Las rancheras al igual que los boleros son puros melodramas, tal vez el género más popular. Lucha Reyes hizo de su vida un melodrama y Ripstein su película más tremenda, basada en la existencia al límite de la gran cantante mexicana.

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Dicen que Lola Beltrán también apodada “La Grande” quiso llamarse Lucha Grande por admiración, pero le disuadieron sus amigos porque era demasiado grande para ella, tal cual.

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Su vida extraña, fuerte y heterodoxa hizo que fuera mitificada y a veces olvidada. Su voz que atiplada se convirtió en potente y fuerte, y nadie ha podido imitarla. El olvido siempre es el lugar de los rebeldes, y ella era una mujer que podía enamorarse y vivir de manera diferente a la convencional. Hay muchas Luchas y situaciones; como la relación con su madre, los fracasos amorosos y el alcohol, pero también rota alegría al cantar.

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Por las noches de farra se oía a Lucha disfrutar cantando: ¡Ay! yo me muero donde quiera/ en la raya la primera/ yo me juego el corazón.

La vida sentimental de la cantante de Reyes fue un tobogán. A pesar de su personalidad arrolladora, su potentes y rasgada voz, además de su sensibilidad extrema, su vida en fue una búsqueda infructuosa del amor y la amistad que nunca llegarán plenamente.

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Lucha Reyes es conocida por propios y extraños como una persona triste, alcohólica, melancólica y sin ganas de vivir. Y en realidad sí lo fue pero no siempre. Ella se casó en dos ocasiones y por ende, entendemos que fue un periodo de felicidad, viajó a muchos lugares, tuvo fortuna y privilegios como cualquier cantante consolidado con su público.

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De Lucha Reyes se conocen muchos episodios, pero como se publicó en un diario: “Lucha Reyes al callar o al mentir, nutrió su mito”.

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Podía haber sido otra, pero ella se inyectaba pasión en vena, y de pura vida pasó a mala vida. Se inició como cantante de opereta, en una especie de teatros improvisados, muy populares en México durante la primera mitad del siglo XX cuando apenas tenía trece años de edad.

Con catorce años se trasladó a los Estados Unidos con el propósito de estudiar canto de una manera profesional. Pero más que dedicarse a su formación artística, Lucha Reyes realizó una gira por aquel país, en la que conoció al que sería su esposo, Gabriel Navarro. Embarazada perdió a su hijo y eso le ocasionó un trauma y, separada de su esposo, volvió a México.

A partir de 1929 comienza la mayor gloria artística para Lucha Reyes. Grabó interpretaciones de múltiples canciones populares; entre ellas, Caminito de Contreras, La tequilera, ¡Ay, Jalisco, no te rajes!, que se convertirían en modelo para las intérpretes femeninas de la canción mexicana. Al año siguiente, fue invitada a cantar en Los Ángeles, donde ofreció varios conciertos.

Lucha empezó a beber de manera desenfrenada por culpa de una separación, importándole poco lo que su familia, amigos y público expresara de ella. Devastada anímicamente, hizo su último intento por componer su vida con un piloto.

Los entendidos afirman que Lucha Reyes es la mamá de los pollitos en la música ranchera. Es la creadora de un estilo bravío que sigue vigente y muchos intérpretes lo han adoptado en su trayectoria musical. La cantante también actuó al lado de Pedro Armendáriz, Dolores del Río, Jorge Negrete, Flor Silvestre y fue dirigida por Emilio “Indio” Fernández en los 30 y 40, falleció luego de ingerir soporíferos y mezclarlos con una bebida alcohólica que su inocente hija le trajo de la farmacia creyendo que eran para el dolor.

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Miles y miles de personas llegaban al sepelio. Canciones como La Tequilera, La Panchita y otras fueron entonadas por el Mariachi Vargas al pie del sepulcro, asistieron Agustín Lara, Dolores del Río y otros artistas.

 

 

 

 

 

 

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