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Si se escuchan atentamente las canciones de Chabuca y sus letras percibiríamos que era algo más que “a trotecito lento…”. Chabuca era la elegancia hecha canción. Y además, fue una mujer que se saltó las reglas estrictas de la alta sociedad limeña y también una transgresora que rompió los esquemas de lo que supuestamente debía hacer una señora de su tiempo y su status social. Cantaba y se reunía con “jaranistas”, bohemios, criollos, y negros; su maravillosa canción Flor de la Canela, está dedicada a una señora de esa raza.

Se divorció a los pocos años de casada y su marido le acusó de conducta deshonesta por componer valses criollos, cosas que desde la perspectiva de ahora nos la presentan con menos “finura” y más firmeza. Se atrevió a ir dónde el corazón la llevaba, más allá de rutas convencionales y lejos de los prejuicios que nos limitan la vida. Sus letras se saltan muchas normas e incluso las excepciones.

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La Flor de la Canela es una de las más conocidas en el mundo, con ella identificamos al país donde nació la mujer que la compuso: María Isabel Granda y Larco. Hija de familia de la clase media alta del Perú, su padre era un ingeniero de las minas de oro barranquinas y se crío en un ambiente familiar musical.

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Su legado en la historia musical de América Latina, también han sido algunas letras unas canciones irreverentes para su época. Dejó un tremendo legado, tanto en lo musical como en lo poético. Contaba en sus canciones las cosas que vivía, le cantaba a Lima y al Perú que tanto amaba, a sus calles, a sus montañas, a sus amores, sueños, dolores, añoranzas… Le cantaba a la vida. Imágenes y sentimientos que le brotaban del corazón.

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En sus comienzos las canciones son animadas y expresivas. Canta a la Lima antigua señorial de fines del 1800. Es la ciudad que ella conoció a través de su padre, la del barrio del Barranco, de grandes casonas francesas, con inmensos portales y jardines de invierno. A esta etapa pertenecen Lima de Veras, La flor de la Canela, Fina Estampa, Gracia, José Antonio, Zeñó Manué y muchas otras. Sin embargo rompe con el convencional estilo del vals, y sus melodías, alternarán el nuevo lenguaje con los antiguos valses de salón.

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Era una mujer con energía y alegría de vivir; en una segunda etapa comienza a componer las canciones que la hicieron famosa en todo el  mundo. Se cuenta que cuando recibía un premio por sus canciones, a los postres del almuerzo que siguió, hizo uso de la palabra un prócer barranquino, que llevado del énfasis poético pidió: “Piedad para el río, el puente y la alameda”. Esa frase impactó en Chabuca quien confiesa que se convirtió en un estribillo, que fue el punto de partida para la creación de su canción más conocida. Casi el segundo himno nacional del Perú, no hay lugar donde no se conozca esta canción.

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Granda cada vez más interesada en el criollismo, interpretó un repertorio ligado al renacimiento de la música negra afro-peruana que, a pesar de haber estado presente a nivel popular, había sido denostado por razones sociales y raciales. Manejó con maestría “negra” el abanico de ritmos que enriquecieron la música popular peruana y su poesía tomó una cadencia repleta de sugerentes colores, sensaciones y quejas.

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Murió fuera de su país y vive en el recuerdo de los peruanos. Susana Baca la gran cantante, que fue gran amiga de Chabuca, dice con gracia que lo que más recuerda es su olla de tallarines, “poetas, músicos, políticos, todos iban llegando, y ella agregaba más agua y tallarines, para que todos comiéramos”.

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Cesar Calvo amigo toda la vida y enamorado de ella, que le acompañó en su vida y en sus giras dice de ella. “A Chabuca no se la puede definir, como tampoco se puede hacerlo brevemente al Amazonas. Solo, zambulléndose en el río. Lamentablemente nunca me zambullí en Chabuca. Fue un río permanente que sigue arrollándome. No permitió que nadie se humedezca con sus lágrimas”

Seguro que Chabuca le dedicó: Déjame que te cuente limeño, además de “soy un gallito de buena camada”.

 

 

 

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