Jonathan Wilson: un nuevo sol en California
Deslumbrante encuentro y sesión en vivo con el autor de Rare Birds.
Jonathan Wilson vive rodeado de luz: la que se derrama sobre las calles, los cañones y las autopistas de Los Ángeles como una inagotable fuente de inspiración para él; la chispeante coincidencia de su apellido con el de los hermanos que mejor entendieron lo que significa subir y bajar de las olas y las colinas en California; los destellos de los flashes, porque merecidamente Wilson es cada vez más solicitado por diversos medios; la luminosidad que irradia su propia e insólita música, inspirada e inspiradora a partes iguales.
El músico, guitarrista y productor se encuentra arropado en la calidez que irradia su magnífico estudio analógico de Echo Park con equipamiento propio de otros tiempos minuciosamente restaurado; de la resplandeciente fidelidad de su círculo íntimo conformado por una nueva generación de músicos como Father John Misty, Lana del Rey o Conor Oberst que sitúan a Los Ángeles de nuevo en el foco de la actualidad sonora.
Por si fuera poco, a Wilson también lo rodea la brutal luz de láseres en su gira con Roger Waters por estadios de todo el mundo y la cegadora energía que emana de 50.000 espectadores coreando canciones, en realidad plegarias psicodélicas grabadas a fuego en el inconsciente colectivo de varias generaciones, a las que le pone su voz y guitarra. Se atreve a tocar también sus propias canciones para audiencias mucho más reducidas una o dos noches antes de la liturgia pinkfloydiana poniendo dinero de su propio bolsillo. Fogonazo adictivo del contraste.
A todas luces, Jonathan Wilson es un personaje único e irrepetible en nuestro tiempo.
Su último trabajo, ‘Rare Birds’ (Bella Union, 2018), ya no apunta sólo a los mitos y ecos de Laurel Canyon de la década de los 70. Quedó atrás aquella fastuosa y sorprendente presentación al mundo a lo Crosby, Stills, Nash & Young que supuso su primer disco ‘Gente Spirit’ (Bella Union, 2010) donde su fascinación por el imaginario de aquella época le llevó incluso a colocar micrófonos de ambiente orientados a Laurel Canyon durante la grabación.
‘Rare Birds’ es demasiado increíble para ser narrado por escrito. Supone una evolución en primer lugar estética y formal. Sin abandonar el espíritu psicodélico y permitiendo que los temas se extiendan de forma natural más allá de los cinco o seis minutos en muchos casos, ahora Wilson se aproxima de alguna manera a la esencia de los Beatles más maduros y bandas como Love, y al Pink Floyd de mediados de los 70. Pero también a ciertas referencias no tan evidentes de la siguiente década. En algunos momentos está mucho más cerca del ímpetu experimental, progresivo y libre de Mark Hollis con su última y asombrosa etapa junto a Talk Talk.
La ventaja de Wilson es que es un autor total. Es decir, que es productor, arreglista, toca varios instrumentos pero especialmente es un teclista versátil y un extraordinario guitarrista. A lo que hay que añadir su curiosidad insaciable como melómano. Todo ello le convierte en el constructor y capitán de su nave. Y además, le gusta fabricarse su universo de forma artesanal, todo lo que se escucha en sus discos es real. Prefiere trabajar con una enorme mesa de mezclas y con cintas analógicas a pesar de que sea un proceso mucho más caro, engorroso y complejo. Hay también cajas de ritmos y sintetizadores. Pero no hay software por en medio, loops de fábrica ni instrumentos virtuales. Hay pocos artistas de su generación que entiendan y manejen de una manera tan audaz el arte de la composición y la creación musical en un estudio.
Este es un disco donde nada es lo que parece. Con inesperados giros argumentales, de grandes canciones, surgidas de la sensibilidad de un espíritu inquieto y noble. Es pop subyugante, caleidoscopio, razonablemente ambicioso y expuesto en modo super panorámico. Es música de nuestro tiempo para todos los públicos. Y, efectivamente, es una obra llena de luz.