El talante de la Noche, de Gato ‘e Monte
El segundo disco de Gato ‘e Monte es el canto dulce de la turba que resiste.
Es como la niebla
que cubre el piedemonte,
mañana que se esconde
del brío de las bestias
y de la violencia.
Garza Morena (Gato ‘e Monte)
La tradición de la canción popular latinoamericana llegó a mí desde muy pequeña y brotó por primera vez del radio que habitaba en la mesa de noche de mi abuela Victoria. Recuerdo llegar, a los seis o siete años, de madrugada antes de que mi mamá saliera a trabajar, a anidar en su seno tibio mientras Fatalidad en la voz de Olimpo Cárdenas retumbaba bajito desde ese dispositivo pequeño, negro, misterioso. “Estrella fugitiva de mi anhelo”. De ese radio brotaba la banda sonora de dichas y tristezas familiares, muchas de ellas ambientadas por abandonos, miserias y violencias y también por la música popular peruana y ecuatoriana y el tango. “Sin tu influjo luminoso mi existencia es un destrozo”. En esas músicas perturbadoramente profundas encontré la primera felicidad de mi vida: mi hogar, mi nido, mi oscuridad.
Y hay algo de todo eso en El Talante de la Noche, el segundo disco de Gato ‘e Monte, donde el melodrama de la pérdida, el desamor y el abandono se transforman en la “alegre tristeza” y en la “alegría bosuna”. En los temblores melancólicos de Jeison Perilla sobre las cuerdas mágicas que hacen más llevadero el silencio. Sus arreglos vocales son tan precisos que logran rebosar de dulzura la herida. En el disco también brilla por momentos el bombardino de Sebastián Rozo, las voces -ya legendarias- de Edson Velandia e Isabel Ramírez, la percusión de Camilo Bartelsman en La Turba y el acordeón de Marco Villarreal en Alegría Bosuna, todo bajo la producción, grabación y mezcla de Santiago Navas del Sello In-Correcto.
En El Talante aparece el alimento como un eje transversal al amor, al dolor y a la mezcla de ambos que es la memoria: plátano verde, guayaba, “papa sabanera”, guarapo, limonaria, melao. Ese mismo alimento conecta la felicidad con la desolación. Estas canciones escritas por Gustavo Casallas son de amor, como Alegría Bosuna, El Tejo de Don Teo y El Fin de la Vida, de denuncia como La Turba y El Incendio, de desamor melancólico como Tu Sombra, donde vemos el color rabia en los negros ojos que miran al difunto Enrique Díaz, canción nostálgica del género del terror que es versionada por Gato ‘e Monte llenándola de letanías del pasado que vienen a contarnos la historia de un quebranto, y Garza Morena, donde los armónicos sobre las cuerdas rememoran el canto del pájaro que huye para aprender a volver.
La introducción instrumental de Papa Sabanera es una pieza solemne que traza el camino sonoro hacia la montaña profunda. Aparecen otras canciones que cruzan todo, ternura y dolor, como “Sus rejas mis quebrantos”, que llora las penas inefables de las personas privadas de la libertad, pero que también nos transporta a una cantina de un lugar rodeado de cerros silenciosos donde el llanto se esconde bajo el manto dulce del aguardiente y la bohemia. Aparece también Desde el Sur, canción pequeña que funciona como epílogo e interludio y Cumbia Fumanchera, que se anuncia como un manifiesto de la nueva tropicalia sabanera, donde la cumbia aparece como la “luz del descarriado”, el amor mezclado con la turba que resiste y canta.
Me pregunto por lo que sobrevive al paso del tiempo y por la decidida pérdida de memoria a causa de los afanes del progreso -individual y colectivo-, por las heridas familiares que, muchas veces, urden grietas. Este disco, en su soledad y su breve estruendo, es un viaje a la dulzura de abuelas y abuelos, a la injusticia que se vuelve natural, a la miseria que se vuelve violencia, al abandono que, a fuerza de la repetición, también se vuelve resistencia.
El Talante de la Noche me recuerda a Atahualpa Yupanqui cuando comparaba la música que se gritaba en el llano abierto, sin posibilidad de retorno por la libertad del sonido que nunca regresa, con la música que se hacía con montañas alrededor: un canto que rebota siempre y vuelve a la garganta de la que sale. Y en este disco ambas metáforas confluyen: la falta de horizonte del llano en su infinitud y el eco de la montaña que nos trae de vuelta lo que se canta.