí Colombia buscando historias de salsa, visité Medellín y en la casa de Luis Fernando Valencia, El Vale, pude ver los vídeos de Dalto tocando con la increíble orquesta de Tito Puente. Era tremendo, lleno hasta decir basta de recursos técnicos, portentoso. Y en un tema en particular, Bluesette, composición muy emocional de Toots Thielemans, Dalto era igual al mismísimo Bill Evans, Dios del hard-bop, unánimemente admirado por todos los públicos. Aquel a quien Joachim Berendt llamaba “el primer pianista modal, el Chopin del moderno piano de jazz”.
Entonces entendí que era lo que tenía de especial eso que me gustaba de Dalto: que iba más allá de la música asumida como una amalgama de melodía, ritmo y armonía. El creaba un ambiente de una manera casi espiritual. A él se le podía aplicar lo que decía el pianista Michael Naura sobre Evans, “sólo alguien capaz de una devoción total puede tocar el piano así”. El solo de Voló no era simple y corto. Era minimalista y transmitía con piano las emociones de la muchacha que protagonizaba la historia.
Contento con mi descubrimiento fui atesorando grabaciones de Dalto sin parar. Creí detectarlo en algún disco sin créditos, pero me abstuve remitiéndome a los listados oficiales. La verdad es que había poca información. Solamente desde la pasada década se habla de Jorge Dalto. A comienzos de siglo XXI era un ilustre desconocido para la mayoría y me llamaba la atención que mientras el mundo especializado del jazz latino le decía “el argentino”, como si no fuese posible que alguien del Cono Sur tocara tan bien, en su tierra ni lo determinaban. El mundo de la música está lleno de prejuicios. Pensar que sólo un caribeño puede tocar bien música del Caribe es uno de ellos. Deducir que los grandes músicos de Argentina sólo están en el rock es otro.
Y en esa revisión de esa obra completa encontré de todo: tango, milonga, salsa, jazz, bossa nova, samba, canción… Y una marcada tendencia a aparecer en momentos específicos de la música detrás de grandes de la misma. En las fotos y en los vídeos no solía aparecer en primer plano, siempre estaba detrás con su cabello largo y su barba que me recordaba al amigo Juan Carlos Garay. No había síntomas aparentes de engreimiento (otro prejuicio), pero con un aura que obligaba a mirarlo. Eso si, existía una reverencia implícita hacia su música, lo que se puede entrever en el tema Homenaje a Tres Grandes del Teclado, de Papo Lucca y la Sonora Ponceña.
Lo comenté con mi amiga Claudia Salomone, quien vive en Buenos Aires, y ella propuso que juntos lo revisáramos todo, de los pies a la cabeza. Este, dividido en tres partes, es el fruto de esa revisión a cuatro manos habiendo conversado con familiares, amigos y muchos músicos que compartieron escena con ese fabuloso e increíble pianista que fue Jorge Dalto.
1. EL PIANISTA DE LAS MAREAS
A inicios del siglo XX llegaban al puerto de Buenos Aires los navíos atlánticos de la migración europea, convirtiendo la travesía marítima en el signo que marcaría las generaciones siguientes de argentinos. La abuela Dalto venida de un borgo medieval del sur de Italia, con algún organetto y canciones en dialecto meridional, pudo acunar trece hijos al otro lado del mundo donde la tierra era plana, rica y extensa, escuchando otras lenguas, pobladas de acentos y ritmos nuevos. Y allí pudo sintonizar una radio que traía sonidos lejanos, noticias del viejo mundo y músicas exóticas que comenzaban a inundar la casa.
Las mismas aguas traían maquinarias que revolucionarían el conocido. Desembarcaba la industria discográfica internacional en Argentina. Como escribe Marina Cañardo “…desde 1919 comenzó a funcionar la primera fábrica de discos del país, la primera de la región y le permitió a Buenos Aires volverse ‘un faro’ de la industria en esta parte del mundo. El tango comenzaba a escucharse en vitrolas, junto a otras músicas, y en los años 20 tuvieron una circulación planetaria. La grabación de la música produjo una valoración inédita de la interpretación musical”, A través de la Industria también llegaba la fiebre del tango a La Habana, y las músicas del Caribe hasta Roque Pérez, en las llanuras del fin del mundo.
En los años 50, el pueblo de Roque Pérez, de la zona agrícola de la Provincia de Buenos Aires, vio nacer a muchos hijos de la inmigración que formaban sus orquestas populares con instrumentos europeos, entre toques afro convertidos en milongas, mazurcas, polkas y valses. Músicos de formación académica y otros empíricos se reunían para interpretar tango, la danza común que enlazaba a los nuevos argentinos. Roque Pérez bailaba con la Orquesta Típica de Eliseo Dalto con su bandoneón, al que sumaba dos más, un violín, piano y contrabajo, presentándose en los bailes de la zona y especialmente en Carnaval. Su esposa Nélida amaba la ópera y tocaba el piano que había en la casa, y entre los hijos de “Lelo” y “Porota” la radio traía un imaginario ecléctico de jazz, tropicalidad y tango que escuchaban Juan Carlos, Jorge y Ana Lucía, estudiantes de música.
Dice Juan Carlos Dalto: Nosotros nos criamos entre la música, mi papá tenía una orquesta y tocaba en el pueblo de Roque Pérez donde Jorge y yo estudiamos con Rosita Tagliafico, Después con toda la familia nos trasladamos en el año 1958 a Hurlingham (del cordón periférico de Buenos Aires capital), donde todavía vivo. Jorge a los 14 años ya tocaba el piano increíblemente, Mozart, Beethoven, Haydn … Hasta formó una banda de rock llamada Los Leopardos.
Desde un destino marcado por el viaje, Jorge remontaría el Atlántico. Su ruta estaba marcada por la pasión de mezclar acentos, timbres, repertorios en sus mágicas manos. Desde un mar revuelto, los ancestros del tambor lo llamaron en jam session interminables, shows internacionales y mucho trabajo junto a una fraternidad de talentosos músicos rumoreando nuevos toques, improvisaciones y re-armonizaciones, a la altura de las más importantes agrupaciones del hemisferio norte. Se trataba de la tribu de músicos de Buenos Aires. Según Juan Carlos Dalto fue una generación que amaba la belleza y tenía una vida fraterna en el jazz. Pronto Dalto estaría junto a los mejores músicos del momento.
El icónico baterista Roberto Cacho Stella, quien acompañó a Los Cinco Latinos en sus giras y trabajó junto a Waldo de los Ríos en España, conoció a Jorge Dalto de tan sólo 16 años en Buenos Aires, y deslumbrado por su incomparable toque lo apadrinó en su adolescencia:
A Jorge Dalto lo conocí en el Gaby Club en los años 60, en los shows de la orquesta donde acompañábamos todo tipo de artistas, argentinos y del exterior. Como Jorge vivía en Hurligham y terminábamos a las 3 de la madrugada, llegamos a un acuerdo con él y vivió en mi casa de Buenos Aires capital durante 3 años. Sólo iba a visitar a su familia dos veces por semana. Con él grabamos un disco LP para niños de un sello argentino. Hice subir un piano al primer piso de mi casa para que pudiera tocar. En esos tiempos improvisábamos temas de hasta 40 minutos y disfrutábamos con eso, y después teníamos el trabajo de la noche. Se grababan muchos jingles todos los días. Tocábamos mañana, tarde y noche. En aquellas épocas para vivir había que hacer de todo, era mucho trabajo en grabación y shows que con los años se perdió. Jorge era muy competente, y estaba acostumbrado a acompañar a su padre que era bandoneonista, pues desde pequeño era un chico de talento. Me acuerdo que venía gente con arreglos complicados y yo me preguntaba: ¿cómo va a hacer este chico? y él salía “al toque”; me quedaba sorprendido por sus condiciones. Pasó a ser parte de la familia, y años después, ya siendo muy famoso, cuando venía de visita a Buenos Aires pasaba por mi casa y tocaba en donde hubiera un piano.
Buenos Aires de los años 60 era una dársena por donde llegaban y partían repertorios, intérpretes, compositores y arregladores de lo nuevo. El Río de la Plata era otro Caribe con el mismo diseño que la industria sonora imponía en varias urbes de la región. Grandes orquestas de radio en vivo, con amplificación y sistemas de grabación del momento, rodeadas de un numeroso público ovacionando desde la platea.
Había una orquesta en Radio Splendid, la dirigía Lalo Schifrin, y yo después de tocar en mi show llevaba nada más que un tambor, dos platillos y los fierros, recuerda Cacho Stella. Estábamos hasta las 4 ó 5 de la mañana, casi todos los días, porque Schifrin tenía” banca” allí, era como el dueño de la radio. También venían otros músicos incluido Jorge Dalto.
Como escribe Edgardo Carrizo: “En Radio Splendid no hay duda alguna que Schifrin y sus músicos produjeron, mientras la orquesta permaneció en actividad, un desenlace que puede catalogárselo como la digna y plausible conclusión de un período musicalmente rico e imborrable, no solamente en el marco del jazz local sino también de la música popular integral”. Jorge Dalto lo vio irse junto a Gillespie en ese destino común de músicos argentinos en las rutas marítimas del jazz, llevando los tintes locales de las mezclas sonoras del Río de la Plata y conmoviendo las certezas geográficas del norte que no localizaba los géneros musicales al sur.
Las bandas de intérpretes de Buenos Aires trabajaban en los shows de confiterías prestigiosas, también en las sesiones de grabación durante el día y en los shows de la vida nocturna. Y se encontraban después en locales o en auditorios para disfrutar lo nuevo, conciéndose, disfrutando el colectivo musical, cuando ya no era una obligación laboral.
El baterista argentino Mario Iarussi compartió escenarios con Dalto y fue su amigo. En entrevista con Daniel Mariscal lo recuerda como una persona especial, un músico extraordinario y un amigo sin igual y a la vez muy sencillo con quien se divirtió muchísimo.
Mario nació en Benito Juárez, otro pueblo de la provincia de Buenos Aires alejado de la capital. Estudió música en la ciudad cercana de Azul, donde con 14 años tocaba con la orquesta Copacabana Jazz, donde había muy buenos músicos, y donde empieza su afición por el jazz:
Yo escuchaba esa música en los bailables de Montevideo, las orquestas de Armando Orefiche, la Sonora Matancera de Cuba y todas esas orquestas que llegaban al Uruguay para los carnavales. Los días de semana escuchaba los “bailables” de las redes de Buenos Aires por Radio El Mundo, Radio Splendid y Radio Belgrano. Y con un amigo viajábamos los sábados a la ciudad de Buenos Aires para ver las orquestas de las radios, volvíamos el domingo. En ese tiempo estaban las orquestas Hawaian Sereneder, Los Bambucos, la Orquesta Santa Anita y todas las de esa época, donde realmente había buenos músicos. También escuchábamos las orquestas de tango y la que más nos gustaba era la de Horacio Salgán.
Me dio la locura por irme a Buenos Aires y empiezo a trabajar con algunas orquestas reemplazando a bateristas. Trabajé un tiempo con Barry Morral, con Los Bambucos y así me fui metiendo en el ambiente musical. Estudié con Alcalá, como otros bateristas de esa época. Me llamaron de un lugar que se llamaba Palladium en la calle Santa Fe y Cerrito y allí conozco a Jorge Dalto. Era el año 1968 más o menos. Yo ya había salido de la Argentina en 1960 con un grupo que se llamó Los 5 Reales. Fuimos un año a Perú y fuimos un año en Colombia (Bogotá y Cali). Hicimos algunas giras por Ecuador y por Panamá y un poco cansado decido volver a la Argentina donde entré en la banda de un colombiano decidido a formar su grupo en un lugar llamado Palladium, y allí conozco a Jorge Dalto. Me llamó la atención poderosamente, porque su forma de tocar era distinta, él tocaba distinto a todos los pianistas, con un gusto por todo lo que interpretaba, sobre todo el jazz y la música brasileña de las cuales era amante, y fue extraordinaria la experiencia de haberlo conocido y haber trabajado con él en ese momento. Muy divertido, siempre haciendo chistes y bromas.
Si bien el imaginario que rodeó a Dalto niño mezcló los sonidos del tango desde el bandoneón, y los ensayos de su padre con los de la radio en su casa, donde quizás pudo seguir los pormenores de la mítica visita a Buenos Aires de Dizzy Gillespie y sus All Stars que en el 1956 disparaba nuevos significados a las músicas del sur atlántico Según el investigador y difusor radial argentino Claudio Parisi: “Gillespie y su orquesta solían ensayar en los estudios de LR1 Radio el Mundo”. El mismo año en que Lalo Schifrin es contratado por un empresario de la enorme Radio Splendid de Buenos Aires para armar una Big Band con emisión radial y televisiva en directo. Esta sensacional banda de jazz contaba con un team de intérpretes argentinos de primera línea. En trompetas Franco y Alberto Corvini, Jorge López Ruiz y Tomás Lepere; en trombones Bicho Casalla, Jorge Pataro y Eddie Pequenino; en saxos: Leandro Gato Barbieri, Juan Fotti, Jorge Barone, Arturo Schneider y Mariano Grisiglione; en guitarra Horacio Malvicino; en bajo Aldo Nicolini y en batería Pichi Mazzei.
Este fue el clima sonoro que acunó el talento de Jorge Dalto. Intérpretes y emisoras radiales, discos que alguno podía tener y los teatros alojando sonidos afro viajeros cuando el jazz comenzaba a tener su propia versión argentina de intérpretes, compositores, arreglistas y músicos receptivos de la “metáfora del norte” y sus desembarcos en Buenos Aires. Entre 1957 y 1970 pudieron encontrar a Louis Armstrong con sus All Stars. Los seguirían Ella Fitzgerald, Tony Bennett, Harry James, Benny Goodman, Lionel Hampton, Stan Getz o Duke Ellington, entre otros.
Dalto admiraba a Art Tatum y su prodigioso toque. Luego viaja a Buenos Aires Oscar Peterson, y esos dos pianistas extraordinarios son los que imprimen rumbo en su viaje por las teclas. Alguna vez diría: Me asusté con Art Tatum. Lo llamamos en español y me asusté. Luego, cuando Oscar Peterson fue a Argentina fui a verlo. Y después de ver a esos dos gigantes tocar, me dije a mí mismo que podía tocar el piano.
Jorge Dalto era el pianista de la orquesta del Palladium junto a grandes músicos como Oscar Tisera en saxo tenor, Nadal el bajo, y Cacho Stella en batería. Mario Iarussi tocaba en el mismo espacio con otro grupo, pero fue convocado por el pianista Miguel Carbone para viajar a Curaçao con su trío, donde estuvieron unos meses y debía poner un reemplazo en el piano. Según recuerda Mario Iarussi la llegada de Dalto fue así:
Carbone me preguntó: ¿No conocés un pianista que quiera venir a reemplazarme por tres meses?, y le contesté que conocía uno fabuloso. Entonces lo llamé y le propuse esos tres meses de trabajo que aceptó. A los dos días empezamos a tocar en el Hotel Hilton de Curaçao en trío (piano, batería y bajo). Recuerdo el día que empezamos, los mozos y los maîtres empezaron a mirarse entre ellos y se acercaron al piano a escuchar cómo tocaba Jorge, porque lo hacía con una alegría, con un gusto que destilaba música por todos lados. Todo el tiempo que estuvo en Curaçao vivió en mi casa, alrededor de un año. Nos pasábamos las noches enteras escuchando música. Salíamos del hotel e íbamos a casa a escuchar discos, la orquesta de Buddy Rich, las grandes bandas y nos acostábamos a las 4 ó 5 de la mañana y al otro día, después de almorzar, Jorge me decía; vamos al hotel a tocar, porque el salón donde actuábamos estaba solamente en la cena. Entonces nos íbamos a tocar desde las 3 ó 4 de la tarde los dos solos, inclusive montábamos música para tocar en la noche. Y así pasó un montón de tiempo. Una persona diferente. En esos días llega Curaçao el grupo Sound and Company, donde estaba el pianista argentino Jorge Navarro, trayendo la noticia que en Miami había una orquesta dirigida por un argentino llamado Maturano que estaba necesitando un pianista, y Jorge que ya quería irse a Estados Unidos, recibió el pasaje y se fue.
2. "DALTO ERA EL EQUILIBRIO"
Jorge Dalto llegó a Miami lleno de entusiasmo, pero la acción no estaba allí. Había que irse al norte en busca del jazz que tanto amaba. Nueva York era una opción, pero el destino lo llevó a Chicago. Así comenzó a tocar en otros espacios y a conectarse con músicos variopintos. Mario Iarussi recuerda que Jorge le contaba en una de sus cartas que estaba cerca la orquesta de Buddy Rich y que la iba a ver. Nosotros escuchábamos siempre juntos el tema Love For Sale con Wilson, un trombonista que hizo un arreglo espectacular de esa canción. Me dice: ‘fui a ver la orquesta, no te imaginás qué sencillos son esos músicos, hablé con el saxofonista’. Él me escribía y me contaba todas esas cosas. Lo sencillos que eran esos grandes músicos.
Ovation Records, un sello de música independiente fundado por Dick Schory, puede ser el origen de una aventura americana que sería definitiva. Ovation era alternativo en toda su extensión, pero un éxito de The Kendalls lo hizo ver como un sello de música country. Schory se la pasaba buscando artistas con potencial y durante un concierto en Chicago escuchó a dos jóvenes de voces muy bellas que lo impactaron, Jo D. Andrews y Pat Gefell, que se hacían llamar Heaven & Earth y hacían una especie de indie folk. Les propuso grabar. Ellas involucraron al esposo de Jo, George Andrews, en el proyecto y en octubre de 1972 se metieron en los estudios Streeterville con un grupo de músicos de cuerdas un chico muy joven que decía llamarse George Dalto y que tocaba el piano acústico y el clavinet.
Vendimos 10.000 álbumes ese año y tuvimos muchas actuaciones deliciosas ante nuestros fans. Posteriormente ambas tomamos otras direcciones antes de poder publicar nuestro segundo álbum, recuerda Jo D. Andrews. La verdad es que no volverían a grabar juntas, pero ese disco, Refuge, le dio un prestigio increíble a todos los músicos involucrados.
En medio del vaivén de esa primera escala, Dalto conoció a una cantante de jazz y R&B llamada Adela. Era tejana, de padres mexicanos, había crecido en Gary, Indiana, y estudiaba música en “La ciudad del viento”. Yo estaba recién salida de la escuela y lo conocí en el Night Club donde tocaba. Era muy bueno porque tocaba todo tipo de teclados, el acústico, el clavinet y el Fender Rhodes. Tenía una banda muy animada y había fuego allí, cuenta Adela Dalto, que ha conservado como nombre artístico el que da la ley americana.
En una entrevista para Bajo Fondo Radio Club, Adela recordaba que cuando decidieron seguir juntos como músicos y como pareja, la primera opción que pensaron fue California, pero que en último momento cambiaron el rumbo hacia Nueva York. Fue una buena decisión porque en seguida, a lo que llegamos alguien le dio dos teléfonos. Uno de Tito Russo, argentino, bajista que se hizo la carrera con Bobby Hackett (y Louis Armstrong) años atrás, y el otro teléfono era de Gato Barbieri… Y justamente a Gato Jorge lo llamó para presentarse, y Gato le dijo ‘te necesito, estamos en medio de una grabación’. El estaba con Edy Martínez, pero Edy Martínez, colombiano, se había regresado a Colombia (risas)… Y entonces Jorge fue e hizo esa grabación con Gato Barbieri.
La grabación fue Yesterdays, un álbum muy intimista de Barbieri donde contó con un septeto que sumaban saxo, guitarra, bajo, batería, timbales, congas y el piano de Dalto. Yesterdays sólo tuvo cuatro canciones muy extensas, lo que sería habitual en la carrera de Dalto, y fue una producción de Bob Thiele para su sello Flying Dutchman en 1974. Thiele era un personaje muy respetado en el mundo del jazz y aunque acabaría demandado por Barbieri, fue una nueva puerta para Dalto.
Sin embargo, aquí entra otra forma de música que estaba en boga, el latin jazz. Era un afrocuban-jazz más experimental y un tanto más alejado del mambo que había caracterizado los años anteriores en Nueva York. Y los músicos de Yesterdays estaban cargados de experiencias y relaciones con esta música.
El bajista Ron Carter venía de grabar con su amigo panameño Billy Cobham; el baterista Bernard Purdie lo había hecho con el percusionista Ralph MacDonald; y el conguero Ray Mantilla tenía en su haber experiencias con Art Blakey, Herbie Mann y Ray Barretto. Un mundo que colindaba pared con pared con la salsa.
Yo necesitaba un pianista para tocar el 31 de diciembre, rememora el flautista Andy Harlow, figura clave en el mundo de la salsa, en una entrevista para Sandunga Radio. Y me lo llevaron a él. Era argentino y yo tenía mucho miedo de este argentino porque muchos de los músicos argentinos de aquella época no entendían la clave y la salsa… Pero Dalto era diferente, Dalto era un monstruo.
Con Harlow Dalto grabaría el álbum El Campesino para el sello Vaya, filial de Fania Records, pero sólo algunas canciones. El pianista de Andy Harlow era otro colombiano, Joe Madrid, con quien compartió créditos.
Cuando uno llega a Nueva York uno se conecta rápido, uno tiene que buscar trabajo, conseguir trabajo, contactos… Entonces en esa época en que había tanto trabajo, tantos Night Clubs, tantos músicos, que uno salía de un lugar y se la pasaba por cuatro o cinco lugares saludando a la gente, y rápido te lleva a conocer uno al otro, cuenta Adela Dalto sobre una época fantástica que coincide con las apreciaciones del trompetista Roy Román:
Cuando yo estaba en Nueva York se tocaba los siete días enteros, nunca tenía fecha libre. Se tocaba lunes, martes, miércoles, jueves, el viernes tres fiestas, el sábado cuatro o cinco fiestas, domingo tres fiestas, entonces estaba tocando una detrás de la otra…
Dalto tocaba habitualmente en la banda de su amigo Bernard Purdie en un Night Club del East Side de Manhattan que pertenecía al gran baterista Buddy Rich. Era un lugar idóneo para conocer gente, porque allí se dejaban caer algunas de las grandes figuras del jazz.
Román cuenta que a pesar del boom de la salsa, a leyendas de la generación anterior como Machito les costaba encontrar shows para actuar en Manhattan. El mundo salsero era muy competitivo y siempre quería lo que estaba de moda. Temperamento latino le llaman. En cambio, en el mundo del jazz siempre había lugar para las leyendas. Una de ellas era Dizzy Gillespie.
Tocar con Dizzy era otra cosa, dice Román refiriéndose a la persona más allá del músico genial que fue. Dizzy era un maestro, hablando nada más uno aprende, él sentado hablando con otra gente uno sale con una educación, cuando hablaba de ciertos temas uno quedaba educado. Y cuando digo temas no me refiero a canciones, sino a política y todo eso… las cosas que decía eran wao!, tremendo.
En junio de 1975 el sello Pablo, creación del fundador de Verve Records, Norman Granz, reunió a toda esa generación de la vieja escuela para hacer un álbum que tituló Afro-Cuban Jazz Moods. Allí estaban Gillespie, Machito y Mario Bauzá, sus amigos y alumnos bajo la dirección de Chico O’Farrill. Y una serie de recomendaciones hicieron que el pianista fuera Jorge Dalto.
Al poco tiempo el promotor y músico George Wein, quien tenía en su haber la fundación del Festival de Newport, entre muchas creaciones, le propuso a Machito tocar en Hamburgo y Paris, pero con un octeto porque era imposible asumir el costo de una orquesta grande. Machito se lo propuso a a su vez a su cuñado Bauzá y este, contra todo pronóstico, se negó. Si hemos esperado hasta ahora para ir a Europa, ¿porqué vamos a ir a media fuerza? Tenemos que ir a fuerza completa, le argumentó. El hijo de Machito, Mario Grillo, lo convenció de lo contrario, lo que acabó con una relación musical que llevaba casi 40 años.
El octeto lo conformaron Machito en la dirección y voz, Victor Venegas en el bajo, Mario Grillo en los timbales, Julio Collazo en las congas, Víctor Paz en la trompeta, Mario Rivera en el saxo y un ilusionado Jorge Dalto en el piano. Era literalmente imposible encontrar un destino mejor y una escuela mejor que aquella… ¿O no?
Cuando Dalto regresó de la gira aceptó trabajar en la grabación para Fania del segundo disco de la banda de salsa & latin soul funk Seguida, que dirigía el joven músico Randy Ortiz. Paralelo a ello firmó con United Artists para grabar un disco en solitario, Chévere, junto a Adela Dalto, Bernard Purdie, Ronnie Foster, Ernie Royal, Víctor Paz, Tom Malone, Jerry Dodgion y Rubén Blades. Y, por supuesto, volvió a tocar con Bernard Purdie en el club de Buddy Rich.
Estaba en el club nocturno de Buddy Rich en el East Side, escuchando una banda dirigida por Bernard “Pretty” Purdie, uno de los bateristas más funky que jamás haya escuchado. Su pianista, un chico argentino llamado Jorge Dalto, era tan dinámico como el mejor teclista… así que le pedí que escribiera su número de teléfono en una servilleta; lo metí en el bolsillo de mi abrigo, donde permaneció durante muchos, muchos meses. Me olvidé de la servilleta, pero nunca me olvidé de Jorge.
Quien habla es George Benson, el genial guitarrista y cantante que estaba a punto de cambiar el jazz, aunque no lo sabía. Benson tenía en mente hacer un disco diferente a su estilo tradicional tipo Wes Montgomery. Quería un álbum contemporáneo que justificara el enorme adelanto de dinero que le había dado Warner Bros., con la que acababa de firmar. El problema es que no le daban mucho tiempo y antes tenía que resolver el problema del formato de su banda con la que pensaba hacer tales cambios.
Benson tenía guitarra y voz, bajo, batería, percusión y teclados, pero en estos últimos deseaba combinar lo acústico y lo eléctrico. Su teclista era Ronnie Foster, muy funk y muy talentoso. El otro pretendía que fuese Jorge Dalto. Un día dije: déjame llamarlo. Y cuando se puso al teléfono, él dijo: ¿por qué te tomó tanto tiempo? Y dije, bueno, hombre, ven a los ensayos y veremos que pasa.
Foster y Dalto entablaron una competencia. Según Benson porque ninguno de los dos estaba acostumbrado a trabajar en equipo. Foster era neoyorquino, un virtuoso con estudios de música sinfónica, pero dedicado a la interpretación de órgano. Ya había experimentado con una banda propia antes de coincidir con Benson, y desde luego era único en el acompañamiento de un guitarrista, pues había trabajado con Grant Green. Los dos trataban de deslumbrar a su director y éste se limitaba a sonreír porque sabía que estaba sacando lo mejor de cada uno. La primera semana que salimos de gira fue la más emocionante que he tenido en el mundo de la música, recordaba en Bajo Fondo Radio Club.
Con la producción de un gigante de la música, Tommy LiPuma, con los arreglos de otro monstruo, Claus Ogerman, se escogieron seis temas, pero uno de estos venía siendo cuestionado en su forma original. Era una balada de Leon Russell llamada This Mascarade y que duraba ocho minutos, una locura en términos comerciales. LiPuma se la había enviado Benson con la condición de recortarla, pero Benson no le prestó atención y se presentó al estudio de grabación con la original intacta. Antes de que pudiera decirle que no la había escuchado, Jorge Dalto dijo: Oh, esa es mi canción favorita. Ese es Leon Russell. ¡Is baaad! (Bad es una expresión para alabar algo muy bueno).
Convencido por Dalto, Benson pensó que la línea de guitarra era melódica, conmovedora y simple, y el ritmo agitado de tempo medio me daría la oportunidad de tocar algunos licks de doble tiempo calientes, algunas octavas de Wes Montgomery y un montón de cosas bonitas, pero que necesitaba una voz, tal vez la de Bobby Womack para cantarla. De todas formas se hizo una primera toma con la voz de Benson y el piano de Dalto, y se llamó a Womack para escucharla y que se hiciera una idea. Todos se sentaron a escuchar la toma, había un silencio casi religioso, hasta que LiPuma lo rompió: George, podríamos hacer un millón de tomas de esto, pero esa canción nunca será mejor que eso.
Breezin’, que así se llamó el álbum, se grabó en enero de 1976 y salió al mercado en marzo. A los dos meses ya encabezaba las listas Billboard de Jazz, Pop y R&B. Al terminar el año ya había obtenido el primero de los tres discos de platino por sus ventas. En la 19 edición de los Premios Grammy ganó en Grabación del Año, Mejor Interpretación Instrumental Pop y Mejor Producción de Álbum No Clásico. Además fue nominado en Álbum del Año, Canción del Año y Mejor Interpretación Vocal Pop Masculina.
Demás está decir que This Mascarade se convirtió en un estándar de fusión de jazz y que dio el primer paso hacia la consolidación del Smooth Jazz. Breezin’ derribó las barreras existentes entre jazz y pop, y aunque los más renuentes y puristas críticos hayan desdeñado su tratamiento musical, el jazz llegó a los más lejanos rincones del mundo gracias a esta grabación, siendo unánimemente aceptado por esa y las siguientes generaciones. La gira duró muchos años, dice Adela sonriendo.
Dalto seguiría con la banda de Benson en los siguientes tres álbumes y años: In Flight en 1977, Weekend in L.A., en 1978 y Livin’ Inside Your Love en 1979. Ya era una estrella, un músico cotizado que podía aspirar a los mejores contratos. Pero este hombre, ambicioso sólo en lo musical, quería dominar todas las facetas de la música, intimar con ella y sacar lo mejor de sí cada día. Era como un leprechaun buscando la marmita de oro al final del arco iris. Y en eso tenía una asignatura pendiente que era la música afrocubana.
Ya tenía experiencias con Machito y Bauzá, incluso con el propio Benson, a quien le encantaban esos sonidos. De hecho, Dalto no fue el primer pianista afrolatino que había grabado con George Benson. Antes lo había hecho Sonny Bravo en el disco de 1976 Benson & Farrell. Así que aceptó contratos con músicos diversos a cual más importante, pero a la espera de una oportunidad más cercana al Caribe. Esas grabaciones fueron con el maestro Grant Green, el joven John Klemmer, la diva Carmen McRae y el encantador Grover Washington Jr.
Pero ¿porqué deseaba tanto ese acercamiento? Soy un amante del ritmo, decía. Me encantan los ritmos porque todo en la vida es ritmo. Somos nuestro corazón, que es el cronometrador principal. El corazón como una máquina de ritmo, la asociación perfecta entre amor y percusión, entre vida y música. El piano entendido como extensión de sensaciones y movimiento.
Y un día el destino lo volvió a cruzar como relevo de Edy Martínez y en la línea directa con ese ritmo ansiado. Resulta que Martin Cohen, dueño de la fábrica de instrumentos de percusión Latin Percussion, había encontrado, por consejo de Johnny Dandy Rodríguez y deseo de Tito Puente, que la mejor manera de promocionar instrumentos era mostrando los ritmos latinos en vivo y en directo. Así nació el Latin Percussion Jazz Ensemble, cuyo primer pianista fue Edy Martínez, que en su primera gira en 1979 se indispuso y el piano lo tuvo que tocar Naoya Matsuoka.
En 1980 las invitaciones le llovieron a Latin Percussion, pero esta vez el formato varió. Como Johnny Rodríguez tenía compromisos con su banda, la Típica 73, se decidió cambiar los bongoes por un violín. Se llamó entonces a Alfredo De la Fe, quien acababa de lanzar su fenomenal disco Alfredo con el sello Criollo, filial de Latin Percussion Ventures. En cuanto a los demás integrantes, Tito Puente y Patato Valdés siguieron, por supuesto, pero el bajista sería el joven Mike Viñas, quien estaba vinculado al sello GRP de Dave Grusin y Larry Rosen. Y el pianista sería Jorge Dalto.
Si antes Dalto establecía un diálogo con Benson muy cómplice y siempre en contrapunto con el piano frente a la guitarra, esta vez había un juego muy divertido y candente con el violín de De la Fe. Con Benson había un acentos en las líneas melódicas por parte de ambos, sobre todo una tenencia rítmica en la que ambos llegaban a usar cuerdas y teclas como enlace de entrada y salida para el scat magistral y sofisticado del guitarrista. Con De la Fe el juego permitía el uso de efectos de pizzicatos sincopados en conjunto con el “guajeo” del piano. Dalto era en el grupo como un volante creativo en el fútbol, el repartidor de juego que recibe de los defensas y envía balones a los laterales o al centro de ataque para rematar.
Los músicos de LP recorrieron Francia y dieron un concierto inolvidable en el Festival de Jazz de Montreux en Suiza el 18 de julio de 1980. A partir de entonces Cohen dejaría la promoción y producción del grupo para concentrarse en la realización discográfica y en la fabricación instrumentos, origen de todo aquello. El modelo establecido por el Latin Percussion Jazz Ensemble sirvió para que el empresario Ralph Mercado empezara a trabajar en una línea de Latin Jazz paralela a la salsa. Fue un punto de inflexión. Aparecieron sellos nuevos experimentales como American Clave de Kip Hanrahan, y bandas alternativas como Fort Apache Band de Jerry González. Y en todas estuvo Dalto.
Debido a esa misma experiencia Tito Puente comenzaría a alternar gran orquesta y pequeño formato, permitiendo que Cal Tjader lo recomendara ante el sello Concord con el que firmó un contrato que le hizo revitalizar su carrera, e iniciar la grabación de una docena de discos excepcionales. En dos participó Dalto y el primero de estos, On Broadway, ganó el Grammy Award de 1984 al Mejor Álbum Latino Tropical Tradicional.
En su biografía de Tito Puente, el profesor de música de UCLA, Steve Loza, dice que Dalto parecía un músico latino total y no alguien proveniente de la escuela del jazz. Sus solos están “en una sección armonizada en dinámicos y sin patrones de campanas, una práctica típica en los arreglos latinos”.
Pero volvamos un poco atrás porque hay algunas grabaciones que merecen destacarse. La primera de ellas es magia pura. Si sus interpretaciones de The Mascarade y Affirmation en Breezin’ son asombrosas muestras de minimalismo, lo que hizo en Blowin, de Paquito D’Rivera, en 1981 fue para dejarnos con la boca abierta. Todo perfecto, todo, tratamiento, cadencia, variación, movimiento, color, dinamismo, expresión y sobre todo, hablar con claridad. Y eso que compartió el piano con otro brillante intérprete de vida breve, Hilton Ruiz.
Espectacular era ese pianista, reflexiona Paquito D’Rivera cuando le pregunto que recuerda de Dalto. Era un todo terreno. El era la demostración de que no hay que ser austríaco para interpretar a Mozart. Dalto tocaba la música brasileña como un nativo. Tocaba el samba como si fuera un brasileño y tocaba la música cubana como si fuera un cubano. Y el swing lo tocaba como un músico americano, como Bud Powell. Tenía ese poder de adaptabilidad y de originalidad, porque incluía elementos de esas músicas que él dominaba y las pasaba de un lado pa’ otro. Para hacer eso tienes que saber lo que estás haciendo porque si no suenas ridículo.
¡Ah!, el amor por la música de Brasil. Eso se pudo sentir en el disco Red on Red para el trompetista carioca Claudio Roditi, en Noctàmbuls para la cantante catalana María Cinta y sobre todo en uno de los mejores discos del cantante y compositor maceioense Djavan, Luz, una maravilla grabada para la CBS en 1982.
Y fuese por generación y encuentros casuales, o fuese por afinidad en lo brasileño que Dalto grabó dos discos con el percusionista Airto Moreira y su esposa la cantante Flora Purim. Esos trabajos los hizo para un sello independiente llamado Montuno Records, creación del empresario y productor Jesse Moskowitz, dueño de la tienda discos Record Mart, en plena estación de metro de Times Square.
Ya para entonces era un músico que se la pasaba en los estudios de grabación de la ciudad. Por eso colaboró mucho con los proyectos de Montuno, siendo especialmente llamativo el de la banda Son Primero, Tradición cubana en Nueva York: Charanga, que nos deja en presencia de sus producciones más cubanas: Masterpiece, de Patato Valdés, donde compartió escena con otro prodigio del piano, Michel Camilo, y The River Is Deep, de Jerry Gonzalez & The Fort Apache Band para el sello Enja.
Su lado jazz lo mostró en una serie de discos con la banda de jazz funk Spyro Gyra para MCA. Su lado salsero con el cantante Héctor Casanova en el disco de Fania Records Casanova, Montuno y las Muchachas, aunque aquí sólo con sintetizador. Su lado folk lo expresó en un proyecto alternativo de banda peculiar que acompañó a la cantante Soledad Bravo, Entre Amigos, que prensaría Rodven. Y su lado más afrocubano con una obra integral desbordante en sonoridad y riquísima en disonancias: Afro-Cuban Jazz, para el sello Caimán, con Mario Bauzá & Graciela y una auténtica All Stars de músicos de jazz latino.
Dejo al margen los excepcionales Bolivia, de Gato Barbieri, para la RCA; y Tiempo Pa’ Matar, de Willie Colón, para Fania, que es el que nos ha traído hasta aquí en este recuerdo y el que me llevó a preguntarle a un experto analista de pianistas que destacaría en Dalto como intérprete. Y el músico venezolano Alejandro Marquis (@alemarquis) me respondió:
Una de las cosas más difíciles en la música y yo creo que en el arte en general es que tu puedas tener tu propia voz, tu propio estilo, que la gente te escuche y sepa que eres el que estás tocando. Cuando vea una pintura, que ese cuadro es tuyo o que cuando lea algo sepa que eso lo escribiste tu… Jorge Dalto tenía una voz muy interesante porque no creo que sea un pianista de la salsa, el siempre se mantuvo en el mundo del jazz latino. Pero era un pianista muy ‘pesado’, con una forma de tocar muy ‘pesada’ en el buen sentido de la palabra, tocaba muy fuerte las teclas, tenía un poco de Charlie Palmieri en las florituras que hace, pero tiene también de Eddie en el peso. Tiene un poco de todo el mundo y eso al final es lo que te da tu propia voz.
Pero quise ir más allá y le pregunté por Dalto a su amigo y paisano, brillante pianista también, Carlos Franzetti, y esto fue lo que concluyó:
Conocí a Jorge Dalto en Argentina cuando ambos teníamos veinte años. Tiempo después los dos emigramos al norte, Jorge a Aruba y yo a Mexico. Poco después nos encontramos nuevamente en Nueva York. Jorge Dalto inmediatamente se destacó… Pienso que el gran aporte musical de Dalto al estilo de jazz latino fue, aparte de una gran técnica pianística y cultura musical, el agregado del lirismo musical proveniente del tango y folclor argentino que Dalto supo utilizar sabiamente en sus solos. Compartimos juntos trabajos y una gran amistad nutrida por largas charlas. Su temprana muerte nos privó a todos de un futuro musical brillante que ya se perfiló durante su vida musical.
Ya lo decía Mario Iarussi: Todo el mundo cuando lo veían llegar lo abrazaba. Se hacía querer mucho. Lo vi en un lugar pequeño, pero con mucha gente, con Airto Moreira. Lo vi por última vez ya muy enfermo. Y como dice Claudia, “Sólo queda la música de los discos y videos de los años dorados en Nueva York, y los realizados en Argentina en ocasión de visitas breves”.
Aparte de Chévere, Dalto dejó algunas grabaciones en Estados Unidos como líder de banda. Primero como Jorge Dalto & Super Friends: Rendezvous (Eastworld, 1983) y New York Nightline (Eastworld, 1984). Luego como Jorge Dalto & The Interamerican Band: Urban Oasis (Concord, 1985). Uno en solitario: Solo Piano (Melopea, 1983) y otro como Jorge Dalto a secas: Listen Up! (Gaia Records, 1988), aunque esta fue una edición póstuma porque el disco se grabó en 1978.
3. LA VUELTA DEL HÉROE
Juan Carlos Dalto recuerda un primer viaje de su hermano Jorge en 1976 junto a su esposa Adela, embarazada de su primer hijo. Eran épocas del álbum Breezin’ y la antesala de sus grandes éxitos en Estados Unidos. Hizo esta visita familiar cuando en Argentina comenzaba la dictadura militar que provocaría el exilio de muchos artistas. Dalto se mantendría alejado esos oscuros años.
Pero a partir de 1983, ya consagrado en Nueva York, Jorge Dalto volvió al sur por breves períodos. El país que lo acunó en sus primeros años musicales, por fin comenzaba a reconocerlo a través de los medios de difusión. Junto a Adela recorrieron los lugares donde trabajó dejando nuevas joyas sonoras. El conocido locutor Juan Alberto Badía hizo una presentación memorable ante una masiva audiencia de la TV argentina; Litto Nebbia editó el full álbum Solo Piano a través de su sello Melopea y la cantante Chany Suárez lo incluyó en su disco Horizontes, donde quedaron arreglos y el piano Dalto que solíamos escuchar los jóvenes músicos despertando a las fusiones. Sin duda este mago de boina y traje azul, abrió un nuevo puente entre el norte y el sur, entre lo viejo y lo nuevo. Pero serían los últimos viajes de su breve vida, surcada por un destino mítico, y atado al mástil de su navío lo dio todo hasta el último día.
El del 83 es un viaje de reencuentros. Volvió al escenario de Radio Nacional, aquel de sus primeros años en Buenos Aires, donde después de las funciones y shows nocturnos solía ensamblar su piano con otros músicos en jam sessions interminables.
Uno de ellos, era Jorge El Negro González, contrabajista, que lo invita a participar de su programa justamente en esa misma emisora, donde Jorge estuvo durante dos horas conversando y grabando varios temas en el piano de cola del auditorio. Dalto contó su historia musical desde la conversación y las interpretaciones únicas que quedaron en lo que se editaría con el título de Solo Piano años más tarde in memorian, cuando González decide compartir las cintas de esas grabaciones con Litto Nebbia, quien los deja registrados en dos casettes que luego se convertirían en un CD a través de su sello Melopea.
Se trata de temas cargados de sensaciones y anécdotas que condensan su recorrido entre una Argentina impregnada de jazz, nuevo tango y el arrollador ambiente de orquestas internacionales que marcaron su rumbo a Nueva York
Rememora también 1980 cuando estaba en Francia con Tito Puente y el Latin Percussion Jazz Ensemble. En su tema Hotel du Globe no falta una pícara clave afrolatina, y que describe así:
La noche anterior salí con mis compañeros a pasear por París, y con tanta emoción trasnochamos y celebramos mi cumpleaños. Al otro día a las 10 de la mañana no sabíamos cómo regresar, porque no sabíamos ni siquiera el nombre del hotel. Mi compañero se acordó que era algo con el globo… buscando así, unas horas después llegamos a nuestro hotel, y en el cuarto se me ocurrió esta melodía. Es una especie de samba brasilero, pero con un poquito de funk y de jazz.
Y desde ese amor por la música brasileña nos dejó el último tema del álbum: Todo el día sambando al que caracteriza como un samba “americanizado”.
En 1959 Astor Piazzolla se despedía de su amado padre componiendo Adios Nonino. Y lo que llevó pocas horas, se convirtió en uno de sus temas más conocidos en el mundo. Dalto lo incluye en su álbum desde una interpretación que refleja los años vividos en una Buenos Aires que gestaba el tango de vanguardia. Su versión cosmopolita, más urbana, parece convocar a aquellos pianistas memorables como Osvaldo Tarantino o Dante Amicarelli que bebieron de las las tres fuentes piazzolezcas: el jazz, el tango y la música clásica, reuniendo a todos ellos en su talento y recordándonos la errancia de los argentinos por los mares, como este Nonino que migró de su Italia natal, vivió entre el puerto de Mar del Plata, Buenos Aires y Nueva York, y puso un bandoneón en las manos de su hijo Astor. Dalto siguió las huellas de esos recorridos sonoros.
Bastaron sólo dos minutos para el tema Giant Steps, el clásico de John Coltrane, que convierten a Dalto en uno de los más grandes pianistas de jazz. Según Ricardo Lew: Las redes no existían, y no había tanta información de lo que se estaba haciendo. Yo escuché ese tema que grabó Dalto después de mucho tiempo. Giant Steps es uno de los temas más difíciles de tocar del mundo.
Gracias a la mediación de Mario Funes, argentino residente en Nueva York, en 1985 viajan a la City Chany Suárez y su esposo, el guitarrista Daniel Homer a encontrarse con Jorge Dalto. Juntos protagonizaron una aventura discográfica inédita, la más exitosa de la cantante. Se trató de un LP titulado Horizontes donde participaron músicos del país del norte y de Argentina. Dalto convocó a una All Stars del momento con el bajista Eddie Gómez, el baterista Peter Erskine y el conguero Carlos Patato. Valdez, quienes registraron con ellos en la RCA de Nueva York.
Ese mismo año, Dalto, Homer y Chany viajan a los estudios de Buenos Aires donde se sumaron Stars argentinos y uruguayos como el múltiple baterista Enrique Zurdo Roizner, el bajista Jorge Rabito, el tecladista Julián Pelusa Navarro, el cantautor y percusionista Rubén Negro Rada y los increíbles guitarristas Lalo Homer, su hermano Daniel y su hijo Obi Homer; Alberto Rotolo en zapateos y en percusión menor Horacio López.
Como un adelanto de futuras épocas, este disco fue también reflejo de los avances tecnológicos de grabación, edición y masterización en manos de los ingenieros de la RCA. Se grabó en los estudios Mastermind de Nueva York por el técnico Keith Walsh y en Buenos Aires por el técnico Mario Rapetti del mismo sello. La mezcla digital se realizó en los estudios Newfound Sound Studios de New Jersey, por los técnicos Bob Montero, Scott Gordon y Larry Gates. La coordinación general es de Jorge Dalto. La producción, arreglos y dirección musical por Daniel Homer.
Se trató de uno de los mejores trabajos de Chany Suárez, que la llevó por todo el mundo y significó el mejor momento de la música de folk-project-fusion de Argentina hacia el mundo, donde no pudo faltar Jorge Dalto, el pianista azul que otra vez surcó el atlántico y acercó los puertos tan distantes. Gracias a esta obra, Chany comienza a realizar frecuentes presentaciones en Estados Unidos y se vincula con otros significativos músicos residentes en el oeste, como los bajistas Abraham Laboriel y John Pattituci, y el baterista Alex Acuña.
Gracias a Juan Alberto Badía, presentador y difusor televisivo de los nuevos repertorios de fusión, quedó registrado el paso de Jorge Dalto en 1985 junto a Chany Suárez y los temas del LP Horizontes en un Live memorable.
El LP Solo Piano y la participación en el disco Horizontes de Chany Suárez son los últimos destellos que este pianista irradia desde Argentina al mundo. Hoy todavía estamos descubriendo el acontecimiento “Dalto” en la música popular. Arrollador como el mar que lo transportó, parecía saber que su tiempo era breve. Nos quedan sus palabras, discos, videos y quizás nuevos registros por descubrir. Sin duda una estrella del sur que iluminó la música del mundo.
Jorge Dalto murió en la ciudad de Nueva York el 27 de octubre de 1987 víctima de un cáncer. Tenía apenas 39 años.
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Extraordinario trabajo investigativo que merece las más altas calificaciones. La sintaxis y la ortografía del texto, lo hacen merecedor de un premio adlátere al Nobel de literatura; el contenido claro y ameno es digno de ser mencionado en el Grammy Latino. Desde que conocí el programa La Hora Faniática emitido por la emisora Gladis Palmera dirigido por el colombiano José Arteaga. Me convertí en su prosélito incondicional, porque he aprendido mucho sobre el apasionante mundo de la música afrolatina. En mi concepto esta obra supera con creces las anteriores que también son magníficas.
Un abrazo para mi paisano José Arteaga. Mi inscribí a ustedes con ese seudónimo en vez de haberlo con mi nombre Óscar Tenorio como debí haberlo hecho.