Ry Cooder y Ryley Walker, guitarras en la encrucijada
Regresa el gran maestro de la resonancia 'slide' con un deslumbrante disco de góspel y uno de sus discípulos responde con una sugestiva colección de 'antifolk'.
Una de las más socorridas fábulas del blues y la roots music proclama que los cruces de caminos son patria latente de pactos diabólicos, úteros donde la germinación enlazada de estilos desiguales está garantizada y culmina en la ruptura de cualquier contradicción. La mitología de los senderos dice que la tradición ha colocado diez mil vigilantes en cada encrucijada para custodiar el pasado y visar la entrada en el futuro sin que intervengan los demonios.
No hay intersección inválida o confusa si entiendes que la historia tiene forma de círculo. Un par de muy recientes y simultáneos discos confirma la ventura musical de la bifurcación como territorio creativa. Lejanos según la edad de sus autores, Ry Cooder, de 71 años, y Ryley Walker, de 28 —el primero, veterano gran maestro de la guitarra slide; el segundo, investigador de estilos que van del clasicismo al jazz libre—, los álbumes en ningún caso parecen separados por un muro o una frontera.
The Prodigal Son, el primer disco de Cooder tras un silencio de seis años, y Deafman Glance, el cuarto de Walker en estudio, podrían combinarse como un trazado entre los espacios donde fueron creados y grabados, respectivamente la luminosa costa californiana de la plácida Santa Mónica, donde Cooder vive en un escenario tranquilo, y la agitada atmósfera ventosa de la megaciudad lacustre de Chicago, en un norte lejano y casi polar.
“Canción mixteca”, de Ry Cooder, cantada por el actor Harry Dean Stanton. De la película “París, Texas” (Win Wenders).
Triunfal en casi todos los géneros —entre otros prodigios deben citarse la producción, a los 20 años, del alunizaje del tan chiflado como brillante Captain Beefheart; la instauración, en 1985, de las posibilidades cinemáticas y sentimentales de la guitarra tocada con cuello de botella en la banda sonora de París, Texas (una de las más de veinte películas a las que ha puesto banda sonora); y la rebelión contra el olvido de los jerarcas del son cubano con el disco (1997) y el documental Buena Vista Social Club (1999)…—, Cooder es humilde, ajeno a las ceremonias de esplendor regio de los veteranos de alfombra roja, muy despierto socialmente, se postula contra el fascismo billonario y cretino de Trump y ha grabado varios discos contra la pérdida de arraigo cultural de las etnias minoritarias en un país que, opina, está al borde del abismo. Habla de Prodigal Son como de un retorno su casa más querida: el góspel, uno de los troncos musicales, y no el menos importante, que prendieron en el frondoso bosque del que nacería el rock and roll.
“No soy una persona religiosa, pero hay un sentido de respeto y reverencia en estas canciones y en el estado de ánimo con el que te golpean. No conozco ningún estilo que te imprima tanta alegría al cantar como el góspel. No tengo una voz prodigiosa, pero a estas alturas sé que el góspel debes cantarlo con tu propia voz, sin imitar a ningún otro”, le dice al escritor Tom Piazza en los créditos del álbum.
“Straight Street”. Ry Cooder y su grupo tocan en directo en el estudio una de las canciones del álbum “The Prodigal Son”.
Las canciones que Cooder ha seleccionado para el disco —el 17º de su carrera, un delta casi inabarcable con obras a cuatro manos con el maliense Ali Farka Touré, el indio Vishwa Mohan Bhatt y el cubano Manuel Galbán, y colaboraciones con, entre otros, con Neil Young, los Rolling Stones, Randy Newman, Van Morrison, Flaco Jiménez, los Chieftains, John Lee Hooker y Little Feat— son himnos seglares para tiempos dolorosos, salpicados con la ironía marca de la casa, crónicas de disección social y plegarias como la dulce Jesus And Woody, en la que pide la recuperación del poder de soñar en tiempos degradantes.
“Necesitaría ser un poeta para decirlo bien, pero en este disco intento que me lleven de la mano los sentimientos y las vidas de gente de otros tiempos como Woody Guthrie, los Stanley Brothers o Blind Willie Johnson… Quiero que las tumbas del cementerio hablen a través de mí. El viejo Ali Farka Touré me dijo que cuando tocaba la kora y cantaba podía ver a un semicírculo de ancianos frente a él. Le daban el beneplácito cuando estaba inspirado y desaparecían si tocaba con desgana”, dice Cooder.
Como para demostrar la creencia mística que elimina la importancia de los sentidos tomados uno a uno y proponer que solamente percibimos cuando somos todos ellos, Cooder vive desde los cuatro años con un ojo postizo. Perdió el otro al clavarse un cuchillo por accidente cuando tenía cuatro años. Acaso empujado por la laceración y el desarrollo de una mirada interna inexplicable según la lógica, a los seis tocaba el ukelele y el banjo; a los siete, la mandolina; a los nueve, la guitarra; a los diez encontró que la forma del gemido era moldeable con un dedal de cristal o cobre… No se dejen engañar por el gesto de frialdad cuando traza paisajes sonoros: Ry Cooder nunca suda porque en el interior lleva un alma hirviendo.
“Spoil With the Rest”. Ryley Walker.
Con una sensibilidad análoga, un pulso interior de búsqueda personal, el álbum de Walker es la descripción sonora de Chicago, edificada sobre el antagonismo de la abundancia y el gueto. Menos constreñido por el ideal de los nuevos cantautores, incondicionalees del folk de autor de Nick Drake, John Martyn y Tim Buckley, el músico se ha rodeado de intérpretes de jazz y ha entrado en terrenos más difusos.
Todo empezó, confiesa, cuando escuchó las obras del alienígena de la música vernácula estadounidense, John Fahey (1939-2001), el primitivista que trastornaba la tradición con material funerario, polkas matrimoniales, cantos de montañeses tristes como lobos, elegías de divorcios y bautizos. “Este es mi camino, pensé. Decidí que debía describir las incongruencias y misterios de esta ciudad agresiva y a la vez sorprendente mediante algo que podríamos llamar anti-folk”, le dice a Stereogum.
Deafman Glance se aleja de las obras previas que llamaron la atención sobre Walker, un músico confesional que no hurta al oyente de sus subidas y bajadas en el trampolín de la química legal o prohibida. El álbum también nació de un accidente: mientras vagaba en bicicleta en una de sus rutas improvisadas por la ciudad, un coche se llevó por delante al ciclista. En los meses de postración posteriores, decidió alejarse de los “clichés de los cantautores”, dar mayor importancia a la guitarra y cantar sobre una base de depresiva oscuridad.
“The Roundabout”, Ryley Walker.
El nuevo Walker, al frente de un grupo de jóvenes del off Chicago cercanos al productor Jim O’Rourke, tocará en noviembre en España, con actuaciones confirmadas en Madrid, Barcelona, Sevilla y San Sebastián. ¿Qué puede esperar el público?
“Estoy encontrando mi propia voz. Es un proceso duro, porque me dediqué al autosabotaje de las drogas para transformarme en el chico folk. Sigo drogándome, pero ahora lo hago sin caer en el cliché del pobre cantautor depresivo. Necesito colocarme para cantar y tocar, pero el grupo de amigos que me rodea me lleva por caminos nuevos”.