Pucho Escalante (foto: Marcela Joya).

Aquella tarde paseaba sin rumbo por el alto Manhattan. Al cruzar la calle 175 se detuvo un instante; recordó las palabras del trombonista simpático con el que había conversado en un evento reciente: Mi ventana es la primera que miras al salir del tren. Cruzó la avenida Fort Washington. Caminó hacia la estación de metro y ubicó la ventana. Esa misma era, pensó; la que estaba un poco abierta, un poco rota, en la esquina pegadita a las escaleras del subterráneo. ¡Puchooooo!, gritó Orlando Godoy desde la calle muy fuerte. ¿Qué paaaasa?, contestó Pucho Escalante desde su habitación, sin saber a quién.

Desde entonces sería un rito: la manera en la que el documentalista Orlando Godoy le anunciaba a Pucho su llegada, con un grito desde la ventana. Ahí y así, hace casi tres décadas, comenzó esa complicidad que llegó a extenderse hasta el pasado 17 de octubre, cuando una neumonía puso fin a la vida del músico cubano Leopoldo Pucho Escalante, quien estaba a punto de completar 102 años. Cuando Orlando Godoy empezó a visitarlo en su apartamento de Washington Heights, Pucho ya no tocaba con frecuencia el trombón pero seguía dando clases y escribiendo arreglos musicales; especialmente para el saxofonista Paquito D’Rivera, a quien decía querer como a un hijo.

Y es que Paquito había conocido a Pucho desde que era un niño. Me dijo el saxofonista que a mediados de la década de los años 60, en la Habana, su padre lo llevaba a ver los ensayos de la orquesta fabulosa y aún desconocida que Pucho Escalante dirigía —el Noneto Cubano de Jazz—, y a que Pucho le diera sus primeras clases de improvisación y composición. Años después, justo antes que Pucho Escalante dejara La Habana para vivir en Venezuela, trabajarían juntos en la Orquesta Cubana de Música Moderna. Más tarde se reencontrarían en la ciudad a la que Pucho llegaría en 1992: Nueva York.

Además de entender a fondo la música tradicional cubana, el jazz y eso a lo que optamos por llamar música clásica, Pucho Escalante escribió y arregló números para una larga lista de orquestas venezolanas, panameñas y cubanas —como la Orquesta Bellamar y la Billo’s Caracas Boys— y acompañó a una todavía más larga lista de solistas de ópera, de jazz, de son, salsa y pop; digamos que Count Basie, Nancy Wilson y Benny Moré son sólo unos de los pocos nombres brillantes con quienes compartió el mismo escenario.

En el 2004, Paquito D’Rivera publicó una novela de la que Orlando Godoy me habló con mucha emoción: Trata de las aventuras del Pucho en la noche habanera, es muy divertido imaginárselo haciendo todas esas pilatunas. Recién me enteraba de que Paquito D’Rivera escribía novelas. Y en efecto, uno de los personajes de ¡Oh, La Habana! se llama Pucho, es trombonista guantanamero y está inspirado en Pucho Escalante, aunque Paquito dice que casi todo es ficción. Leí varios capítulos del libro antes de conocer a Pucho Escalante. Corría el 2019 y yo conducía una serie de entrevistas con Godoy que terminaron por descubrirme, entre tantas maravillas más, a un amorosísimo y lúcido Pucho de 99 años. Para su centenario, que sería en diciembre 14 del 2019, Godoy tenía pensada una gran fiesta con música en vivo y muchos invitados, pero a Pucho le pareció un exceso innecesario. Pensaba que cuando los amigos siguen celebrándole a uno los cumpleaños, sólo lo están condenando a vivir. Creía que ya había vivido suficiente.

Pero no se lamentaba. En los ojos medio grises medio azulados de Pucho Escalante brillaba siempre una alegría luminosa. Cuando lo vi por primera vez no pude relacionarlo con el pícaro simpático y descarriado al que Paquito D’Rivera llamaba Pucho en su libro. Todo en él parecía sensatez y ternura. Poco a poco, sin embargo, Pucho Escalante nos iría abriendo una ventana para mirar su vida y descubriendo al pillo y carismático hombre que era y fue. Al sabio. Al rebelde. Al enamorado. Al necio. Al chismoso. Nos recibía en su habitación, sentado junto a un escritorio de metal repleto de casetes, papeles y medicinas. Siempre vestido con un suéter verde o rojo descoloridos, en chancletas y pantalones grises de algodón. La dominicana María Magdalena Reyes trabajaba asintiéndolo casi a diario para ayudarle a darse baños y preparar comidas. Pucho usaba un caminador metálico para desplazarse y andaba lento con pasos firmes. Le gustaba beber vodka barato y no entendía inglés. Tenía dificultad para ver y para oír y debíamos hablarle en voz muy alta. Aunque lo cierto es que no importaba que tan alto y claro y cerca le preguntara yo las cosas: parecía que sólo oía y entendía muy claro la voz y el acento de su amigo Orlando Godoy.

De modo que Godoy, además de interlocutor fue también, digamos, nuestro intérprete y traductor durante el transcurso de estas entrevistas que hicimos en conjunto con el también documentalista Richie Briñez, y de donde provienen las memorias que siguen a continuación. Son memorias musicales e íntimas en las propias palabras del desenfadado Pucho Escalante, organizadas por efectos de claridad y, en algunos casos, concisión. Son también retratos de una época, lecciones de música, fragmentos de la vida de un hombre que hizo parte de la formación de muchas orquestas que hoy seguimos celebrando. Postales para leer con el oído y mirar con la imaginación.

Orlando Godoy: aquí le traje veneno Pucho, ¿le sirvo uno?

Pucho Escalante: ¡Ajá!, gracias chico. Claro.

(Godoy saca una botella de Vodka Georgi —el que le gusta a Pucho— y le sirve un trago doble, puro, en un vasito de plástico).

Yo soy Leopoldo Jorge Escalante Preval. Sí, chico, Jorge. Nombre feo.

Nací en Yateras, en el poblado de Jamaica, en Guantánamo, Cuba. 14 de diciembre de 1919. Chico sí, es un abuso vivir tantos años, no sé cómo se puede abusar de la vida tanto.

¿Que por qué Pucho? Pues porque mi media hermana mayor, Luisa, que le decíamos la Nena, me puso Pucho. Nunca dijo por qué. Pero así me quedé como desde los cinco años. Y fíjate que no me gustaba ser Pucho, pero me lo trataba de quitar y aparecía alguien y me llamaba así y no había forma. Terminé acostumbrándome a ese nombre feo.

Mi padre fue Gonzalo Escalante, que era pintor y músico y carpintero y fotógrafo. Un sabio. Yo admiraba mucho a mi padre, un mexicano que se enamoró de Cuba. Mi mamá era de Yateras, fue costurera y esposa y se llamaba Carmen Preval. En esa época las mujeres vivían muy apegadas a las cosas del hogar y ella aprendió a cocinar platos azteco-cubanos sabrosos. Y a malcriarnos.

¿Lo que mejor recuerdo de mi infancia? … Las Tetas de Juana Mena. No no, no eran exactamente tetas. Era un lugar muy respetado por los campesinos en Yateras y la finca de mi abuela quedaba ahí cerca. Era un paisaje montañoso que al admirarse de lejos parecía el cuerpo de una mujer desnuda. Un espectáculo. Y Juana Mena fue una dominicana que luchó por los derechos de Cuba y cuidó víctimas de la guerra. Entre esas montañas se ponía el sol y todos mis tíos campesinos se sentaban a esperar la belleza. Yo los acompañaba solo en mis vacaciones y fíjate, hoy, si cierro los ojos, todavía puedo ver esa luz en las tetas.

Me fui a La Habana siendo un niño. Un día llegó una compañía de teatro dirigida por Lolita Berrio, que era una argentina que parecía cubana, muy buena actriz. Ella escuchó a mi hermano Luis Escalante tocar la trompeta y quiso contratarlo, así que le ofreció trabajo en La Habana. Mi hermano casi se desmaya. Eso era la gloria, chico, si ir de Guantánamo a la Habana no era nada fácil. Para nosotros eso era casi como salir al exterior, un sueño. Pero al comienzo mi papá no lo creyó. A los seis meses fue que mi hermano recibió la carta de invitación. Ella le había conseguido un puesto con la orquesta de los Hermanos Palau. ¡Ni más ni menos! Así que mi papá se fue para la Habana con mi hermano. Le tomó unos meses conseguir una casa para todos. Luego nos mandó a buscar y con mi hermano menor y madre los seguimos. Yo tenía 12 años y ese fue el viaje más triste que hice en mi vida.

Fíjate que me había enamorado de una niña a la que nunca le dije nada de lo que sentía. Se llamaba Ligia y yo creo que ella también me quería y tampoco me lo dijo. Nos buscábamos, pero ninguno de los dos sabíamos cómo expresarnos. Cuando le dije que me iba nos pusimos muy tristes y ella me invitó a dormir a su casa. Su papá le dio permiso para que yo fuera a dormir y me dieron mi propia habitación. No no, chico, no dormimos juntos, ¡Ya quisiera! Cuando desperté, ya ella no estaba, la habían mandado al colegio y supe que no la volvería a ver. Ese día, como a las once de la mañana, embarcamos la guagua con mi familia. Yo iba llore que llore. En la guagua me sentaron al lado de una prostituta. Casi toda la guagua iba llena de prostitutas que salían de Guantánamo a trabajar en La Habana. Antes de conocerla pensaba que las putas eran mujeres malas y crueles. Pero ella, que fue muy buena y me escuchó y me consoló, me mostró lo equivocado que estaba. Yo lloraba por Ligia. Traté de olvidarme de ella, pero como Ligia era deportista y jugaba voleibol, un día su retrato apareció en la prensa. Y yo sentí unas ganas de verla… pero pensé, ¿y si voy y me dice que tiene novio, qué voy yo a hacer? Chico, si vi todo nebuloso. Sentí miedo y decidí no buscarla jamás. Mejor guardaba la esperanza de que me quisiera, que matarla sabiendo que ya quería a otro, ¿no? Mira que a veces es mejor así. Como hizo Arsenio. ¿Sabes que me dijo Miguelito Valdés que le dijo Arsenio Rodríguez?

Ay chico, es que cuando ustedes los periodistas puedan, tienen que escribir libros sobre Miguelito Valdés. Nadie me pone la piel como él. De las mejores voces de Cuba. Y un hombre excepcional de bueno. Imagínate que se ofreció a hacer quién sabe qué cosas para pagarle la operación de los ojos a Arsenio. Pero Arsenio le dijo que ya había decidido que no quería operarse. Le dijo a Miguelito que así ciego por lo menos conservaba la esperanza de volver a ver. Mientras que si la operación le fallaba, ¿qué le quedaba? Fíjate esa manera de entender las cosas. Y creo que tenía razón. Yo no toqué con Arsenio, pero lo veía todo el tiempo en esa época en la que mi grupo alternaba con el de él en el Sans Souci. Sí, él iba primero y luego nosotros. Arsenio entonces era el telonero de Armando Romeu y la Orquesta Bellamar, fíjate, y yo tocaba con la Bellamar.

Pero como siempre he sido muy chismoso yo me metía en el camerino a mirar lo que hacía Arsenio y era fascinante como les daba instrucciones a los músicos, pautas y todo; hasta que un día me dijeron que Arsenio necesitaba reunirse ahí mismo con sus músicos y no quería intrusos. Era muy meticuloso y por eso me tuve que salir. Arsenio cambió el son, sí, pero para mí el son fue creado por dos mujeres haitianas en Guantánamo. ¿Qué mujeres? Ya no recuerdo fíjate… nombres perdidos en algún lugar de esta computadora vieja que es mi memoria, pero sé que el son viene de la mujer, de eso no te quede duda.

¡Ah, Ligia! Ajá, sí, mi primer amor. Pero no, no el amor de mi vida. El amor de mi vida sería mi esposa Helena, que era peruana y fue con su familia a Panamá. Nos conocimos caminando en la calle, imagínate eso. Nos tropezamos y ella me preguntó el nombre. Teníamos veinte años tal vez. Su familia se fue y me la dejó a mí. Los músicos teníamos mala fama y nunca entendí por qué confiaron. Figúrate que duré 51 años con ella; ah… fíjate qué voluntad hay que tener para dormir tantos años con la misma mujer.

(Godoy se ataca a reír)

OG: más que voluntad, capacidad de sacrificio, Pucho…

PE: Ajá, sí.

(Suena una alarma)

OG: es la alarma que pone Pucho para ver las noticias. ¡Apáguela, Pucho!

 

Ajá, volvamos a La Habana. Pues en La Habana fue que empecé a tocar el trombón. Mi hermano Luis Escalante, que era un genio y llegaría a ser primera trompeta de la Sinfónica Nacional de Cuba, cada vez tenía más trabajo. Y mi padre, que había tocado la trompeta clandestinamente de joven porque se creía que soplar daba tuberculosis, fue el que me ánimo a tocar el trombón. Pero fíjate que Luis no me dejó tocarlo en público hasta que creyó que yo podía hacerlo muy bien. Pensaba que iban a empezar a hablar mal del hermanito de Luis Escalante y no se lo podía permitir. Mi papá en cambio pensaba que el trombón era un instrumento que daba mucho dinero. No sé de dónde sacó esa idea rara. Fíjate que mi papá a veces tenía cosas raras. Tenía un escritorio privado con un cajón bajo llave. Y una vez vi que en ese cajón guardaba un revólver. Había un tipo interesado en mi hermana mayor que a él no le gustaba. A mi hermana le gustaba el baile y mi mamá, de alcahueta, le decía a mi papá que la acompañaba. Entonces en uno de esos bailes un tipo se enamoró de mi hermana. Era un tipo como vago y mi papá quería a alguien importante para ella, muy importante, y mira que lo consiguió porque finalmente la unió con el dueño de la panadería. ¿Cómo lo ves?

Dame otro veneno pequeño, chico. sí.

Ajá, pues empecé trabajando con una orquesta bailable no muy importante cuando ya tenía como 17 años y mi hermano me había dado permiso. Creo que el director de la orquesta se llamaba Edy algo… lo que sí me acuerdo es que era la orquesta de los Red Devils. Y fue cuando estaba tocando con ellos que René Touzet me vio y me pidió que me fuera a tocar con él. Imagina eso. Entonces yo fui a renunciar a la de los diablos, pero el líder se encojonó y antes de dejarme renunciar prefirió botarme, cómo ves tú eso, fui a renunciar y me botaron. Después también renuncié a la de René, que también se encojonó, para tocar con Armando Romeu, y con René Cabel después, uno de los boleristas más enormes, que era un loco lunático chico. Fíjate que con él grabamos composiciones de Rafael Hernández, pero yo nunca llegué a escuchar esas grabaciones porque las perdió, qué pena.

Empezaba la guerra y me tropecé con que alguien habló de mí en Panamá y quería contratarme. ¿Año? Creo que 1941. Un tipo quería ayudarme con los papeles y me dijo que tenía que levantarme temprano para ir a no sé dónde, pero yo odiaba madrugar, chico. Siempre he sido muy dormilón. Yo hacía entrar a mis amigos a que me visitaran en mi cuarto. Me gusta estar en la cama, todo lo contrario a mi hermano Luis, que era hiperactivo. Fíjate que él había estudiado matemáticas y luego hacía mecánica automotriz y arreglaba gratis los carros de sus amigos, y también era carpintero y tocaba la trompeta así de maravilloso porque siempre tenía que aprender algo distinto. Yo en cambio quería dormir mucho. Pero fíjate, dio por resultado que finalmente el tipo se encargó de todos mis papeles y me los fue a entregar a mi habitación.

Viajé a través del canal de La Taca. Salí en un avión que parecía de hojalata, un susto chico, para Camaguey. ¡Con el miedo que le tenía a los aviones! Ay, chico, tenía que esperar el avión que pasaba de Miami, Nicaragua, el Salvador, Panamá, Camaguey. Y estuve esperando como un mes antes de que me dejaran entrar a la avión, porque los soldados tenían prioridad. Cuando al fin llegué a Panamá, me quedé esperando la guagua y alguien me dijo que no podía coger la chiva ahí, pero como para mí eso de la chiva era tener sexo, me sentí ofendido. Pensé que Panamá era hostil. Recuerdo eso clarísimo. Tenía que hacer ese viaje largo cada año para visitar a mi mamá. Pasaba el tiempo de vacaciones en la Habana. Fueron seis años con la agrupación de Armando Boza, que era el líder de una orquesta que entonces se llamó La Perfecta, imagínate.

OG: Ah, fíjate Pucho que quizá fue de ahí fue que el bandido de Palmieri se copió…

Tal vez… sí. Decía que le ponía así a la orquesta porque buscaba tener siempre a los mejores músicos y hacer que sonara perfectita. Y sonaba tremendo. Y lo respetaban mucho. Para mí fueron seis años de fiesta durante la guerra. Algo afortunado pero triste. Porque imagínate, yo pensaba, nosotros aquí disfrutando y está gente matándose. Los soldados americanos tenían que pasar por Panamá para combatir a los japoneses. Así que organizamos una banda para tocarles gratis a los soldados listos para matarse por nosotros. Muchos que regresaban parecían locos. Recuerdo los ojos de uno que me miraba como si estuviera listo para clavarme un puñal. Pero fue bueno estar en Panamá también porque necesitábamos dinero. Mi hermano estaba siempre viajando en Europa y los dos enviábamos dinero a mi mamá.

Allá en Colón me encontré a una de mis máximas influencias: se llamaba Onésimo García… en La Habana siempre lo escuchaba en la radio, un tremendo trombonista del que nunca nadie habló; el otro que yo trataba de imitar fue Pablito Echavarría, que nadie lo llevaba a tocar porque aunque era maravilloso, era negro. Onésimo llegó a ser mi maestro. Tocaba con una orquesta en la que estaba mi hermano y era muy especial. Es que los trombonistas no eran tan artesanos y él sí. ¿Saben? Los trombonistas eran muy rudos, sacaban un sonido muy destemplado y feo del trombón, como si ese fuera el papel del trombón, hacer ruido en vez de música. Una cosa horrible. Uno de los primeros que tocó este instrumento de una manera decente, muy bonita, fue el americano Jack Teagarden, mi preferido. Me pasé la vida tratando de imitarlo. Y nunca lo conocí.

Cuando terminó la guerra, regresé a La Habana. Por ahí por el 48. Tocaba en un cabaret que se llamó Edén Concert y era del brasileño Victor Correa, que fue el que creo después el Tropicana. Tocaba un poco con todo el mundo… Pero fue un periodo breve, porque luego llegó a mi casa un judío que era director de orquesta en Venezuela. Se llamaba Luis Alfonzo Larrain. También había convocado a Chico O’Farrill para llevárselo, pero Chico quería ir para los Estados Unidos. Yo no, porque ni hablaba inglés. En cambio Chico venía de familia de ricos y viajaba y hablaba bien inglés. Nos gustaba el jazz. Me acuerdo que un día estábamos en su casa oyendo jazz, cuando su abuela que era una señora muy bien vestida y peinadita, nos dice: ¿Y cuándo es que van a parar con esa horrible música de negros? Tal vez sus padres ya no era racistas pero su abuela sí. También por eso Chico tenía que irse.

Entonces me fui con Larrain primero a Venezuela. Creo que el seudónimo que tenía la orquesta entonces era “La reina de la pista bailable”, imagina. La música era alegre y eso era un contraste tenaz con la situación de Venezuela. Recuerdo que con el gran Tony Camargo, el del Año Viejo ese que todos siguen cantando porque les ha dejado cosas muy buenas…, grabamos un disco con la orquesta de Larrain, como en el 53. Sí, esa del Año Viejo y ahí suena mi trombón, que yo la arreglé. Yo a Tony le decía “el embajador de la alegría”, porque a donde llegaba traía felicidad. Me parecía que en Venezuela no tenían esa capacidad de disfrutar. Estaban con la dictadura de Juan Vicente Gómez. No había edificios con más de tres pisos. Las casas eran enormes y de una planta. La gente vivía muy sola, como en un vacío muy grande y muy triste.

Mi hermano Luis también estuvo varias veces en Venezuela, pero con la Sinfónica de Cuba. Mira que fue el primer maestro de dos trompetistas que llegaron a ser más famosos que él. Primero de Chocolate Armenteros y luego de Arturo Sandoval. A Chocolate empezó a dejarle todos los trabajos que él no alcanzaba a hacer porque estaba muy ocupado. Entonces a veces lo mandaba a un trabajo sin avisar y los músicos lo miraban muy mal. Pero Chocolate les decía siempre pruébeme, y si no les gusta me voy. Y les gustaba, imagina. Con Chocolate no coincidimos en La Habana, pero sí nos hicimos muy amigos con Arturo, aunque él ya es rico y famoso y se ha olvidado de mí. Incluso trabajamos juntos en una orquesta que los comunistas le pidieron a mi hermano que organizara, y que hizo con Armando Romeu. Sí, esa que supuestamente era para que los cubanos no se olvidaran de su música. Que quería ser de jazz aunque pareciera como que no. La Orquesta Cubana de Música Moderna.

Recuerdo que mi hermano quiso ponerle cuatro trompetas: Él, Andrés Castro, Trompetica y Arturo Sandoval. Lo cual en esa época no era común. Pero mi hermano era solista de la sinfónica, no podía quedarse mucho y al final se fue de la orquesta. En la batería, recuerdo, empezaron Guillermo Barreto y Enrique Plá. En las congas estuvo Óscar Valdés. Chucho Valdés era uno de los pianistas y a veces tocaba órgano, que sonaba muy horrible. Otro era Rafael Somavilla, que fue un gran músico, pero más comunista que músico. Y a veces estaba tocando y entonces lo llamaban a cortar caña y él se iba….

Y pues fíjate que Arturo vivía en Artemisa, que es una provincia que está cerca a La Habana, pero a la que no era entonces nada fácil llegar. Él me decía oye, cabezón, qué hago con estos viajes tan difíciles… (Ajá, sí, siempre he tenido esta cabeza grandota y mis amigos me han llamado cabezón). Entonces le dije: oye chico ven acá, ¿por qué tú no te buscas una vieja? Acá hay viejas que tienen una casa tremenda y viven solas. Échale candela, tú que estás tan guapo y bien puesto. Ese fue mi consejo, lo recuerdo clarito. Pues dio como resultado que a la semana Arturo me dijo: cabezón, ya tengo la vieja. Y resulta que la vieja resultó siendo una soprano famosa de la ópera de Cuba, Alba Marina. Ella tendría cincuenta y pico y él apenas iba a cumplir veinte. Me preguntó que sí quería ser padrino de la boda porque ella se quería casar con él. Y fíjate que el mismo día de la boda ella ya estaba pensando en divorcio. Y me dijo a mí: acuérdate de esta palabras Pucho, que aquí mismito nos vamos a divorciar. Arturo había dejado a su noviecita de adolescencia para irse con Alba Marina. Ella tenía mucho prestigio y estuvieron juntos como seis años. Pero Arturo dijo que se cansó de que Alba pensaba mucho en su belleza y se ocupaba más con eso que con la música. Luego Andy García hizo una película sobre la vida de Arturo, ¿la vieron?

OG: For Love or Country.

Ajá. Qué mala. Y yo protesté. No contaron conmigo y esa parte de la vida de él no lo pusieron en la película. Después yo volví a Caracas y cuando Sandoval iba allá, terminaba en mi casa. Un día le dije que lo iba a buscar a lo que terminara mi trabajo. Llegué a buscarlo con mi tromboncito, y las mujeres ahí en ese sitio todas locas con él. Todo el sitio lleno. Y para el último número piden que salga Sandoval de nuevo, y haga un bis, y él se empieza a quejar y dice, ¿qué se creen que soy un animal? Pues fíjate que fue la primera y última vez que vi a un músico quejándose de que lo aplaudieran, imagínate eso chico… Y cuando volvió a salir, toqué un número con él, pero a regañadientes.

¿Ay, de la revolución qué puedo decir? Ajá, volví a Cuba cuando comenzaba. Al comienzo sí creí. Estuve pegadito al Ché cortando caña, pero no no, esto no me hace orgulloso. Sí que me dieron un trofeo musical al comienzo de la revolución, y otro después de 40 años. Como una orden nacional de reconocimiento.

OG: yo me lo encontré y lo mandé a enmarcar.

Ajá. Nunca hablé con el Ché, no, pero sí lo vi trabajando duro cortando caña. Él inventó esta vaina del trabajo voluntario y de la caminada de 62 Km. Pero en ese momento me salió una hernia y tuve que explicar que no podía. Yo solo iba a cortar caña cuando podía, los domingos que no tenía trabajo. Y la verdad es que nosotros echamos a perder mucha caña porque era el campesino el que sí sabía cómo hacerlo, dónde meter el machetazo. Yo no tenía idea, metía donde cayera porque quería ayudar…

¿De Fidel Castro? Nada. Lo veía siempre de lejos. En un momento le tuve admiración. Quise pensar que quería hacer una cosa buena, pero fue un comemierda.  Luego en esa época tuve la suerte de ir a Rusia con una compañía que también llevaba a Los Papines, y visité varias ciudades y pude ver lo feo que funcionaba el comunismo. Ya no me gustó. Eran esos tours que inventaba el gobierno. Yo quería captar algo nuevo en la música, mientras que los morenos de los Papines lo que querían era perseguir mujeres… cosa que no entendí porque en Cuba sobran las mujeres hermosas. Además, fue un fracaso total encontrar allí una cerveza decente y por eso fue que terminé aficionándome al vodka. También al Generoso Jiménez, el trombonista, ajá, le gustaba el vodka por eso. Y como los dos éramos borrachos, siempre nos cruzábamos en los bares en La Habana con ganas de vodka, fíjate.

Mi hermano Luis fumaba mucho, murió a los 54 años, y mi otro hermano lo siguió. Y sí que terminé quedándome de nuevo como once años en Cuba. Pero un día pensé que ya había cumplido mi labor y en el 71 volví a irme a Venezuela. Lo bueno fue que esta vez pude hacer algo que siempre quise hacer. Siempre amé el jazz, que empecé a escuchar desde niño porque en Guantánamo había una base naval americana. Y entonces llevaban esa música de New Orleans, como Saint Louis Blues. Y yo me volvía loco con eso. Cuando tenía como siete años y estudiaba solfeo, mi papá a veces acompañaba a mi hermano a los burdeles en los que lo invitaban a tocar ciertas orquestas. Cuando los marinos desembarcaban, se hacía una gran fiesta porque ademas dejaban dólares. Y en toda esa bacanal sonaba mucho jazz.

Me encantaba Louis Armstrong y Benny Goodman y Artie Shaw y Bix Beiderbecke. Así que con varios amigos solíamos reunirnos con frecuencia a hablar de jazz y a escuchar discos. Y un día, no sé bien dónde, a alguien se le ocurrió que nosotros mismos grabáramos esa música, así fue como se hizo el Noneto Cubano de Jazz, por el 63. Hubo músicos formidables como Rafael Somavilla, el pianista que jugó un papel indispensable para el grupo, para componer y buscar lugares para tocar. Era un tipo muy gordo Somavilla y eso le hacía daño a su salud, pero además lo del comunismo lo afectaba mucho. Porque fíjate que una vez discutimos muy feo por cosas que yo le dije que ya no creía del comunismo. Y entonces después le conté a mi mujer sobre la discusión y ella me dijo que cómo se me había ocurrido pelear con un comunista, que estaba ciego y loco, y que eso me iba a traer problemas así que mejor fuera a disculparme con él. Y pues eso hice al otro día. Y entonces es cuando Somavilla me dice bajito al oído: pero tú tienes razón, cabezón, tú tienes razón… lo que pasa es que el quería hacerle creer a los demás que sí creía, pero era tibio…

Armando Romeu también estuvo con nosotros. Ya era el director en la Tropicana y renunció a ellos para estar con Noneto. Nos reuníamos de manera espontánea pero logramos grabar dos discos. Yo hice arreglos y escribí algunos temas. Por eso y porque era el más viejo de todos, me nombraron el líder. Yo no elegí serlo. ¿Los integrantes que recuerdo? A ver… Primera trompeta, Edy Martínez. En el fliscorno, Luis Toledo. Al del saxofón barítono, le decíamos Mosquifí… y también estaba Babín. El del bajo, era algo Hernández.. Rubén, después en el piano…, casi todos muertos…Y de afuera me insistían mucho que hiciera cosas que sonaran más cubanas. Pero yo me negaba, yo lo que quería era tocar jazz. Estuvimos varios años juntos. Rubén González que luego se hizo famoso fue nuestro pianista también, muy brillante, ajá.

OG: Sí, luego del éxito de Buena Vista Social Club reeditaron el disco en CD y lo titularon para venderlo como Rubén González con el Noneto Cubano de Jazz; fíjate Pucho…

PE: Ajá, pues eso sí no lo sabía chico.

(Tres semanas antes que Pucho falleciera, Richie Briñez le llevó a casa el primer elepé del Noneto Cubano de Jazz, publicado en 1965; que dice en su carátula: Grupo Cubano de Jazz del I.C.R., y en letras muy pequeñas: dirige: Leopoldo Escalante Preval (Pucho). Pucho solo tenía el segundo disco. No había visto ni oído éste en décadas. Al escuchar la primera descarga, Soplete, su rostro se congeló. La boca semi abierta enseñando los dientes pequeñitos torcidos y separados se petrificó y sus ojos grandes miraron al techo. Así se quedó un rato, entumecido. Parecía que habitaba otro tiempo. Después tomó de su escritorio una botellita de plástico con vodka y se dio un buen trago. Cuando sonó Noneto y Godoy lo anunció, Pucho lo interrumpió para decirle que no había ningún tema con ese nombre. Godoy le repitió que sí, el último del lado A. Pucho insistió en que no. Dijo: a ese tema le llamamos No tengo confianza, pero seguro a los comunistas no les gustó y le pusieron cualquier cosa, algo como Noneto… Dijo luego que escribió Fantoche en una noche, justo la anterior a la grabación. Cerró los ojos para escucharla. Sonrió y de nuevo su rostro se congeló).

Sí, después vuelvo a Venezuela y me quedo como veinte años. Empecé creo que con Renato Capriles, que tenía varias orquestas, una de esas la de Los Melódicos. No, Capriles no era músico y no tenía la más mínima idea de música, pero era rico y aficionado a la música y podía pagar para sostener una orquesta bajo su nombre; luego contrataba a varios arreglistas. Uno de esos fui yo. Otro fue Billo Frómeta, que luego sería amigo y rival de Capriles. A mí terminó botándome de la orquesta. ¿Porqué, chico? Pues porque protesté por el desorden. Ya le habíamos dicho cómo marcar, le enseñábamos cosas, pero era muy despistado y perdía los arreglos y no ponía orden.  Supe que murió después en una accidente de automóvil.

Luego estuve también con Alberto Naranjo, del Trabuco Venezolano. Alberto no supo nunca mi nombre, me llamó siempre cabezón. Un día en su casa el perro, que mordía como un cocodrilo, me agarró por el brazo. Pero fíjate que Naranjo lo tenía tan entrenado que cuando le pidió que me soltara, el perro me soltó. Alberto era muy gracioso y generoso. Lo quería mucho. No era la orquesta que más me gustaba, pero la pasábamos bien.

OG: ¿Y entonces cuál era Pucho, a ver? No me decepcione. Para mí, nada antes de la Orquesta Aragón.

PEAjá, me gusta la Aragón. Es que es difícil decir solo una, chico. Por ejemplo, la Sonora Matancera siempre tuvo algo picante que me gustó. Pero creo que por un tiempo mi orquesta favorita fue la Billo’s Caracas Boys…

OG: creo que nos mientes, Pucho, creo que a ti te gusta más la música clásica…

PEAjá, chico, ahora sí.  La música que más me gusta oír hoy es la clásica. Tuve la oportunidad de trabajar en la orquesta sinfónica. Nunca fui primer trombón, pero sí segundo. Acompañé a Pavarotti, a Plácido Domingo, en Venezuela.

Pero te decía que cuando trabajé con Billo Frómeta adoraba su orquesta. Él llegó a Venezuela un poquito antes que yo. Todo lo que hacía gustaba y así se hizo millonario. Era tremenda persona. Y su música bien pegajosa, pero de calidad, fíjate. Hicimos amistad enseguida porque le gustaba mucho el jazz, aunque él sabía que eso no era lo que daba dinero así que producía lo que sí daba dinero.  Fui uno de los pocos que él invitó a su casa. Trabajé y grabé con él como durante dos años. Luego me fui porque me contrataron del Canal 8, del estado. Trabajábamos poquísimo en ese canal, pero cobrábamos siempre cumplido. Fíjate que no pedíamos vacaciones nunca. Estuve como 18 años ahí y no pedimos vacaciones nunca porque vivíamos en constantes vacaciones. Así tantas cosas en Venezuela.

¿A quién acompañamos en esa orquesta? Ay, imagínate, a quién no… a ver… Acompañamos a Frank Sinatra, a Nancy Wilson, a Julio Iglesias, a Raphael, a Nina Simone, a Sammy Davis Jr., a Alfredo Sadel, a Vicky Carr, a Nat King Cole, Tony Bennett, Count Basie, los que me acuerdo… Me hubiera encantado acompañar a Perry Como, que era el favorito de mi mujer, que creo que ella estaba enamorada de él… Nancy Wilson terminó enamorándose del presentador del canal 8, imagina… y entonces se lo llevó a vivir a Estados Unidos con ella pero luego lo dejó porque ese comemierda se la pasaba detrás de los traseros de todas.

Pero no, espera, chico… ahora que lo pienso, a Count Basie no lo acompañamos en el canal. Fue un judío muy conocedor que había invitado a Count Basie y varios músicos a que hicieran un tour por Venezuela, y él tenía que tocar en una casa como de ocho pisos que solo tenía escaleras. Entonces Count no quería subir, así que fui y casi lo cargué abrazado para que subiera. Me sentí tan feliz con eso. Imagina chico, ¡Era Count Basie! Luego el mismo judío también llevó a Louis Armstrong a Venezuela. Pero eso sí que fue un fracaso porque en Venezuela no pegaba ese jazz, así que en la sala para miles en la que se presentó no había más de cuarenta personas. Armstrong se puso furioso y dijo que jamás volvería a Venezuela y así fue fíjate.

A Billo también lo dejé porque como dije, detestaba los aviones chico, y con Billo nos la pasábamos volando. Nos sentábamos juntos en el avión y él iba tranquilito y yo con el corazón en la garganta. Antes de subirme al avión siempre compraba un seguro de viajes que le dejaría dinero a mi mujer por si yo me moría. Un músico que iba conmigo una vez me dijo, Pucho pero si le dejas dinero se va a ir con otro… y yo dije, ¿y a mí para qué coños me sirve mi mujer si ya estoy muerto? Era un trompetista de apellido Espinosa, eso recuerdo. Luego su mujer murió y él cogió la costumbre de ir a los velorios a llorar por desconocidos, imagínate eso.

Sí, tuve un hijo con Helena. Se llamó Leopoldo Mauricio y fue pianista clásico. El gobierno venezolano lo becó para estudiar aquí y murió de cáncer a los 43 años. Se había casado con una soprano americana, pero se divorciaron porque él no quería tener hijos.

¿Qué cuándo murió mi esposa? Ay, chico, ni sé. Hace muchos años, no sé si primero o después que mi hijo pero es que para qué me sirve saber. Después de medio siglo juntos sin mayores tropiezos… Ella se dedicó a ser mi mujer. Y fue muy buena. En Venezuela terminó su bachillerato. Yo le di clases de solfeo, después le compré una guitarrita, pero ella no le echó muchas ganas. Lo que sí es que le gustaba el mundo artístico. Le gustaba atender a los amigos músicos que llevaba a la casa, para ella eso era la gloria. Pero cuando discutía con ella, ay ay, a mí me tocaba echar pa´ la calle. Ella nunca se enteró de nada, como sea. Yo siempre salía con mi trombón, como si fuera a trabajar y así era más sencilla la cosa. Sólo estuve en peligro una vez que llegué de casa de una amiguita, y salí tan de afán que al vestirme me puse el calzoncillo al revés. Y es que Helena era muy cuidadosa. Ella me planchaba la ropa interior, me ayudaba a vestir. Así que estoy en la cocina y ella se fija en el calzón al revés. Me pregunta. No recuerdo qué dije pero no creo que dejé sospechas.

Es que yo salía con una mujer que era una enfermera, de Trinidad, que conocí en una guagua en Caracas. Y un día me dijo que se iba para Estados Unidos y que estaba preñada. ¡Ay, chico, imagina el susto! Pero luego dijo que no me preocupara…. que ella quería ese nene pa´ ella nomás. No chico no, no diría que me enamoré pero sí que la pasábamos muy bien.  A ella la habían casado a los trece años, pobre, y ya tenía un hijo grande. Ella supo que yo tenía esposa, sí. Y me dijo un día: mira, averigua que perfume usa tu mujer y yo compro el mismo, así no dejamos sospechas. Qué buena era. Se llamaba Verónica. Y el nombre del perfume no se me olvida: Lenthéric.

¿Pero en qué íbamos? ajá, sí, Venezuela. Recuerdo a Sadel, sí, claro chico. Hay una historia bonita…

 OG: ¡Sadel era el músico preferido de mi mamá, Pucho!

 

¡Ajáaa!. Se llamaba primero Alfredo Sánchez, pero como ese nombre era tan común y él era fanático de Gardel, un día se cambió el nombre a Sadel. Fíjate que un día, que se extravió un arreglo de esta canción de Agustín Lara, creo que Granada, me tocó entonces hacer el arreglo a mí para que Sadel pudiera cantarla. Pero apenas lo miró me dijo, oye Pucho, esto parece diferente a la de Agustín, y es que yo lo había cambiado un poco, quería de alguna manera dejar ahí mi sello, con respeto sí. Luego un día fui a visitar a una amiga al hospital y por ella me enteré de que Sadel estaba en el mismo hospital, y lo visitaba el presidente. Lo vi en la cama, vuelto nada pero alegre. Y resulta que el presidente, Carlos Andrés Pérez, había dado la orden de llevar un equipo de grabación para el hospital. Nosotros en el canal habíamos hecho las pistas para que él pudiera hacer esa grabación. Un tipo que se llamaba Gonzalito a veces nos llamaba para grabar, pero grabábamos cualquier cosa y sin saber ni pa qué, luego nos pagaban y tarde, como casi todo en Venezuela. Así que un día me me encuentro con Gonzalito en la calle y me dice que qué tal me pareció la grabación de Sadel, pero yo ni sabía que era para él… cuando lo vi ya Sadel estaba agonizando de cáncer, como por el 89 sería… Fue el último disco que grabó Sadel.

OG: ¿Y lo tienes Pucho?

PE: Sí, lo voy a buscar…

OG: no me digas que lo vas a buscar Pucho, sino a encontrar…

(Pucho tararea los cambios que le puso a la canción)…

En Venezuela siempre que había algo decente que hacer, me llamaban.

Pero mi esposa Helena, que era más inteligente que yo, presintió que algo muy malo venía para Venezuela y me convenció de venirme a Estados Unidos, donde ya estaba mi hijo. Yo estaba cómodo en Caracas, pero imagínate lo que iba a pasar después. Así que llegamos a Estados Unidos en el 92, primero a New Jersey. No, en este apartamento no vivió Helena, aquí llegué yo solo, que primero alquilé esta habitación en la que llevo más de veinte años durmiendo. Ya entonces supe que no iba a tocar tanto. Y ya me había aficionado a escribir cuentos, sí. Y a leer. Leía mucho, ajá. Pero ya hace como diez años que no leo nada porque no veo y estoy esperando a que me operen los ojos. Toda la biblioteca de Orlando la frité, la acabé.

OG: recuerdo que te gustó mucho el de Cabrera Infante sobre la Freddy, Ella cantaba boleros, ¿recuerdas Pucho?

PE: Ajá, sí. Maravilloso. Qué pena que a la Freddy nunca la conocí…

OG: El último libro que te traje fue de Norberto Fuentes, Dulces guerreros cubanos, pero empezaste a leerlo y me dijiste chico ya no puedo, esa letra es chiquititica, entonces yo me llevé el libro y compré una botella de whisky y la puse en la maleta al lado del libro y la maleta se me cayó al piso y el whisky se reventó y el libro se engordó pero no le crecieron las letras…

PE: (ríe). Cierto cierto. Pero hay un libro que te dije que no me trajeras: creo que algo con mi jardín pastan los héroes. Ya no veía ni sabía donde guardar más cosas.

OG: Es que los dos conocimos al autor, Alberto Padillas… Y es que Pucho tenía todo esto en cajas porque pensaba que lo iban a botar de aquí… pero cuando ya supo que se podía quedar le ayudé a poner todo en las repisas. Es música, cuentos, cartas, partituras.

PE: Ajá. Pero ya no escucho tanta música, chico no, ya no escucho tanto como quisiera…  Estoy esperando mis lentes nuevos para saber qué es lo que voy a leer y organizar y buscar mi música… Orlando siempre me ayuda a redescubrir gente que parecía que ya me había olvidado.

OG: El otro día me hablaste de Chano Pozo, que trabajaste con él…

PE: Ajá sí, chico, pero es que a ver… no era tan buen tipo Chano. Era muy abusador, y maltrataba a la gente. El chisme ya lo saben… lo mataron por reclamar que le vendían marihuana falsa…

OG: Y de Benny Moré

PE: Lindo, ajá. Mira que tenía una musicalidad tan grande que sin saber leer música lo entendía todo. Chocolate le ayudó mucho a organizar su banda. Se conocieron en la Habana y fueron socios. ¿Pero que eran primos? ¿Cómo va a ser? Si yo estaba ahí cuando se conocieron… Y Chocolate le manejaba dineros y partituras y eso, pero eso que dices de que escribiera arreglos, no, yo no creo. Chocolate no era arreglista. Acá en Nueva York yo le hice algunos arreglos pa´ su banda.

¿En Nueva York? Ajá, pues llegué a tocar con Paquito De Rivera, que es como mi hijo. Ah, y hablando de él. Es que a veces tengo sueños que parecen tan reales… y soñé anoche, fíjate, que Paquito se retiraba de la música y eso formaba todo un alboroto, porque imagínate cómo va a ser…. Sí, él se quiso llamar a sí mismo Paquito D’Rivera porque su nombre, Francisco Rivera, parecía muy común, había muchos así. Y ajá, sí, hice algunos arreglos para él, y compuse un tema que grabó que le había dedicado primero a Tito Puente y se llama Modo cubano. También lo había grabado la Orquesta Moderna de Música Cubana.

Sí, acá también trabajé con Carlos Barbería, el de la Orquesta Kubavana, que ya estaba mayor. Pero acá mi trabajo como músico fue muy limitado. Di clases de composición y trombón a algunos músicos…pero es que fíjate, ¿qué podía enseñarle más, por ejemplo a Papo Vásquez? Un día viene y me dice que soy maestro, pero qué va, él ya sabía hacerlo todo.  Así que llegó el momento de retirarme porque me di cuenta de que ya no podía ni soplar en serio chico. Vivía con mi señora en el apartamento de mi hijo, que se había ido pa’ California a trabajar. Pero al morir mi hijo dejé ese apartamento y me vine aquí a vivir en este cuarto…

Vivo así solo desde entonces. Una vez me hice amiguito con una mujer que se llama Austria, una dominicana, mucho más joven que yo que era la asistente de mi doctor, ajá (risas), que me empieza a tratar de convencer de que alquilemos una casa más grande para vivir los dos y que sea su novio y etc…

Ajá. Me propuso matrimonio, ya cuando yo iba de salida de todo. Pensé que estaba loca. Ella creía que yo era un millonario excéntrico. La pasábamos bien juntos pero después cada cuál por su lado. Imagina, si yo ya no le sirvo a ninguna mujer por más que me gustaría…

Marcela Joya: ¿Y qué es lo que más te gusta hacer hoy, Pucho? (le pregunto al cerrar una de nuestras entrevistas)

PEAjá, ¿hoy?… lo de siempre, chica… dormir, dormir mucho.

"Aquí hay mucho guajeo", como dirían para referirse al sabor cubano del jazz. Pucho Escalante no sólo dejó muestras de su talento con el trombón, sino de su enorme estatura como compositor, arreglista y en especial como orquestador, capaz de aunar fuerzas tremendas. Y eso lo hizo al frente de sus propios grupos, como al servicio de grandes orquestas y bandas. Esta es una muestra en la que incluimos Pastilla de menta, grabación del concierto de la Orquesta Cubana de Música Moderna en 1967 en el Teatro Amadeo Roldán de La Habana.

Playlist

1. Pucho Escalante y su Grupo Cubano de Jazz - Moby Dick
00:00:02
2. El Pavo Frank - Bombonchara
00:03:39
3. Pucho Escalante y su Grupo Cubano de Jazz - Zancudo
00:06:06
4. Los Bucaneros - Un gran secreto
00:08:36
5. Pucho Escalante y su Grupo Cubano de Jazz - Serenata para los monos
00:11:32
6. Leonardo Timor and his Cuban Jazz-Band - La gruta nacional
00:14:06
7. Pucho Escalante y su Grupo Cubano de Jazz - De Que Te Quejas
00:16:45
8. Leonardo Timor y su Orquesta - Quasimodo
00:20:16
9. Pucho Escalante y el Noneto Cubano de Jazz - Soplete
00:23:14
10. Paquito D'Rivera - Guaguanjira
00:26:16
11. Orquesta Cubana de Música Moderna - Pastilla de menta live
00:32:26
12. Paquito D'Rivera - Modo cubano
00:37:55

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