Buika (foto: Chakib Garti)

En 2014 Buika hizo un concierto en el Tanjazz, el festival de jazz de Tanger que recuerdan deslumbrados los marroquíes. Cinco años más tarde la cantante vuelve al lugar de los hechos y más de cuatro mil personas asisten a una nueva ceremonia oficiada por un quinteto de mujeres comandada por Buika.

Se celebra el 20 aniversario del festival y su creador y principal impulsor Philipe Lorin parece que ha querido reunir a las bandas que más y mejor han hecho gozar en un festival que se ha convertido en un acontecimiento social. En este país la música es el reflejo de los intentos de cambio social, con una escena rockera y rapera que puede llegar a convocar multitudes en un año y volver a una existencia clandestina al siguiente. 

La única tienda de discos de la medina sólo me ofrece a un rapero marroquí: un disco de remezclas de Muslim, la estrella local. Es difícil calibrar lo que escucha la gente; probablemente en Youtube tienen estadísticas fiables. En un restaurante de nueva creación a pie de playa, suena música moderna de tonos ácidos y ritmos urbanos. Al rato salta Shakira y los traperos latinos más convencionales. En la puerta del local de al lado cuatro jóvenes con aspecto de ser los modernos del barrio, escuchan lo que parece música tradicional marroquí con un pulso urbano, probablemente rockero.

La música tradicional marroquí es -posiblemente con el flamenco, la música cubana, la de Mali y la colombiana-, una de las más ricas del mundo mundial. Aún no tienen una cabeza visible para la exportación de sus ritmos; de momento parece que la música gnawa podría ser declarada patrimonio universal inmaterial de la humanidad. 

Al aterrizar en Tanger comprobamos que viajamos con la Buika. No nos hemos visto en el avión. Con el que si nos cruzamos es con Ivan Melón Lewis, el pianista cubano que durante años sostuvo el entramado musical de la cantante en España.

-¿Estuviste con Buika aquí en el 2014?
-No, yo estuve con ella hasta el año anterior.

El cuarteto de Melón lleva a otra leyenda del jazz cubano: el saxofonista Román Feliu, residente en Nueva York donde milita en el combo de Steve Coleman, otro de los “leones” del jazz contemporáneo. Feliu ya tocaba con Melón en La Habana con un jovencísimo Alain Pérez. Cuando llegaron a Madrid hubo una “conmoción-en-la-fuerza” del jazz madrileño, que fue pequeña porque tocaban en esos clubes donde los clientes se cuentan con los dedos. No se preocupen, la historia del jazz se ha escrito en esas dimensiones. Pocos pero aguerridos.

Comienza el concierto de Ivan Melón Lewis y en la primera pieza toca las historia de la música cubana en tres minutos. Philipe Lorin, el director del festival, se sienta en el suelo como uno más. El palacio donde se celebra el Tanjazz te ofrece la posibilidad de ver tres conciertos a la vez en diferentes ubicaciones. A la misma hora Morgane Ji ejerce de la enésima reencarnación de Jimi Hendrix, sólo que no toca una guitarra eléctrica; lo suyo es un banjo. El resultado es rock duro y metálico con todos los toques ácidos de la psicodelia. A los pies del escenario hay un hippie con chilaba de la edad de John Lennon.

A Philipe Lorin le gusta el jazz bailable y los sonidos puros así que te encuentras: una banda de blues, una big band que clava a Duke Ellington, o el swing del portugués David Costa Coelho, o una banda británica como The Jive Aces, que interpreta a Louis Jordan & Louis Prima como si estuviéramos en 1944. Visten ropas de comic y han heredado de los verdaderos héroes del jive, la actitud que hizo nacer al rock and roll. Le pregunto a uno de los músicos si tiene proyectos paralelos (lo habitual en el jazz) y dice que no, que tocan mucho.

BUIKA BUIKA, BUIKA

El concierto de Buika borra el resto de la programación del festival. Ella es una estrella en Marruecos, desde su concierto en el festival del 2014, y diez minutos antes de la hora programada están ocupadas todas las sillas. Tiene banda nueva: cuatro mujeres, músicas aguerridas capaces de seguir las volcánicas interpretaciones de Concha Buika. Ella se comporta como Eric Dolphy en aquel periodo de los años 60 del siglo XX, en el que el jazz parecía un saco de entrenar boxeadores, que recibía toda clases de golpes por parte de varias generaciones de músicos dispuestos a romper todas las reglas. Buika es especialista en golpear de frente y por derecho.

A ratos Buika recuerda a La Lupe cuando hace una interpretación casi literal de Puro Teatro, Concha le añade versos y tonalidades propias, rompe las rimas escritas por Tite Curet y nos arroja los versos descompuestos para decirnos a la cara que ella siente eso que está cantando. Al rato interpreta un bolero que lleva la huella de Olga Guillot, y ésta nos la ofrece a ritmo de “house”, sólo que no hay electrónica. El ritmo lo pone Camelia Akhamie Kies a la batería.

El concierto cuesta 400 dirhams (40 euros, un dineral) y es sencillo deducir que están presentes las élites de Marruecos. A mi lado canta las canciones una mujer joven con velo, un poco más allá también canta una joven que luce cintura de avispa y maneras y maquillajes “occidentales”. Ambas tienen acompañantes masculinos, pero la actitud hacia ellos es distinta, eso me dicen. Ambas cantan fuerte y claro en español. Buika anuncia Jodida pero contenta, la primera canción con la que la conocí en la sala Suristán el siglo pasado. No estoy segura cómo suena la traducción al inglés, al francés o al árabe. 

En el escenario donde toca la Buika no hay alcohol. Dentro del palacio un quinto de San Miguel cuesta cinco euros, apagar la sed en Marruecos es caro, muy caro. Espero que construyan muchos hospitales con las tasas. El periodista Javier Valenzuela es un habitual de la ciudad, asiste al concierto de la Buika y se va a uno de esos cafés con humo que gozaron Truman Capote y otras luminarias de la literatura universal. Me encuentro con Andrea Barrionuevo, la directora del documental Club de Reyes, el club de música del San Juan Evangelista, “el Johnny”.  

Buika baila despojada de prejuicios Sí Volveré y su banda sigue sus pasos como todas las bandas que ha tenido Buika, a trompicones con mucha mano izquierda y abundante improvisación. Es curioso como tumba el son la pianista coreana. No tiene el magisterio de Ivan Melón Lewis, pero lo hace con el rigor de los superdotados de la música clásica y a ratos recuerda la posibilidad de tocar como Palmieri o como Cecil Taylor, es decir: usar los codos y la frente. A principios de siglo Buika hablaba de su música como un ejercicio de equilibrismo y hablaba de la sensación de tocar con Jerry González en la míticas noches del Café Berlín. “Es algo de confianza… de caer en manos amigas”.

Sales del concierto de la Buika como se sale de jaula de las leonas con tres o cuatro saltos mortales. Te palpas los pulsos y concedes que “estamos vivas de milagro”. Y otro día les cuento lo del disco con Carlos Santana

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