Jaime Torres, el hijo del charango
Emblema y maestro de la música popular argentina. Dejó un legado que hoy toma protagonismo en la música electrónica.
Mirar el movimiento de las manos que hacen sonar un charango produce una suerte de fascinación. Se hacen pequeñas, amigas, juegan juntas.
El maestro Jaime Torres se hizo cargo durante sus 80 años de llevar el sonido del charango por todo el mundo y de constituirlo como un instrumento ícono de la música popular argentina.
Su camino siguió siempre el curso de recuperar y revalorizar las raíces nativas, aquellas de las que nacieron los pueblos de Latinoamérica.
Cuando toco mi charango rezo por la Pachamama, me voy cerrando los ojos al útero de mi mama.
Fue en 1964 cuando experimentó aquel punto de inflexión que tuvo el folclore argentino a través de la Misa Criolla de Ariel Ramírez, lo que le permitió conocer el mundo y realizar más adelante su primera gira por Europa, en 1967. Su aparición fue una verdadera revelación para el mundo de la música. “Fui a verlo porque ya me habían hablado muy bien de ‘un muchacho que toca el charango’. Me encantó”, recordaba Mercedes Sosa sobre la primera vez que escuchó a Jaime. “Es un músico que utiliza su instrumento para hacer melodías tan difíciles y bellas que sólo él puede lograr esos sonidos. Sus manos son arte (…) ¿Qué más se puede hablar de una persona como Jaime Torres que no sea alabarlo? Nada. Escucharlo tocar para llenarnos de belleza el corazón”.
Previo a la aparición de Jaime Torres el charango era un instrumento de acompañamiento. Fue a través de su intuición y creatividad que comenzó a componer líneas melódicas y obras en donde charango se volvía protagonista.
Esto puede verse reflejado en el álbum Charango (editado en 1985 por el sello alemán Messidor, que editó tantos otros discos de artistas latinos), donde adapta obras clásicas como el tango El Día Que Me Quieras o la Zamba De La Candelaria.
Aquellos serían los primeros indicios de una pulsión que lo motivaría a romper con la relación charango-folclore y llevar su sonido a otros estilos musicales. En el mismo año del lanzamiento de Charango, Buenos Aires reuniría a Jaime Torres con Paco de Lucía, quien lo invitaría a tocar en el Teatro Coliseo. Allí interpretaron Entre Dos Aguas, siendo la primera vez que Jaime experimentaba con el flamenco.
Uno de los artistas que invocó el sonido del charango fue el gran Gustavo Santaolalla en su álbum Ronroco, lanzado en el año 1998, el cual significó el ingreso del charango al cine de Hollywood, ya que el director Michael Mann incluiría el track Iguazú en su película El Dilema. Ronroco nos regala además la posibilidad de escuchar juntos a Santaolalla y a Torres en la hermosa canción Pampa.
“Maestro, amigo, compañero, esposo, padre, abuelo, cacique…Querido Jaime, el viaje continúa. Buen camino”, escribió Santaolalla tras la muerte de Jaime.
Hoy en día el charango se ha constituido como un instrumento fundamental en la música andina. Grupos como los chilenos Inti-Illimani, Los Kjakjas en Bolivia, o los argentinos Bruno Arias y Los Tekis, entre tantos otros, reflejan el indudable legado de Jaime al percibirse la presencia del charango como sonido fundamental.
Algunos de los jóvenes argentinos referentes del charango en la escena actual son Pilo Garcia, Lautaro Toscano, Enzo Espeche, el francés Boris Choquet, Mariano Roses, Adriana Lúbiz –su labor fue fundamental para la divulgación del charango en Argentina– y Patricio Sullivan, creador del encuentro Noche de Charanguistas y fundador de la primera Escuela de Charanguistas de Buenos Aires.
Lejos de conformarse, Jaime explotó al máximo la versatilidad del charango.
En el año 2000 llevó a cabo un proyecto junto al DJ Javier Zuker y Diego Arnedo (bajista de Divididos), mezclando folclore y música electrónica.
Consecuente con esta búsqueda experimental, colaboró en 2015 con el proyecto chill out de Alex Seoan, Buddha Sounds, grabando Preludio De Luna y Norte. Esta relación daría como resultado Electroplano (2007), álbum donde combinaron folclore y electrónica deep house. Un año después, Jaime produjo Altiplano (2008), álbum que grabó junto al flautista de jazz francés Magic Malik y el percusionista argentino Minino Garay, logrando una obra donde conviven el jazz junto al paisaje andino.
En ese período comenzaría a desarrollarse en Buenos Aires un colectivo de músicos abocados a recuperar los sonidos del folclore andino y fusionarlos con música electrónica.
El espacio artístico donde surgirían muchos de estos proyectos serían las fiestas Zizek, en el barrio de Palermo.
Algunos de los artistas que emergieron de aquellos encuentros fueron Pedro Canale, creador de Chancha Vía Circuito, La Yegros, Remolón, Mati Zundel, King Koya, entre otros.
Luego, las fiestas Zizek mutarían al sello discográfico independiente ZZK Records, el cual produce a los artistas de este nuevo género.
Otros de los artistas que popularizaron dicho estilo son el dúo chaqueño Tonolec, quienes hacen eco de las raíces tobas de la cantante Charo Bogarín. Y podemos seguir haciendo menciones, Dura Tierra, Anahí Arias, el ecuatoriano Nicola Cruz, el DJ inglés El Búho, Tremor, Nación Ekeko…
Todos ellos transitan el camino de unir la composición electrónica con la música latinoamericana, siendo la cumbia, el folclore y las armonías nativas los principales sonidos.
Yo he escuchado con mucha atención a personas como Don Atahualpa (Yupanqui), El Chúcaro (Santiago Ayala).
Tienen paisaje adentro.
El folclore pudo encontrar un nuevo espacio de expresión, impregnar su origen en sonidos actuales y conectar con nuevas generaciones. Es posible percibir un despliegue de aquel paisaje en esta nueva fusión electro-andina, evocar memorias de la Pachamama, y estar más cerca de aquella conexión que tuvo en algún momento el hombre con la naturaleza.