Billo's Caracas Boys (Billo Frómeta al saxo).

El lunes 25 de abril de 1988 llegué a la redacción del periódico. Era El Nacional. Mi jefe inmediato, querido colega Aquilino José Mata, me llama por lo bajito y me pregunta:

¿Por qué nunca has querido entrevistar a Billo?

Y le respondí:

¿Y a qué viene esa pregunta?

Entonces mi jefe me dijo que Billo se lo había dicho, que le dolía que yo nunca me le hubiera acercado. Y claro que me le había acercado. La fiesta de mi graduación en Secundaria, liceo Pedro Emilio Coll, fue con Billo’s y trabajamos muy duro acopiando el dinero para pagar el anillo de graduación y la orquesta que queríamos. Dámele betún a los zapatos, dámele betún

Mi jefe me dijo:

Habrá la gala en el Teresa Carreño y él va a dirigir la Sinfónica.

Lo sé. Todo el país lo sabe.

Yo te pediría que lo visitaras y le hicieras una entrevista de personalidad.

Acepté y quedó fijada para el día siguiente. Aquilino se ocupó de concertar el encuentro. Tiempo no había mucho.

El martes 26 de abril llegué a la residencia de los Frómeta ubicada en la urbanización El Marqués de Caracas. Casa espaciosa, luminosa, marcada desde la entrada por una Clave de Sol. Quinta Tata.

Finamente decorada y dejando espacio para todo, lo que llamó mi atención inmediata fue la cantidad de perros que había. Uno vivo y los demás de porcelana. La esposa de Billo me atendió con gentileza y me ofreció el café de costumbre entre venezolanos.

Luego de una prudencial espera de largos minutos llegaría Billo, apurado y apenado, pero todo bien. Conversamos mucho, y también mucho nos interrumpieron. Estaban sus hijos (los habidos con Morella) y había muchas llamadas del país y del exterior reclamando conversar con él, salir al aire con el Maestro que celebraría sus 50 años en Venezuela.

Retornando a mi hogar después de aquél intenso diálogo, cerveza en mano ordené todo y redacté de un tirón. La conversación estaba muy fresca. Luego vendrían mi trabajo radial nocturno y el merecido descanso.

Al otro día, miércoles 27 cuando llegué al periódico me mandaron directo hacia la oficina de Álvaro Benavides, entonces Jefe de Redacción, quien me dijo:

No saldrá mañana tu trabajo. No habrá concierto. A Billo le dio hoy mismo un derrame cerebral y ya no puede hablar. Tienes, pues, su última entrevista.

Pregunté al Jefe:

¿Qué pasará con esta entrevista?

Sólo se publicará si el Maestro fallece.

Todos queríamos su recuperación y yo deseaba fervientemente que el trabajo se engavetara para siempre, pero Billo Frómeta fallecería una semana después.

Esta es la última entrevista de Billo Frómeta

Este trabajo tendría que haber visto la luz el día jueves 28 de abril toda vez que ese día Luis María Frómeta presentaría un concierto muy especial en el teatro Teresa Carreño. Las circunstancias, esas que la vida se encarga de cambiarnos a cada instante impidieron la presentación del Maestro y la publicación de esta entrevista, que si bien fue realizada tomando como pretexto su concierto, era más bien una conversación íntima, salpicada de ternura entre dos amigos en la música. Y esa misma circunstancia que conmueve a todos actualmente es la que motiva lo que en rigor -doloroso lauro- se convierte en la última entrevista concedida por Luis María Frómeta la tarde del martes 26 de abril, exactamente entre 1:45 y 3:29 pm con una antesala de dos horas que se convirtió también en una visión del Maestro sin él estar presente, porque esa antesala como la posterior conversación se efectuó en la residencia del músico, en su querida Quinta Tata de la urbanización El Marqués.

Billo Frómeta: Discúlpame en verdad por haber llegado tarde pero estaba en una reunión de la que no podía retirarme así por así, pero estaba pendiente, claro que estaba pendiente. Figúrate que dejé la mesa donde estaba sentado con Freddy Reyna y este niño… Serrano (Eduardo).

Y así, con esa suerte de piropo generacional tan fraterno comenzó el diálogo con Luis María Frómeta tan gentil en su hogar como fuera de él.

Con este personaje no se pueden hacer entrevistas formales de esas que congelan la ternura por el dato preciso, y además su amplia sonrisa dominicana no lo permite, porque esa sonrisa sigue siendo de los lados del Cibao. De Venezuela tiene los gestos, el cariño, los detalles, las canciones, pero la sonrisa, esa sonrisa de Billo es de Quisqueya.

Con una antesala grata, que permitió el conocimiento de lo que no se dice con palabras, la personalidad de Billo fue aflorando en su ausencia. Allí estaba Eliseo, su fiel y querido “menordomo” (por lo de la estatura, pues) atento al café, al agua, al refresco, al cigarrillo, mientras llegaba el Señor. Casa de nacionalidades, Eliseo hace parte de la historia de Billo en su Quinta Tata. Es ecuatoriano.

Allí estaba también Morella, la compañera de todos los días, la consejera prudente, la de los ojos claros y rasgos firmes, que ve por él y sus cosas.

Animales vivientes y porcelanizados salpicaban las esquinas de aquella casa (tranquila al medio día) con el amor de su amo, mientras las plantas diseminadas por todo el hogar ubicado en El Marqués, delataban la frescura femenina de la reina de aquél oasis.

Se supo entonces, en la tertulia de la espera, que Billo estaba muy emocionado con su presentación, que conoció a Morella en una de las audiciones radiales de A Gozar Muchachos, que respondía a las características de su signo (Escorpión) y que es además amante de los detalles y la tranquilidad.

El vértigo musical de su vida logra transmutarse en serenidad cuando se trata de componer, y la impaciencia por el próximo disco o el siguiente baile se combina con la cena íntima, el descanso vespertino con la tele encendida, el jugueteo infaltable con su perro o las familiares conversaciones cada vez que el tiempo lo permite.

A nivel de sus composiciones esto se refleja. Con ser sumamente populares ellas no esconden un resquicio de tristeza o amargura. No hay temas dolorosos compuestos por Billo Frómeta. Los hay nostálgicos, es verdad pero no puede ni debe confundirse la evocación con la tristeza.

Morella, anfitriona acostumbrada a estos quehaceres en función de su esposo delató la edad de ese amor de 40 años. La serena compañera de hoy fue la joven encendida por la pasión juvenil a sus 15 años. Muchos sinsabores, obstáculos (vuelve a aparecer la palabra circunstancia), no impidieron que la llamita encendida en 1948 cristalizara en hijos y en un romance que se mantiene con vigencia y ternura.

Llegaría con los minutos el Maestro, cargado de pensamientos e inquietudes las cuales no tuvo reparo en derramar en su entrada a casa, como si pensara en voz alta y con cariño. Acá tengo, por fin, mas o menos el orden del concierto. Casi todo está listo y solo falta el último ensayo. No sería la primera vez que Billo dirigiría una Sinfónica, pero estaba emocionado como en un debut. Eliseo, tráeme un whisky, por favor, y dirigiéndose a esta redactora sentenció: tú también te tomarás uno, ¿verdad?, y sin esperar el trago se dedicó a comentar la inclusión de sus temas en el concierto. El ambiente se rodeó entonces, contagiándose además, de su Canto a Caracas: Para cantarte a ti puse al arpa todas las cuerdas de oro, para cantarte a ti mi garganta recogió un ruiseñor. De su Sueño caraqueño: Las muchachas ya no van por La Planicie y a Los Chorros casi casi nadie va.

Billo hizo un alto en la evocación de sus canciones para decir, (como si hiciera falta reafirmarlo), que era fácil darse cuenta cómo componía a Caracas. Mi novia de siempre, la ciudad con la que tengo una deuda de gratitud y cariño, y siguió con sus recuerdos musicales: Hoy todo me parece mas bonito, hoy canta más alegre el ruiseñor, hoy siento la canción del arroyito y siento cómo brilla más el sol. Y habló de su Sueño español. ¿Sabes? Mi abuelo era de las Islas Canarias y he conservado el amor por esa tierra y sus ritmos. Mi Sueño español es una romanza que evoca a esa tierra tan importante para mí, para todos, y que expresa ese gusto mío, expresado en el amplio repertorio de pasodobles que tiene la orquesta.

Apartó la españolería para meterse en terrenos de la cubanía cuando habló de Luis Carbonell, a quien compuso Un cubano en Caracas. En 1955 nos encontramos Luis Carbonell y yo en Caracas. Carbonell como pocos ha cultivado la poesía afroantillana y de verdad hicimos una amistad que ha trascendido al tiempo. Una vez Carbonell me pidió un tema para interpretarlo él y yo decidí mezclar algo de los dos países. Tanto Venezuela como Cuba tienen excelencias a nivel de temas. Apuró un trago de whisky el Maestro y prosiguió su relato. Así que uní Alma llanera con El manisero con un toque bastante personal para que Carbonell se sintiera a sus anchas. Ese tema es Un cubano en Caracas, que se escuchará en el concierto.

Unir a Pedro Elías Gutiérrez con Moisés Simons tiene que dar resultados muy buenos. Ambos temas, Alma llanera y El manisero, respectivamente, son clásicos populares del Caribe.

Billo habló de las partes del programa que lo tenían emocionado, de la parte sinfónica y de la parte de orquesta bailable apuntando que al final de ese concierto él cantaría Epa Isidoro como epílogo de un espectáculo que prometía tener toda la sabrosura del encuentro con lo añejo, con lo querido, con lo alegremente cálido.

Todo parecía estar dicho por esta vez. Había tenido la conversación sus honrosas interrupciones. Mi amor, te está llamando Napoleón Bravo para sacarte al aire en una conversación con Óscar Yánez acerca de la época del Roof Garden. Y Morella se ocupaba de llenar la ausencia momentánea de su esposo. Le estoy grabando la novela porque a él le gusta verla al medio día mientras reposa y hasta llora con esas historias. Regresaba la voz de su mujer: Mi amor, te está llamando Lucy Bell, y la compañera del Maestro preguntaba a quien escribe: ¿Te acuerdas de Lucy Bell? Claro. ¿Y quién no? Mirando en la imaginación hacia la TV de la infancia de hace años.

Lil Rodríguez: ¿Algún recuerdo en especial en este momento? (La pregunta se correspondía con el dejo evocador que había quedado al hablar de sus temas del concierto).

BF: Sí. Siempre cuando voy a alguna presentación especialmente importante para mí no puedo dejar de recordar mis comienzos estudiantiles, cuando me ganaba la vida poniendo inyecciones (eran series de inyecciones, pero sólo a la última cobraba), para luego ir a tocar con mis amigos de ahora y de entonces, Rafael Minaya y Francisco Simó Damirón. No podía haber un cumpleaños del cual nos enteráramos porque allí estábamos los tres de San Francisco de Macorís tocando y alegrando la velada. Eso siempre lo tengo presente cuando voy a un acto especial. Y mirando con dulzura de maestro dijo: Y a propósito, como a ti te gustan los detalles de los nombres déjame decirte que Damirón no se llama Simó. Simó es su primer apellido. Su nombre es Francisco.

Y Billo siguió su seguidilla de recuerdos. Nunca cobramos un baile en ese entonces. Mi primer sueldo, mi primer pago como músico profesional lo recibí en Venezuela, la tierra donde me tomé mi primer whisky, la tierra donde he sido feliz.

LR: Pero conserva su nacionalidad

BF: Es lo menos que puedo hacer por la tierra donde nací. Venezuela es mi vida. Aquí me he sembrado. Entonces como sentimiento de gratitud con Dominicana, conservo ese cordoncito umbilical nacionalista. Es como el caso de dos madres, una te trae al mundo pero otra te cría y educa. No vas a dejar de querer a la primera y en algo demostrarás tu afecto aunque a la segunda llegue toda tu ternura

LR: ¿Alguna ternura en especial?

BF: Sí. La que tengo por Caracas como hijo agradecido, y la que me inspira Morella y no sé cuál es el milagro mediante el cual cada día la veo más bonita… creo que es el milagro del amor, de ese sentimiento que crea la necesidad del uno con el otro, que transforma lo imposible en posible, que da vida a la vida… Y como en confesión Billo susurró: A veces me da miedo… me estoy poniendo viejo y cuando uno es viejo ya uno no inspira ni apetitos ni deseos, pero Morella me quiere y ese es el triunfo del amor sobre los años. ¿No es maravilloso?

Era imposible ya detener el torrente de ternura que se desbordaba a cántaros en esa conversación de las tres de la tarde. Billo no iba a parar, no quería parar sus ternuras escondidas cuando de formalidades se trata, y luchaba con el whisky y las disimuladas lágrimas para continuar su historia de cariños. A veces en la cama me doy vuelta y le digo ¿tú crees Morella que merezco todos esos premios, todas esas glorias que me da la prensa y los elogios del público? Y Morella (si es buena mi Morella) me dice: Billo, te mereces eso y más y me estampa un beso fuerte. ¿Sabes? Aparte de las centenares de placas que atesoro, tengo 21 condecoraciones oficiales. ¿No es mucho?

No puede pensarse que sea mucho. Billo ha trabajado, con altos y bajos, pero ha trabajado y su esfuerzo ha sido reconocido por todos… bueno, por la mayoría, porque algunos por allí tienen todavía el “tupé” de enrostrarle su condición de “extranjero dominicano”, como si fuera un crimen, sin pensar que las nacionalidades no tienen nada que ver a la hora del hecho musical, del trabajo común, de la alegría transmitida y compartida.

Lo que más me duele en la vida es la ingratitud, y he llorado por ella. Billo se levantó, caminó hacia su estudio y allí se sentó al piano para dejar escuchar un bello bolero que poco ha dado a conocer.

Un solo whisky, Juan es la historia de un hombre ya mayor que siempre veía a su novia en un barcito. Un día la novia no llegó al encuentro, a la cita y Juan (no el viejo, sino el mesero que siempre les atendía recibió la orden dolorosa: un solo whisky, Juan porque ella no vino y mi miedo de vejez se transforma en nostalgia.

No es así exactamente, pero eso refleja el bolero que Billo guarda entre los muchos temas que no da a conocer. ¿Te acuerdas de lo que te decía de mis miedos? Un poco de eso está reflejado en este tema.

Mi amor, te llama Luis. ¡Ah!, un momentico, que ese es mi hijo
Sólo así, a hurtadillas se pudo romper la cálida conversación con este hombre emocionado por un concierto, emocionado por sus cantos a la tierra que le celebra sus años como músico y de la que solo pide El último compás de Alma llanera.

Epílogo

Caía en día jueves aquél 28 de abril de 1988. Era la fecha pautada para que Luís María Frómeta Pereyra subiera al escenario de la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño de Caracas a dirigir nada menos que a la Orquesta Sinfónica de Venezuela.

De alguna manera era un obsequio de su eterna enamorada, su novia desde la primera mirada que cruzaron: Caracas.

Ya Luis María Frómeta, conocido sencillamente por todos como Billo, había cumplido 50 años de aquél viaje que lo trasladó desde la República Dominicana, su tierra natal, a la Venezuela que lo adoptaría por siempre.

En el concierto donde Billo dirigiría a la Sinfónica participarían como cantantes muchos de sus amigos, muchos admiradores de su trabajo sostenido y sabroso. No era ajeno al sonido académico, pues en Santo Domingo había participado incluso en la fundación de la Sinfónica de la capital dominicana.

El miércoles 27 era el ensayo final. Billo culminó esa jornada dirigiendo Un cubano en Caracas. Terminó la pieza y los músicos lo aplaudieron. Fue entonces cuando Frómeta Pereyra se desplomó. ¿Sería la intensa emoción de ese momento?, ¿sería recordar a Un cubano en Caracas como su siempre amigo Luís Carbonell?, ¿sería el desenlace de alguna enfermedad no detectada?, ¿sería, como también se comentó, que no le había gustado el ensayo y que no todo estaba bien en el trabajo de la Sinfónica, y eso lo había molestado?

No lo pudo aclarar. No volvería a hablar, y partió físicamente una semana después, el 5 de mayo de ese año 1988. El diagnóstico médico fue derrame cerebral. El diagnóstico del pueblo venezolano fue: Más amor no se podía, y el país estalló en un llanto profundo, inolvidable.

Con la Billo’s Caracas Boys pasa lo mismo que con la Sonora Matancera: su discografía es tan extensa y variada que se pueden hacer miles de recopilatorios de grandes hits. En este caso nos hemos basado en variedad rítmica, por lo que se pueden apreciar chachachás cubanos, joropos venezolanos, cumbias y porros colombianos, merengues dominicanos o bombas puertorriqueñas. Billo Frómeta fue un incansable generador de arreglos para canciones, lo cual en una orquesta tan grande tiene un mérito enorme y una gran vocación de trabajo.

Playlist

1. Billo's Caracas Boys - Bacoso
00:00:33
2. Billo's Caracas Boys - Porro sabanero
00:03:24
3. Billo's Caracas Boys - El Brujo
00:06:43
4. Billo's Caracas Boys - Qué sabroso
00:11:34
5. Billo's Caracas Boys - La Casa de Fernando
00:14:34
6. Billo's Caracas Boys - Canto a Caracas
00:17:44
7. Billo's Caracas Boys - Piano bonito
00:20:34
8. Billo's Caracas Boys - Rapsodia de cueros
00:23:29
9. Billo's Caracas Boys - Perfume de rosas
00:26:46
10. Billo's Caracas Boys - Juanita Bonita
00:29:20
11. Billo's Caracas Boys - La vaca vieja
00:32:11
12. Billo's Caracas Boys - La fiesta del café
00:35:22
13. Billo's Caracas Boys - La flor del trabajo
00:38:41
14. Billo's Caracas Boys - Aguinaldo con Billo
00:41:23
15. Billo's Caracas Boys - Río crecido
00:44:31

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