Detalle de la portada 'El Cantor de la montaña Vol. 2' de los años 60.

Cuando tenía 10 años, Florencio Morales era un jíbaro con pocos méritos escolares: tres cursos escasos en la escuelita de Caguas, en el centro frondoso y quebrado de Puerto Rico. No sabía apenas nada de lo que, sostienen, debemos saber: trigonometría, Platón, biología, civismo… Tampoco ellos saben que las fórmulas todas se pueden reducir a canción y no sospecharon que aquel crío pequeño las empezaba a atesorar.

Alguien fisgó un apunte el día que lo escuchó cantar como sin desear hacerlo, como hablando con la húmeda nada del ambiente. Otro día alguien más invitó al niño campesino a improvisar unas décimas. Un tercer personaje anónimo le prestó un cuatro casi arruinado. A los pocos años el niño era un mito y nadie le llamaba por su nombre de bautizo: era Ramito, el jíbaro que sabía todas las canciones y, en tierra de machos, daba la cara contra los malos tratos contra a las mujeres. Cuando ves a un hombre de frente, solo tienes boca, cantó en una de sus piezas dedicada a un maltratador.

Acabo de enterarme que el poeta y novelista José Lezama Lima enunció en una reflexión tardía tomada de un “guitarrero cubano” el secreto de la música: “El alma se da en la sombra (…), en la infinita sorpresa, en el asombro, en la fulguración oscura”. Mientras escucho las más de cien canciones que me acompañan mientras escribo esta pieza, todas compuestas, interpretadas y cantadas por el mismo hombre, un casi vecino de Lezama, entiendo con diáfana convicción que no siempre es correcta la opinión del escritor. La inspiración musical puede ser campechana, naíf, de una inocencia que el también cubano José Martí resumió en cuatro consejos de inacción: “cesa, calla, reposa, vive”.

El trovador de Puerto Rico Florencio Morales Flor Ramos, llamado Ramito, con un acertado alias tan rural e isleño como su origen y modo de ser, es considerado por quórum por los musicólogos y etnógrafos como uno de los más importantes cantantes jíbaros, termino que, para resumir, viene a querer decir que hablamos de músicos-campesinos, al igual que sucede con los guajiros cubanos.

Quien pretenda demostrar que la Wikipedia es un libro electrónico de todas las cosas en todas las lenguas encontrará un enorme atolladero con este creador incansable. No hay entrada sobre Ramito en castellano en la web de webs. Sólo en inglés, un idioma que nunca habló con soltura, y en un texto que no insulto si califico de escueto, sin fuentes, enlaces externos u otra información añadida.

La carencia la subsana con holgura una sola página, El proyecto del cuatro, bilingüe, con abundantes datos y archivos sonoros y un diseño un tanto vetusto que tiene incluso cierta graciosa armonía con la música de la que hablamos. El  proyecto, impulsado por una organización de voluntarios sin fines de lucro radicada en Northampton—Massachusetts y Moca—Puerto Rico, se dedica desde 1992 a “estudiar, preservar y fomentar las tradiciones artesano-musicales” relacionadas con el cuatro, el instrumento de cuerda que se extendió, tras la llegada de Colón, por toda América, y dejó mucha huella por explorar en Puerto Rico, Cuba, República Dominicana y Venezuela.

Ramito, que tiene más de un centenar de grabaciones, pero todas muy difíciles de encontrar, al menos en su formato original [PDF de todos los vinilos de 78 rpm], asoma con justicia como autor de exotismo formal en el temario —dedica un tema al magnicidio de John F. Kennedy, cantando con una emoción todavía manchada por la tragedia, dado que vivía en Nueva York y había sido recibido poco antes por el presidente en la Casa Blanca—; gran intérprete del cuatro, que llevó a una nueva etapa de renovación; pícaro y socarrón observador —en Los pueblos de Borinquen construye la letra enumerando decenas de villas de la isla; explora con humor en No cambio Puerto Rico las presuntas bondades de Nueva York frente a la placidez jíbara—, y narrador del dolor fúnebre en la inesperada La esposa muerta, dedicada a una de las seis mujeres con las que estuvo casado. En la canción, el montaraz y faldero cantante se acerca a los tonos más oscuros de los blues de cuerpo presente:

El silencio fue mi abrigo
Cuando invité a mis amigos
Para ir al novenario
Cuando en el primer rosario
Me conformé con llorar
Cuando yo veía pasar
El café de la cocina
Grité mi esposa querida
Cuando te volveré a hallar

Nacido el 5 de septiembre de 1915 en Caguas, en el macizo central de la isla, Ramito invirtió en la música casi seis décadas. Aunque no recibió educación formal, de sus abuelos escuchó cantos bueyeros que se asociaban a los trabajos de recogida y transporte en carreta. El padre, Juan Morales Díaz, pastor religioso evangélico, entonaba décimas bíblicas, y la madre, Leonarda Ramos Lozada, improvisaba mientras lavaba y se ocupaba de la casa, donde siempre había mucho por hacer. Los hijos fueron 13 y tres de ellos se dedicaron a la música —Ramito, Moralito y Luisito—. El trío de los Morales grabó chuscas canciones conjuntas de enfrentamiento e improvisación, entre ellas las jocosas De los trece tres y Hermano contra hermano.

No hay trampa ni diseño en los valores de estos muchachos que vivían cantando. Ningún cazatalentos encontró a Ramito, que fue un niño listero desde los 10 años, llevando recados en forma versificada a los trabajadores del campo. Tenía una gran capacidad para memorizar, musicalizar e improvisar, una voz atiplada que adornaba con requiebros sostenidos para rematar las estrofas. De adolescente ya conocía casi todas las formas de la música rural de los jíbaros, desplazada, por desgracia, por la llegada arrasadora de la electrificación y los nuevos medios de difusión.

Tras destacar en un concurso de trovadores patrocinado por una mueblería de Caguas, en 1939 Ramito grabó su primer disco y recorrió las antillas, los Estados Unidos, una veintena de países americanos y algunos europeos y asiáticos tras la Segunda Guerra Mundial. Encontraba apoyo incondiconal entre los soldados de Puerto Rico en el ejército norteamericano acantonados en Alemania, Vietnam, Hawai… Se volvían locos cuando aquel gritador con traje jíbaro les recordaba la cultura que habían abandonado y la isla de la que procedían pese a hacer la guerra en nombre de un ejército de un país cuyo idioma no siempre entendían.

Maestro de la improvisación en los patrones tradicionales del verso, especialmente en la décima y el aguinaldo, creó o regeneró subestilos como la enramada, el aguinaldo cagüeño, las llaneras… Incansable, cantó plena, merengue y bolero, se casó seis veces y procreó a 18 hijos.

Su paso por el mundo lo resumió así el especialista José Gumersindo Torres: “Nadie ha cantado ni cantará un mapeyé, un aguinaldo cagüeño, un mariandá y otros aires campesinos como la llanera y la enramada, como aquel jíbaro que de lejos lo parecía y de cerca realmente lo era. Representó nuestro autóctono cántico a través de Estados Unidos, Cuba y Hawai, donde demostró ser el mejor intérprete del típico le lo lai”.

Era un hombre especial, capaz de arrimar el hombro cuando el dinero era necesario. Trabajó como carcelero, bombero y, por supuesto, cortó caña en varias campañas de zafra. Lejos de todo lugar común, no era simple como piensan los zoquetes que debe ser la gente del campo. Dos ejemplos. En la canción Nuestra sangre trazó una teoría bastante certera del descubrimiento y la colonización: Respondiendo a su destino, / Sucumbió el indio tan bravo, / Y entonces al negro esclavo, / Trajo el español ladino, / Con la negra fue mezquino. / Y contra la ley divina, / Él la hizo su concubina, / En el solar hogareño. / Y entonces nació el trigueño, / Con mezcla de sangre fina.

En No eres guapo na’, incluida en nuestra playlist, Ramito firma una de las primeras declaraciones abiertamente críticas contra la cultura machista, bastante extendida en los países de la zona, que justifica los malos tratos y palizas a las mujeres. La letra es explícita: Cuando te pones a beber ron / Te pones a alborotar /Y le pegas a las mujeres / Pero cuando ves un hombre de frente / Te pones a temblar / Porque eres boca nada más.

En un último episodio de magia campesina, Ramito se casó otra vez a los 61 años con una cantante de ojos azules, Irma Rodríguez Sierra, conocida en el mundo de la trova como La Jíbara de Salinas. Ella tenía 29 y había aprendido a entonar escuchando las canciones de él. Diecisiete años después de la boda, el 23 de enero de 1990, Ramito anunció que se acostaba un rato en la hamaca porque estaba cansado. Tenía cáncer de estómago e isquemia cerebral y a veces se arrastraba de dolor, pero aquella tarde parecía tranquilo. Diez minutos después ella escuchó el disparo del revólver.

La Jibarita encontró cerca del cuerpo unas décimas de amor: “Me fui sin decirte adiós”, decían. Para ella fue una tragedia: “Fue un golpe muy grande para mí. Me volví loca. No sabía que hacer. Por mi mente nunca pasó la idea de que Ramito podría quitarse la vida (…) Estaba bien deprimido, pero nunca quiso ayuda profesional porque no creía en los psicólogos”, declaró la mujer. También ella está ahora enferma de cáncer, la están tratando con venenos químicos y no tiene mucho futuro, pero, como Ramito le enseñó, la tristeza no vale la pena.

Sacaron al exterior la música de la polvorienta y ardiente atmósfera de los ingenios azucareros coloniales. Recostada la espalda contra las paredes que habían permanecido en sombra durante la tarde, las zonas levemente frescas del llamado batey, el espacio con las vivienda de las peonadas y también las secciones industriales —calderas, trapiche, barracones, almacenes...—, los jíbaros campesinos de Puerto Rico tocaban el cuatro, instrumento de cuerda de origen español, no muy difícil de tañer con una mínima eficacia.

Los jíbaros, gente apesadumbrada, callada cuando no hay ron por medio, con un sentido del honor campesino y ancestral, tendencia a la promiscuidad y el orgullo racial, cantaban con honradez sobre los temas que siempre han acompañado al ser humano en el peregrinar por el mundo o los quebrantos de la vida. Hablaban también, con ironía de soportable grosería, sobre el paisaje; el verdor casi imposible de la isla; el deseo carnal; el amor militante por una o varias mujeres, y el animal que, con más rigor y poesía que la bandera, simboliza a la nación, el coquí, rana mínima privativa de la isla. Nace desde el huevo, sin pasar por el estado de larva y empieza su vida cantando dos sílabas de una simple belleza muy jíbara: CO, para ahuyentar a machos competidores, y QUI para llamar a hembras con ganas de juerga...

Flor Morales Ramos, a quien un locutor de radio bautizó por segunda vez como Ramito, el Cantor de la Montaña —puede obviarse la adenda explicativa y dejarlo, así lo prefería él, en el diminutivo vegetal que remite al apellido materno y también nos invita a imaginar plataneros, fondos de quebrada, riberas de torrente...— vivió entre 1915 y 1989, casi siempre en la zona central y montañosa de la sorprendente isla, de geología fracturada por barrancales y sierras y también rota en lo jurídico por una extraña cualidad: es un “estado libre asociado” no incorporado pero en realidad dependiente de los EE UU., una manera de provincializar sin decir provincia.

Para el cantante, compositor y tocador de cuatro nunca hubo discusión en la ceremonia de entrega de premios sobre la mejor de las posibles residencias en la Tierra. "Y si tengo que morir, por Puerto Rico muero", asevera en un tema. "Puerto Rico brilla, Puerto Rico, amor, parece una flor entre las Antillas," suspira en otra.

El patriarca de la música jíbara moderna, grabó un centenar de temas e interpretó, según algunos cálculos no contrastados, un repertorio de unos mil. No es exagerado señalar que en el 90 por ciento menciona su origen boricua y en uno de cada dos cita a la patria chica, el barrio Bairoa de Caguas, en el centro oriente de la isla, un lugar que consideraba, según declaró en una entrevista, “la capital del mundo” —aunque, alertaba con cierta sorna, se trata de un lugar donde es necesaria la velocidad: “los cabros comen con la emergencia puesta” por el siempre inminente peligro de despeñe—.

Unos meses antes de cumplir 75 años Ramito se suicidó de un tiro en la sien izquierda por un riesgo mayor que cualquier acantilado: el imparable avance de un cáncer de estómago que le impedía vivir con dignidad. Había tenido seis esposas con casorio legal por medio y dejó inscritos en el registro a 18 hijos.

En esta playlist están casi todas las grandes canciones de este hombre de escasa estatura y algo de llana pomposidad. Risueño casi siempre y de cara redondeada, necesitaba gafas de miope de montura monumental, pero las rechazaba al actuar. No consideraba ridículo el casticismo extremo de las carpetas de sus discos, en los que aparece con un gallo de pelea vivo, un machete reluciente que nunca ha cortado caña de azúcar y un sombrero de 'pava', trenzado de yarey y acaso comprado en una tienda de recuerdos... La carencia de asesoría de autenticidad e imagen queda compensada por las canciones y el mensaje, ambos son, como diría un boricua, a fuego.

Arcaico, hipernacionalista e infractor de todos los pecados relacionados con el tipismo, Ramito fue el mejor improvisador del verso de la música caribeña. Admiraron su sinceridad cordial cantantes como José Feliciano, Ricky Martin, Jenifer López y el siempre espléndido Héctor Lavoe. De este último y con Willie Colón al frente de una de las formaciones de Fania, incluyo el aguinaldo Canto a Borinquen.

La playlist se cierra con el tema de mayor alcance popular de Ramito, Qué bonita bandera, una plena considerada como un himno oficioso de Puerto Rico. No se trata de una composición con intenciones independentistas, sino, al contrario, de un canto de veneración a la enseña. Pese a que fue en origen un símbolo del secesionismo de finales del siglo XIX y era delito izarla hasta 1952, Ramito no se moja en la cuestión nacional de la isla y sólo expresa una desatada emoción ante el símbolo. "Representando la patria / después de Dios ella es la primera / que bonita bandera / es la bandera puertorriqueña", dice una de las estrofas. Habla, claro, de la bandera del “estado libre asociado”, no de la oficial, que es la de los EE. UU.

Playlist

1. Ramito con Toñito Ferrer y sus Jíbaros Modernos - La tierra mía
00:00:12
2. Ramito – Nuestra sangre
00:03:01
3. Ramito – Caguas
00:05:49
4. Ramito – Ramito en Hawaii
00:08:27
5. Ramito – El cantor de Puerto Rico
00:11:40
6. Ramito con Toñito Ferrer y sus Jíbaros Modernos - No eres guapo na'
00:14:38
7. Ramito - La esposa muerta
00:17:09
8. Ramito con Toñito Ferrer y sus Jíbaros Modernos - Cualquiera de pena llora
00:20:07
9. Ramito - Llorar no es delito
00:22:36
10. Ramito – El toro Barcino
00:25:28
11. Ramito – Patriotas fenecidos
00:28:33
12. Ramito – Más respeto a Puerto Rico
00:31:24
13. Ramito – Amanecer borincano
00:34:08
14. Ramito – Una mujer en mi vida
00:36:58
15. Ramito, Moralito y Luisito Morales – Hermano contra hermano
00:39:30
16. Ramito, Moralito y Luisito Morales - De los trece tres
00:42:16
17. Ramito – Tesoro en el Caribe
00:46:58
18. Héctor Lavoe con Willie Colón – Canto a Borinquen
00:49:47
19. Ramito & Chorolo y su Combo - Qué bonita bandera
00:54:13
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