Arturo Ruiz del Pozo (foto: Elisa Alvarado).

Ahondar en la música experimental pionera en América Latina suele deparar unos cuantos disgustos, pero más de una satisfacción. La razón para lo primero es lo complicado que es encontrar registros sonoros, cuando en aquella época (años 70) sólo se grababa lo bailable o lo potencialmente comercial. La razón para lo segundo son obras como Venezuela 70: Cosmic Visions Of A Latin American Earth, de Soul Jazz Records; El Mágico Mundo de Daniel Grau, de El Palmas Music; Brazil 70 (After Tropicalia – New Directions In Brazilian Music In The 1970s), también de Soul Jazz Records; y este Territorio del Eco: Experimentalismos y Visiones de lo Ancestral en el Perú (1975-1989), de Buh Records.

Se trata de nueve canciones, casi todas grabadas en cintas de cassette y que jamás vieron una luz de comercializad. Tampoco era su intención. La música experimental se basa en el concepto del laboratorio de ideas. El punto de partida es la búsqueda y si esta resulta, su aplicación en fórmulas de mercado. De modo que también a la hora de dar los créditos, este trabajo de Buh Records considera tan importantes a los músicos como a los realizadores de efectos especiales, a los técnicos de sonido y mezcla; y, claro, a quienes han digitalizado y remezclado hoy estos viejos trabajos.

Con un arte gráfico elaborado por Paloma Pizarro, y un trabajo técnico a manos de Alberto Cendra y Garden Lab Audio, su compilador y productor Luis Alvarado, nos explica de que se trata todo esto tan llamativo, que constituye un “rara avis” en la discografía latinoamericana.

El periodo que va de 1975 a 1988 fue el más prolífico para una generación de artistas peruanos que a partir de concepciones musicales derivadas del jazz y de las técnicas heredadas de la música de vanguardia, buscaron integrar los sonidos del folclore peruano, en busca de un nuevo universo musical. Instrumentos nativos y melodías andinas fueron empleadas en composiciones que demandaron de novedosas técnicas de grabación y de sonidos electrónicos. Esta generación que se articuló en Lima, la conformaron músicos como Omar Aramayo, Manongo Mujica, Arturo Ruiz del Pozo, Miguel Flores, Douglas Tarnawiecki, Luis David Aguilar, Chocolate Algendones y Corina Bartra. Y aunque más insulares en sus exploraciones sonoras, artistas como Rafael Hastings y José Tola formaron parte también de este período.

Pero más que un movimiento se trató de un conjunto de individualidades de procedencias disimiles, que venían tanto del rock, como del jazz, de la música clásica contemporánea y popular, pero también de las artes visuales y la poesía, y que tuvieron en común las oportunidades y limitaciones que brindaba esa etapa intermedia entre el desarrollo de una industria discográfica nacional y las nuevas lógicas de distribución como es la del DIY, el auge del formato cassette y las autoediciones. El paso de los grandes estudios de música electrónica, a la aparición de pequeños estudios privados y la popularización de sintetizadores a nivel global, marcaron un nuevo capítulo de socialización tecnológica. Pero en Perú, las limitaciones para el acceso a novedosas tecnologías, hizo que los estudios de grabación disponibles fueran los lugares elegidos para volcar la creatividad y experimentación de jóvenes ansiosos por expandir sus sonidos.

Pero, ante todo, tuvieron en común un clima cultural como fue el de ese tránsito de los 70s a los 80s en un Perú marcado por una serie de transformaciones sociales y económicas. Principalmente, una intensa migración del campo a la ciudad por la cual muchas de las manifestaciones andinas se insertaron en la capital. El ascenso, tras un golpe de estado, del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, marcó la primera fase del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1980), cuya política nacionalista y antiimperialista, marcó la crisis de un estado oligarca que había dominado al país, y reivindicó al campesino y lo indígena, a través principalmente de una Reforma Agraria, así como del empleo masivo de iconografía andina en su propaganda y un gran fomento del folclore a través de festivales y difusión en radio.

En diciembre de 1975, en el auditorio del Campo de Marte, y con el auspicio del INC, se realizó el 1er. Concierto de Música Andina Telúrica y Neofolklore. La organización corrió a cargo de Roberto Tilico Núñez (natural de Venezuela) y Néstor Díaz, percusionista y charanguista, respectivamente, de Ave Acústica e integrante también de Folkumi, una banda de folclore de la Universidad Nacional de Ingeniería. Ave Acústica había sido fundada por Miguel Flores, quien había sido baterista del grupo de hard rock Pax, pero un accidente lo mantuvo imposibilitado de tocar varios meses, dejando la banda en 1974, dando inició así a Ave Acústica, una de las agrupaciones estelares de un cartel que también incluyó al trío conformado por Omar Aramayo (instrumentos de viento andinos), Corina Bartra (voz) y Manongo Mujica (batería y percusiones). Ave Acústica lo conformaban además Jaime Urco (bajo) y Carlos Espinoza (saxofón). Ambos conjuntos tenían en común la fusión del folclore andino, principalmente sureño, con elementos vanguardistas o con jazz. Si bien Ave Acústica tenía también canciones mantenían una distancia de las agrupaciones locales de nueva canción. La pieza Llegué a Lima al Atardecer, que aludía al proceso migratorio, estaba conformada por una pista de sonidos concretos sobre la cual improvisaban de forma libre y disonante, mientras que una proyección de diapositivas mostraba imágenes del paisaje andino: nubes, cielos, bosques de piedras. 

El festival agrupó a muchos otros conjuntos folclóricos en un intento de generar un puente entre las inquietudes renovadoras y la tradición. Para Miguel lo que Ave Acústica hacía no debía entenderse como folclore, sino más bien como una manifestación musical contemporánea. Solía usar el término “Música Peruana Contemporánea” como también “Neo folklore”, para hacer referencia a una música que buscaba ser: “La vivencia del pasado, creadora del futuro que se hace en la expresión del presente”. En tal sentido su alcance como creador, era también muy amplio, y eso le permitía explorar muchos géneros. La pieza para quinteto de vientos Indio de la Ciudad, dejaba aparecer hacia el final la melodía del Himno Nacional, tocada con notas más largas, generando una sensación de tensión. Pero Flores podía componer también un huayno, armar una banda de rock fusión, un ensamble de jazz, o crear singulares piezas ritualistas. Luego del fin de Ave Acústica en 1977, la carrera personal de Miguel Flores tomó un camino radical y lleno de experimentación, tanto en sus diversos proyectos musicales (Sexteto Miguel Flores, Orquesta Integral del Sol, que lo llevaron hacer presentaciones en Japón), como en sus osadas aventuras como compositor de música para teatro, danza y cine, donde destaca la realizada para la obra Mitos y Mujeres (1983) de la bailarina Luciana Proaño. Varias décadas después dicha grabación fue redescubierta y publicada bajo el nombre de Primitivo, y allí se mezclaba cantos ritualistas amazónicos y melodías andinas tocadas con furiosas guitarras electrificadas a las que se sumaban descargas de freejazz. 

Ave Acústica
Ave Acústica (foto: Roberto Flores)
Corina Bartra
Corina Bartra (foto: Tony Urso)

Tras largos años viviendo en Viena y luego en Londres, Manongo Mujica regresó a Perú en 1972. Hijo de un diplomático y mecenas peruano, se había iniciado como baterista de jazz hasta su traslado a Londres a mediados de los sesentas, donde vivió y atestiguó el florecimiento de una escena londinense de rock y música de vanguardia. Empezó a tocar para obras de danza y teatro, y ya había despertado en él su vocación por la improvisación libre, inspirado en figuras como John Stevens de la Spontaneous Music Ensemble. En 1970 se unió a Los Mads, banda de rock psicodélico integrada por peruanos que se habían instalado en Londres. Ya en Lima se involucró rápidamente con el circuito de danza, y musicalizó un montaje de la obra Flora Tristán (1974) de la bailarina Yvonne von Mollendorf, realizado para un registro en video de Rafael Hastings, con quien además realizó muchas colaboraciones. Pero también tomó rápido contacto con la cantante Susana Baca, con quien realizó conciertos de improvisación, y con Omar Aramayo, poeta puneño e intérprete de instrumentos de viento andinos.

Aramayo y Baca, junto con Gustavo Medina, Sergio Castillo y Beatriz Zegarra, habían formado a principios de 1970, un grupo llamado Tiahuanaco 2000, con composiciones de Omar Aramayo, en la voz de Susana Baca, y con un enfoque musical no convencional. Nuestra música era completamente vanguardista, buscábamos impromptus, sonidos, armonías desconocidas. Excepto las canciones que creaba para Susana, que eran como remansos, recuerda Aramayo. Siempre he tenido tres tipos de zampoña, la número 27. Un zanja o mediana, grave. Y una antarilla shipiba, además de una quena de canilla. Para la época de las improvisaciones con Manongo y Corina, yo ya tenía unas quenas magníficas de bambú africano, hechas en París por un artífice muy famoso, Milton Zapata, huancaíno, una maravilla, además de una quenilla shipiba, agrega el músico. Tiahuanaco 2000 estaban vinculados al grupo de Poetas Mágicos del Perú, conformado por Aramayo, Cesar Toro Montalvo y Roger Contreras, creadores de la revista Girángora, donde publicaban poemas visuales y fonéticos. Omar había hecho la música para diversas películas, entre ellas El Reino de los Mochicas (1974) de Luis Figueroa, donde los sonidos andinos eran usados de manera libre. La banda sonora estaba compuesta de soplidos que creaban atmósferas y vagas melodías que se desvanecían, buscando encontrar la voz de los instrumentos de viento.

La experiencia de Tiahuanaco 2000 se terminó en 1973, año en que Aramayo viajó a Francia, teniendo como meta participar del Festival Mundial de la Juventud. Finalmente, sólo El Polen participó del festival. Aramayo se quedó en París, e hizo diversos conciertos en circuitos de jazz, para finalmente, y luego de una larga estadía, volver a Perú el 28 de julio 1974, al poco tiempo conoció a Manongo Mujica, por intermedio de Rafael Hastings, y empezaron a tocar juntos.

Por su parte, Corina Bartra había dado a conocer sus dotes como vocalista experimental en un concierto realizado en el Teatro Municipal a mediados de los 70. Ya con Omar Aramayo en Lima, formaron un conjunto con Mujica, con quien además realizó shows a dúo y algunas grabaciones (existe un registro en video hecho por Rafael Hastings, en 1978, bajo el título Echoes). Una Voz Diferente fue el nombre de un concierto que Corina ofreció a principios de los años 80, donde mostró toda su radicalidad vocal. Al poco tiempo se mudó, primero a Londres, donde tomó algunos cursos libres en el Guildhall School of Music and Drama y luego a Nueva York donde siguió estudios en el Mannes College of Music. En dicha ciudad publicó de forma independiente el álbum Yambambo (1985), donde integró elementos afroperuanos con el jazz, en el tema que daba título al disco, y donde se percibía la naturaleza lúdica de su voz. Pero es el tema Jungle, donde Corina iba aún más lejos, y donde mostraba una amplitud de posibilidades vocales. Marcado por un sonido tribal que le permitía liberar un idioma despojado, pre verbal, aprovechando los recursos de la tecnología para superponer voces y extenderlas. En las notas del vinilo, el experimentado baterista neoyorquino Clifford Barbaro, quien integró la banda de Corina para este álbum, hizo una descripción de dicha pieza: es una obra inspirada en la selva peruana, nos lleva a un misterioso viaje, a exóticos mundos internos y externos. Se escuchan cantos primitivos y ecos gospel, recordándonos nuestro origen primordial.

En 1979 Arturo Ruiz del Pozo, formado en el Conservatorio Nacional de Música, regresó a Perú tras dos años de seguir estudios de post grado en música electrónica y para cine en el Royal School of Music de Londres, donde tuvo como maestro al compositor y músico electrónico inglés Lawrence Casserley, allí compuso su obra cumbre Composiciones Nativas (1978), una serie de piezas de música concreta usando instrumentos nativos del Perú.

Ese mismo año y con el auspicio del INC, Manongo Mujica organizó el Ciclo Abierto de Exploraciones Musicales, el primer gran festival dedicado a la improvisación libre, donde participaron artistas de diversas procedencias: del mundo del jazz, de la música clásica contemporánea, del rock y la música afroperuana. Manongo Mujica y Arturo Ruiz del Pozo participaron de una obra presentada por César Bolaños. Mujica había tenido un acercamiento a la música clásica contemporánea, había sido solista en 1976 del estreno de la obra Evoluciones II, para percusión y orquesta, de su tío, el compositor peruano vanguardista Enrique Pinilla, quien también fue un reconocido compositor de música para cine. El experimentalismo de los compositores peruanos de la Generación del 50 había sido sin duda muy estimulante para esta joven generación, en particular por la integración de lo andino en obras decididamente modernas. En 1979, Mujica también organizó un evento al que invitó a Cesar Bolaños y a Edgar Valcárcel, y donde presentó una obra de música concreta llamada Homenaje a Lady La Mar, con base en percusiones extendidas, y que junto a las piezas Lago de Totoras, de Arturo Ruiz del Pozo e Iranpabanto, de Miguel Flores fueron presentadas en mayo de 1983 en un ciclo de conciertos de música electrónica llamado Fast Forward, como parte del San Antonio Festival ’83, en el Hemisfair Plaza en San Antonio Texas, gracias a la mediación del músico norteamericano George Cisneros

Fue justamente en el Ciclo Abierto de Exploraciones Musicales que Mujica y Ruiz del Pozo improvisaron con Luis David Aguilar, compositor y violista, graduado en el Conservatorio Nacional, quien se había dedicado a la música para cine y televisión. Admirador de la obra del compositor cuzqueño Armando Guevara Ochoa (un “expresionista indigenista”, en palabras del director Theo Tupayachi), además de cercano y discípulo de leyendas del criollismo y el jazz peruano como Mario Cavagnaro y Jaime Delgado Aparicio, quienes le dieron mucha apertura a sus experimentaciones como compositor de jingles y bandas sonoras, durante su paso como compositor y arreglista en Sonoradio, una de las mayores empresas discográficas peruanas. Fue en la música para cine donde Aguilar encontró un espacio de desarrollo, y donde supo articular el empleo de sonoridades andinas, con técnicas vanguardistas, montajes y uso de sintetizadores, en un amplio rango de posibilidades, que marcaron un nuevo camino para la música cinematográfica peruana. Porque el cine, como el teatro y la danza, valga decir, el mundo de las bandas sonoras, fue un espacio de apertura y campo de experimentación para estos músicos.

Manongo Mujica (batería y percusiones), Arturo Ruiz del Pozo (piano y sintetizador) y Omar Aramayo (instrumentos de viento nativos), formaron una agrupación en 1981, condensando la experiencia ya recogida de lograr esa amalgama entre ímpetu experimental, electrónica y folclore. Nocturno (1983), fue el nombre que le dieron a la primera referencia grabada y producida de forma totalmente independiente de esta generación, publicada en formato cassette. La grabación se hizo en vivo, e incluyó también sonidos pregrabados (como el sonido de un tren en la pieza de apertura compuesta por Aramayo), que eran lanzados en vivo por Ruiz del Pozo, a partir de los archivos de sonidos de Guillermo Palacios, quien se encargó de la grabación y edición final del álbum. Al año siguiente, Arturo Ruiz del Pozo publicó también de forma independiente y en cassette, Composiciones Nativas (1984). Por esos años Mujica había conocido a Julio Chocolate Algendones, un destacado percusionista afroperuano (cajón, tumbas y bongos) que había formado parte de la agrupación Perú Negro, y del conjunto que acompañaba a Chabuca Granda, y quien había sido iniciado en el mundo de la santería durante su estancia en Cuba y Haití a mediados de 1960. En 1984, Chocolate publicó un cassette llamado Canto Eleegua, un homenaje a la santería cubana, que contó con la participación de músicos como Makelah, Manola Azzariti, Juan Zulueta, Augusto Chévez, Rosa Vargas y Vicky Heredia, quienes se repartieron roles de percusión y voces en las extensas piezas que ocupaban cada lado de la cinta. Mujica escribió un breve texto, que se incluyó en la edición, donde decía: El elemento de la repetición en la música ritual, tiene una doble función: por un lado, establece una base rítmica, sobre la cual se apoyan todos los demás ritmos, como en el eje de un gran círculo. Por otro lado, esta repetición actúa como una oración que va lentamente transformándose hasta devenir en un puente con la otra realidad. La música hipnótica de Chocolate resultaba inspiradora, de algún modo su búsqueda ritualista catalizaba el espíritu del momento, por el cual, como con los chamanes, la música era un medio para el ingreso a una dimensión nueva e ignota.

En una entrevista concedida al diario El Comercio, en enero de 1979, Luis David Aguilar declaró: Estoy a la búsqueda de un sonido nuevo que pueda proyectarse universalmente, sin perder su raíz de origen y que sea comprensible por todos. Aquello quedó plasmado en una pieza como La Tarkeada (1986) donde tomando una melodía puneña, Aguilar compuso una serie de variaciones interpretadas por un conjunto de tarkas (grabadas por Richard Silva, del grupo Del Pueblo…Del Barrio) y redoblante (David Sandoval), que se yuxtaponía a los sonidos electrónicos espaciales de un sintetizador, tratando de sugerir el encuentro de dos planos temporales y a la vez estéticos. La exploración en la música electrónica en su combinación con el piano preparado e instrumentos andinos, sería una constante en Aguilar, como quedó fijado en la banda sonora del corto Ruidos del Perú (1979) de Walter Saba y en los cortos documentales Hombres de Viento (1978) y Venas de la Tierra (1983), de José Antonio Portugal, donde además de los instrumentos andinos, y el piano tocado con técnicas extendidas, incluyó voces procesadas y un minucioso trabajo de montaje en estudio, que volvían a estas composiciones, extrañas y disonantes exploraciones que imaginaban un tiempo mítico y a la vez uno futuro, una vía de síntesis vanguardista con elementos de música peruana. Es una respuesta a la realidad en que vivo. siento el deseo de crear sonoridades densas, agresivas, telúricas. Un deseo de gritar, tal vez un poco, buscando trascender la inercia del oyente, o la incomunicación de nuestra sociedad, agregaría Aguilar en la mencionada entrevista.

Miguel Flores
Miguel Flores (foto: Fernando Yovera)
Grupo Espíritus
Grupo Espíritus

Esta generación estaba además en un camino creativo que corría en paralelo al del gran estallido de electrificación de lo folclórico que había traído el movimiento chicha, el cual se desarrollaba en los conos de la ciudad y que representaba a una gran masa social migrante. Para esta escena de música experimental el objetivo estaba en crear un espacio común entre ese sonido del folclore y sus ímpetus renovadores, dentro de concepciones musicales no convencionales, en tanto que la chicha había planteado una fusión del sonido andino y elementos tomados del rock que corrió como reguero de pólvora y definió rápidamente un estilo arraigado en una nueva experiencia urbana. Miguel Flores intentó su propia versión de electrificación guitarrera de lo andino achichado en uno de los temas de Primitivo llamado “Pachacuti” (palabra que en la cosmovisión andina refiere a la llegada de una época de transformación total, de cambio de un orden), que más bien culminaba con una disonante y hendrixiana masa de feedback, y Ruiz del Pozo compuso la que debe ser una de las canciones icónicas de la vida del migrante en la ciudad Gregorio (1984), interpretada por el grupo de rock fusión Del Pueblo…Del Barrio, cuya versión instrumental se incluyó en la banda sonora de la película del mismo nombre. Para estos músicos experimentales acercarse a lo popular implicó una deconstrucción de lo folclórico y una exploración de las posibilidades que los instrumentos nativos ofrecían. Para a partir de allí ir hacia formas abstractas, simbólicas y conceptuales, pero también hacia formas más melódicas, de marcada influencia jazzística y con un aprovechamiento de la electrónica y del estudio de grabación.

Un trabajo como Composiciones Nativas, de Ruiz del Pozo, lo ejemplifica bien, está basado en el empleo de sonidos transformados, extraídos de instrumentos nativos, como el crujido de las cañas de las zampoñas, dando cuenta que lo andino podía emplearse más bien por sus cualidades auditivas, como cualquier otro tipo de material, en composiciones de música concreta. En los primeros conciertos de dichas obras, Ruiz del Pozo incluía proyecciones abstractas, generadas con líquidos de colores. Solía llamar a la experiencia música visual. Los experimentos con sonido del pintor José Tola hicieron eco con la estética neo ancestralista de Ruiz del Pozo. En 1987 él grabó 44 disonantes improvisaciones en diez cassettes, en una larga jornada en las ruinas de Pachacamac. Acción sonora que luego recopilaría en un CD, bajo el título Improvisaciones desde un Infierno. Del mismo modo, Manongo Mujica, quien también era pintor, realizó una performance durante la Bienal de Arte de Trujillo, que consistió de un ritual de entierro de un cello, en los alrededores de la Huaca de la Arcilla, la monumental escultura del artista Emilio Rodríguez Larraín, que remitía a formas arquitectónicas prehispánicas conocidas como huacas. Así mismo, Mujica, elaboró una gran cantidad de partituras visuales, algunas intervenidas con objetos, o elementos como arena, la gran mayoría para obras que sólo eran posibles en el espacio de la imaginación. Esa dimensión conceptual tomó un nuevo rumbo en Paisajes Sonoros, cassette de Manongo Mujica y Douglas Tarnawiecki, con el apoyo de Ruiz del Pozo y Chocolate Algendones, y que estaba basado en grabaciones de campo de zonas urbanas y zonas naturales de Perú (sonidos de aves, mar, lluvia, desiertos, autos, estaciones de radio), material con el que crearon un collage de sonidos sobre el cual agregaban una nueva composición a partir del empleo de una amplia variedad de instrumentos como steel drum, tambor africano, kalimbas, birimbau, gong, semillas, palo de lluvia, papeles, tumbas, bongó, cajón, batería, sintetizadores, órgano hammond, y un instrumento inventado por Douglas Tarnawiecki, llamado “arpa marina”, un largo tubo con diferentes sonajas, algunas de caracoles, ordenadas de la más aguda a la más grave. El resultado era una insólita aproximación al jazz fusión y el ambient con sonidos concretos, en una amalgama sónica inédita. El concepto de Paisajes Sonoros, radicaba en que la propia realidad sonora del entorno se volvía un instrumento más.

Aquí también se plasmó una poética entorno al desierto y al vestigio (la portada de Paisajes Sonoros era una foto del desierto de la costa peruana de José Casals), que serán elementos presentes en muchos trabajos posteriores de Manongo Mujica, en especial el desierto de Paracas, que también había sido inspiración para Rafael Hastings, en la creación de una obra para coro polifónico llamada El Hijo del Hombre (1978-1982) a la que el autor se refería como misa escultórica. A su vez el empleo de grabaciones y efectos sonoros afines a los foleys cinematográficos, seguiría siendo explorado en diversos proyectos de Mujica, como la pieza Invocación del cassette Mundos (1988). Después de Paisajes Sonoros, Mujica junto con Jean Pierre Magnet, Chocolate y Enrique Luna había fundado Perujazz, un grupo de jazz de vanguardia con elementos afroperuanos y andinos. Los 14 hipnóticos minutos del tema El Origen del Huayno, incluido en su álbum de 1987, es un perfecto ejemplo de la síntesis estilística que venían explorando.

Douglas Tarnawiecki era un compositor graduado en el Conservatorio Nacional, pianista e investigador de músicas del mundo, quien siguió estudios en el Eastman School of Music en Rochester, viajó luego a Grecia y retorno al Perú a fines de los 70s, allí tomó contacto con Mujica con quien realizó una serie de conciertos de música espontánea, luego vino Paisajes Sonoros, y en 1986 formó un cuarteto con Julio Bringas, Hernán Quiñones y Reynaldo Morales, en base a la combinación de instrumentos nativos como quenas, zampoñas, bombos, cajón y el piano. Espíritus era el nombre de la larga composición que presentaban en vivo, y el grupo se hizo finalmente conocido con dicho nombre. En una entrevista de 1987, en el N° 3 de la revista Lienzo, en alusión al cassette Paisajes Sonoros, Tarnawiecki señaló un aspecto que puede englobar a esta generación: Lo que a mí me interesa de este trabajo es lo que en cierta manera simboliza lo que es el Perú, la heterogeneidad. No usamos lo nacional como una motivación específica. Yo creo que lo nacional viene solo, por el hecho de estar viviendo aquí, y tal vez lo que sí me interesa, como una de las posibilidades, como tendencia o como posible proyección, sea tratar de ahondar en la capacidad de comunicarnos con un mayor número de personas diferentes o de diferente formación, lo que no es fácil.

Esa heterogeneidad quedó plasmada también en un festival organizado por Arturo Ruiz del Pozo en 1988, en la meseta de Marcahuasi, ubicada a cuatro mil metros de altura, y que llevó como título Marcawasi 88 – Encuentro por la Paz, y donde se presentaron una gran cantidad de agrupaciones de folclore, jazz, nueva canción, y cualquiera que se animara a subirse a tocar. En dicha ocasión Ruiz del Pozo presentó su obra Canto a Markawasi, con músicos sinfónicos, andinos y con la participación de Manongo Mujica y Chocolate Algendones, quizá las más ambiciosa y ecléctica de sus composiciones. Arturo venía de publicar un álbum llamado Viajero Terrestre (1986), también en cassette, compuesto usando un sintetizador, piano, algunas percusiones y vientos andinos, que ya prefiguraban sus tendencias cercanas al new age, pero que también ratificaban su lugar como un excelente y creativo pianista y compositor en obras de tendencia post minimalista y cercana a la música progresiva, como la pieza Retorno. Pero había sido la presentación en vivo de Composiciones Nativas (1984), lo que había despertado una polémica que es importante recordar. Se trató de un debate a través de una serie de columnas periodísticas aparecidas en junio de ese año, en el diario La República, entre el musicólogo Américo Valencia y el crítico Roberto Miro Quesada. Valencia criticaba la legitimidad de tomar elementos andinos de manera libre para producir música experimental que sea identificada como andina, y abogaba por una real música experimental del ande que debía surgir del propio mundo andino. Sin estar en desacuerdo de esto último, Miro Quesada, más bien, defendía la libertad de Ruiz del Pozo de inspirarse en lo andino para hacer una música propia, como parte también de un proceso de integración. Lo que la discusión sin duda revelaba era el tenso escenario de fragmentación social sobre la cual estaba produciéndose esta música.

En otro artículo escrito por Miro Quesada llamado: “Crisis estructural nacional, lo andino como eje nodal”, publicado en marzo de 1988 en la revista Socialismo y Participación, se leía lo siguiente: Quizá en el Perú no pueda hablarse todavía de una identidad cultural cuanto de una identidad cívica expresado en un Estado plural, democrático y popular. Esto estaría demostrando que en el Perú recién estamos en la etapa de establecer la convivencia, punto inicial de toda identidad. Como en el siglo XVI, donde la preocupación fundamental era aprender a convivir. Ahí estamos todavía. Y hoy como en aquel entonces, esa convivencia pasa por la construcción de una nación.

Lo que en retrospectiva podemos denominar como el surgimiento de una escena de música experimental, entre fines de los 70s y principios de los 80s, teniendo como marco el tránsito hacia una nueva Lima y hacia nuevas formas de circulación de la música, fue también la llegada de un momento en que desde diversas perspectivas musicales (el rock, el jazz, la música clásica contemporánea), se asumió una renovación que generó un espacio común, a través de la incorporación de elementos del folclore y de formas musicales experimentales y/o modernas técnicas de grabación. Fueron esas reinterpretaciones del folclore las que cuajaron en un territorio común, que devino en una forma de entender lo experimental como una experiencia ligada a una visión ancestral. El territorio del eco, fue ese espacio donde confluyó esa imaginación mítica y esa ansia de una nueva música.

Territorio del Eco: Experimentalismos y Visiones de lo Ancestral en el Perú (1975-1989) es un proyecto beneficiario de los Estímulos Económicos para la Cultura del Ministerio de Cultura del Perú.

Territorio del Eco muestra como surgió una escena de música experimental en el corazón de Los Andes, entre fines de los años 70 y principios de los años 80. A ello ayudó la llegada de una forma más libre de asumir el rock, el jazz o la música clásica contemporánea. La renovación dio paso a un espacio común, a través de la incorporación de elementos del folclore y de formas musicales experimentales y/o modernas técnicas de grabación. Ese fue el territorio del eco entonces y es el camino que sembró mostrando como pueden confluir la imaginación mítica y esa ansia de una nueva música.    

Playlist

1. Omar Aramayo – Nocturno 1 (1983)
00:00:15
2. Manongo Mujica – Invocación (1988)
00:06:44
3. Corina Bartra – Jungle (1985)
00:12:52
4. Julio Algendones "Chocolate" – Eleegua (1984)
00:17:24
5. Ave Acústica – Llegué a Lima al Atardecer (1975)
00:21:22
6. Espíritus – Bosques Girando al Ritmo del Sol (1987)
00:23:46
7. Miguel Flores – Indio en la Ciudad (1979)
00:29:54
8. Luis David Aguilar – La Tarkeada (1986)
00:31:45
9. Arturo Ruiz del Pozo - Retorno (1986)
00:36:05

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