Alfredo De La Fé, el violinista electrificante
Un pionero de la salsa cuenta su historia cinematográfica.
Nadie ha hecho aún una película sobre la vida de Alfredo De La Fé, pero su historia es sin duda tan cinematográfica como perdurable. El músico cubano formado en el Conservatorio Amadeo Roldán, que introdujo el violín eléctrico en la salsa, descubrió su instrumento viendo en la televisión un programa de la Orquesta Aragón en casa de su tía. En La Habana, su vecina y madrina, Celia Cruz, le instaría más tarde a utilizar el violín para llevar la música cubana a todo el mundo.
A los 12 años, De La Fé ya tocaba en concierto con la orquesta de charanga de José Fajardo. Fue allí donde también descubrió las drogas y perdió la virginidad. Los años 70 marcaron el apogeo de sus años neoyorquinos entre los músicos que cambiarían la música latina para siempre. En Nueva York encontró su máxima libertad de expresión con la banda de Eddie Palmieri, y también actuó con la Fania All Stars, el Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino, el Latin Percussion Jazz Ensemble, la Orquesta Broadway y la Típica 73, entre otros grupos legendarios que crearon un sonido latino para la época. En 1982 De La Fé se trasladó repentinamente a Colombia. Huía de cargos por posesión de drogas. Allí seguiría tocando con músicos locales e internacionales y grabando varios discos en solitario. Veinte años después, tras una gira por Europa, regresó a Estados Unidos. Desde entonces ha vuelto a Colombia, donde habló por teléfono (en inglés) desde su casa.
SALSA COMO JIMI HENDRIX: INVENTANDO SU VIOLÍN
Era muy difícil hacerse oír, porque en una banda con tanta percusión y flauta y todo eso, el violín baja de volumen y se queda atrás. Así que empecé a experimentar. Empecé a comprar esas pequeñas grabadoras que venían con pequeños micrófonos, y empecé a poner esos pequeños micrófonos dentro del violín para ver cómo sonaba. Y hacía mucho ruido, mucho feedback.
Y un día, decidí tapar los agujeros del violín. Eso lo hizo mejor. Y entonces Fender (la casa Fender Musical Instruments Corporation), sacó un violín eléctrico. Pero pesaba tanto que parecía que cogías un piano y te lo ponías al hombro. Sonaba muy metálico. No sé quién lo usaba realmente, pero me compré uno de esos y me decepcioné mucho.
Empecé a experimentar con el pedal wah-wah, el sonido de Jimi Hendrix. Ni siquiera era digital, eran delays de cinta. Empecé a comprar cosas y añadirlas a mi violín. Y me dio un sonido distintivo, que nadie más había hecho en Nueva York en ese momento.
Sigo considerando a Eddie Palmieri uno de los mejores músicos del mundo, no sólo por su talento, sino por lo que transmite. Te coge de la mano y te lleva volando por el universo con su música. Me dijo: “haz lo que quieras. No tengas miedo de cagarla. Porque es mejor que la cagues. No quieres tener miedo y entonces no haces nada”.
El violín no estaba en la música salsa. Ni siquiera se llamaba música salsa. ¡Era música! Y los violines estaban ahí, pero en la charanga. Y la charanga es muy sutil, muy bonita, y eso es diferente. Con Eddie pude volverme loco.
Yo era el típico cubano con traje y corbata, y el pelo peinado hacia un lado. Y con Eddie me dejé crecer un gran afro; solíamos vestir con pantalones vaqueros. Así que mi mente se abrió y pude usar estos pedales de guitarra para mi violín, e hizo una gran, gran diferencia.
Y por fin empezaron a sacar pastillas para el violín (sistema que permite su amplificación). Quería conseguir un mayor rango de notas, añadiendo una cuerda para tener cinco cuerdas. Luego usé una de seis cuerdas, y ahora tengo un violín de siete cuerdas.
DE LA CHARANGA A LA SALSA
Empecé a hacer unas jam sessions los martes por la noche en 1972, allí en Nueva York. Pero no me quedé. Me fui a Miami a tocar seis noches a la semana en un bar. Por 100 dólares a la semana.
Y entonces de esas jam sessions salió la Típica 73 en Nueva York, y de repente estaban por todas partes. Puse la radio, Típica 73, cambié la estación, Típica 73, y dije, ¡wow, que gran error cometí! Nunca me sentí bien en Florida. Soy más de ciudad.
Cuando volví a Nueva York, solía pasar el rato con Andy González y Jerry González en su casa del Bronx; solíamos quedarnos allí durante días. Dormíamos en el suelo. Todo lo que hacíamos era escuchar viejos vinilos, y por la tarde empezábamos a improvisar y venía un montón de gente. Venía Dizzy Gillespie, Miles Davis… Tocábamos hasta el día siguiente.
Andy y Jerry tocaban con Eddie Palmieri. Así que un día Eddie llamó y dijo que necesitaban un sustituto porque Chocolate (el trompetista Alfredo Armenteros), estaba enfermo. Y ellos dijeron: “escucha, ¿podemos traer un violinista en su lugar?”. Y él dijo que claro.
Toqué la primera canción con Eddie, y Eddie se levantó del piano y me dijo: “¿quieres trabajar conmigo?”. Nos dimos la mano. Fue una de las mejores cosas que me han pasado en la vida hasta hoy.
LOS ALTOS Y LOS BAJOS
Grabé mi primer disco en solitario en 1979. Se llama Alfredo y es muy actual.
Hice una canción de jazz, My Favorite Things (una versión del éxito de la película Sonrisas y lágrimas). Hice una canción disco (Hot to Trot) que estuvo en las listas de Billboard. Y empecé a tener éxito de verdad.
Al mismo tiempo, estaba loco, porque consumía drogas. Todos esos traficantes venían a los conciertos y nos daban bolsas de cocaína.
Una noche me fui de fiesta a casa de alguien con otros dos músicos, y estábamos allí de fiesta alegremente. Entonces, llegó la policía y tiró la puerta abajo.
La casa estaba llena de drogas. Me llevaron a la cárcel de Atlantic Avenue en Brooklyn. Luego me llevaron a Rikers Island. Me encontré en prisión, enfrentando cargos que iban de 25 años a cadena perpetua. Salí bajo fianza.
Alguien me ayudó, alguien que ni siquiera me conocía. Era uno de esos revolucionarios de Puerto Rico. Sin conocerme siquiera, llenó el tribunal e hizo que el juez me dejara salir bajo fianza.
Me dije a mí mismo: “si alguna vez salgo de esta cárcel, no volveré jamás”. Luché contra el caso durante un año y medio, cuando mi abogado me dijo: “Escucha, vas a estar en prisión preventiva, pero no te preocupes. En cinco años podemos apelar”.
Compré un billete y me vine a Colombia. Huí.
Te lo digo ahora. Nadie lo sabe. Yo no hablo de esto.
Veinte años después, en 2002, contraté a un abogado y fui a entregarme. Estaba rehabilitado desde 1986, así que eso me ayudó mucho. Tenía cartas de Celia Cruz, Oscar de León, tenía cartas de toda la gente importante del medio. Tenía más de 300 cartas. Volví y me entregué.
Primero fui a Europa. Estaba tocando con mi banda Mercadonegro. Hicimos 150 conciertos en un año. Fue desde Europa que volví a Nueva York.
Acabé pagando la restitución, que era mucho dinero. Pero no importa, porque para mí la libertad no tiene precio. Así que pude volver a Nueva York para enfrentarme a mi problema y pude resolverlo, gracias a un abogado llamado Michael Warren, que defendió a los 5 de Central Park (que habían sido condenados injustamente por la violación de una corredora en Central Park), y los sacó de la cárcel.
Ese es el abogado que me ayudó, sin siquiera conocerme. Creo en la Providencia. Creo que hay un ser más poderoso que el ser humano: algunos lo llaman Dios, otros Orula, otros Mahoma. Para mí, creer en ese poder superior ha sido muy útil.
Más importante que salir de la cárcel fue salir de las drogas. Consumía entre 15 y 20 gramos de cocaína al día y cinco botellas de alcohol. Pude volver a Estados Unidos, pagar la restitución y cumplir cinco años de libertad condicional. No tenía crédito. No tenía nada, pero lo hice.
DE LA ARAGÓN A LA FANIA
La Fania para mí era una familia. Llegué a la Fania por Pupi Legarreta, de la Orquesta Sensación. Todos los días le doy las gracias a él y a José Fajardo. Ambos me enseñaron las raíces de la música.
Toco el violín gracias a la Orquesta Aragón. Cuando tenía dos años, fui a casa de mi tía en Cuba, y había un violín en la televisión. Y me quedé hipnotizado por el instrumento. Cuando tenía seis años, mi padre llegó a casa con un violín que había encontrado en el cubo de la basura, sin cuerdas. No tenía arco. Solía dormir con ese violín. Se convirtió en mi obsesión. Mi padre me llevó al Conservatorio de La Habana. Estaba becado.
Pupi formaba parte de la Fania, y tuvo algunos problemas de salud y no pudo ir a Colombia en 1980. (El presidente de la Fania) Jerry Masucci me llamó.
El violín en el grupo solía estar atrás, entre las trompetas y los trombones, justo en el medio. Jerry me trajo enseguida, entre Papo Lucca y Bobby Valentín, así que ese fue mi comienzo. Jerry siguió contratándome para los conciertos de la Fania.
Le estoy muy agradecido. Mucha gente decía que estafaba a los músicos. Pero todo lo que puedo decir de él, y de Ralph Mercado, es que fueron muy buenos conmigo, me ayudaron mucho. Johnny Pacheco era el mejor, nuestro líder.
Estar en la Fania era como para un niño estar en una tienda de caramelos. No había estrellas, ni siquiera Celia [Cruz]. Todos estaban al mismo nivel; ese nivel era humildad, era amor. Sólo dar y dar a través de nuestra experiencia musical.
Cuando empezamos con la salsa, éramos una comunidad nueva en Estados Unidos y queríamos que se nos oyera, queríamos que se nos sintiera, queríamos demostrar lo que somos musicalmente. Un timbalero pone toda su pasión y todo su sentimiento en un solo. Un trompetista haría lo mismo. Solíamos tocar todas las noches.
Cuando la salsa se volvió romántica, era simplemente plana. Ya no se trataba de nuestras propias experiencias. Sólo eran baladas convertidas en salsa.
Eso ayudó a deteriorarla. Después de que Ralph Mercado, que solía hacer los grandes conciertos en el Madison Square Garden, muriera. Ese fue otro punto.
Me pregunto: ¿volverá alguna vez? Creo que es muy difícil debido a la tecnología. Ahora escribes una canción que tiene dos palabras y ganas un Grammy.
EL LEGADO
A los 69 años, con una discografía de docenas de discos en solitario y en colaboración, De La Fé es uno de los supervivientes de un periodo único de gran música, y de algunos tiempos salvajes. Ahora, habla de comer bien y hacer ejercicio, y de haber sentado la cabeza y darse cuenta de que la familia puede ser incluso más importante que la música. Habla a menudo de su buena suerte.
Su último álbum, Legado, en el que participan el pianista César Correa e invitados como Gilberto Santa Rosa y Alexander Abreu, recoge en 11 canciones las influencias y experiencias de toda una vida. Pero no se trata de pasar la antorcha.
Quiero tocar hasta el último día que pueda, afirma De La Fé.
En el momento de nuestra conversación, llevaba seis años en Colombia. Estaba planeando volver a vivir en Nueva York: Creo que es hora de volver y refrescarse.