Rosalía, Vetusta Morla y La mar de Paco
Dos conciertos multitudinarios y un libro que muestra como un hombre cambió la vida de una ciudad.
Rosalía en Madrid, el Palacio de los Deportes está lleno hasta la bandera. No se vislumbra ni un músico. La escena esta limpia de micros y de todo. Parece una pasarela de moda flanqueada por dos inmensas pantallas verticales. Comienza el show de Rosalía vestida de cuero rojo sobre un body rojo pasión. Es acompañada por un cuerpo de baile masculino, no lleva músicos ni uñas, están ella, los bailarines y un cámara. Funciona.
Rosalía es la más lista de la clase. Ahora hace reggaetón, ya saben esa música que muchos músicos no se atreven a pronunciar. Aún recuerdo el concierto que ofreció Tego Calderón en Madrid tras publicar El Subestimado. Los músicos no estuvieron a la altura de aquel disco deslumbrante. Con Rosalía se acabó el debate. No hay músicos. ¡Viejunos! ¡Que sois todos unos viejunos!
Las pantallas van descubriendo los secretos de Rosalía. NO lleva maquillaje, solo el sudor que brota de su piel.
Rosalía es la más lista de la clase, mientras C Tangana se lleva a Yeray Cortés, la familia Carmona y al Niño de Elche por una gira por los estadios de Latinoamérica y tarda cinco minutos en poner en la pantalla grande todo el mundo que participa en el show… Rosalía viaja con lo puesto, un puñao de bailarines, un pianista y los técnicos. Va a sonar todas las noches a lo mismo y lo mismo se aburre. Ahí es cuando la quiero ver, a ver qué hace.
VETUSTA MORLA EN EL ESTADIO DEL ATLETI
No me gusta ver conciertos en los estadios. Todo está lejos, el escenario, las cervezas y los baños. Y no suenan bien porque nadie se preocupa de hacer estudios sonoros de los recintos deportivos que luego se financian con conciertos. Sentado en la grada uno ve cómo el centro del terreno de juego esta ocupado por una zona de urinarios que permite a la muchachada aliviarse sin recorrer un marathon.
Es el final de la gira de Cable a Tierra y es la noche de la despedida de un batallón de “folkys” que han invitado para la ocasión. El grupo tiene una identidad sonora muy reconocible en las letras, en la voz de Pucho y en el sonido de la banda, y ahora amplían el abanico con unos invitados que enriquecen la partitura del concierto para resultar emocionantes por lugares ignotos.
LA MAR DE PACO
Amelia Castilla acaba de publicar La Mar de Paco, un libro sobre Paco Martín (1956-2018) el director y fundador de La Mar de Músicas de Cartagena, un festival que este año está dedicado a la República Dominicana. Amelia hace un retrato sociológico de los últimos 40 años en los que Paco fue el motor del cambio de una ciudad que en mi primera visita en el mes de julio del año 2000 parecía una ciudad abandonada a su suerte, en el que sólo parecían tener vida los barrios de los emigrantes. Una ciudad que no miraba al mar porque el puerto estaba tapado por los cuarteles de la marina. Una ciudad fea, sin vida y sin gente. Mi primera crónica se titulaba “Cañones y jazmines”, Paco Martín había conseguido celebrar los conciertos medianos en el patio del cuartel de artillería y antes del concierto de Otto y Arnaldo Antunes su equipo se preocupaba para que regaran los jazmines y se impusieran con su aroma a las armas. Viajar cada año al festival suponía encontrar un rincón nuevo recuperado para la ciudad, un lugar para descubrir artistas que merecían la pena.
Me recuerdo con Paco sentados mirando el infinito y repasando el maravilloso concierto de Totó la Momposina.
-Ha sido muy bonito
-Sí, si que lo ha sido
Parecíamos los dos personajes de Strangers Than Paradise de Jim Jarmush contemplando la niebla.
En estos veinticinco años he visto la ciudad transformada, año a año, ladrillo a ladrillo, concierto a concierto y Paco siempre encontraba un rincón para ofrecer un punto de vista especial. El libro de Amelía Castilla me enseña que Paco Martín era un ser humano que merecía la pena.