Buscando un disco en La Habana
La Habana ya no es lo que era aunque hay cosas que nunca cambian. Este es el paso de un coleccionista de música por sus rincones.
En la calle Neptuno, más o menos a la altura de Águila, tal vez un poco más cerca de Galiano, hay una galería que bien podría haber sido en su tiempo una lujosa tienda de ropa. Dos vitrinas a cada lado muestran con bastante humildad cuatro o cinco discos sueltos, tres camisetas, una pitillera, una cafetera y varios letreros que anuncian lo que hay ahí dentro. El interior es un espacio grande que se reparten varios comerciantes: los de la izquierda arreglan utensilios viejos y los del centro y la derecha venden long plays de segunda mano.
Los vinilos están repartidos, como todo mercadillo que se precie de serlo, en cajas de cartón ubicadas sobre mesas y clasificadas por artistas y por estilos. No suelen ser muy rigurosas estas clasificaciones en otras partes, pero al tratarse única y exclusivamente de música cubana, no hay pierde. Sólo se trata de dejar el morral a un lado y empezar a ver. Lleva tiempo, cansa, la memoria juega malas pasadas y en estos sitios no te dan hand towel como en los aviones, por lo que el mejor sistema es sacar aparte lo llamativo y luego hacer la selección final antes de limpiarse las manos.
Acostumbrados a estas lides, Alejandra y yo nos dispusimos a mirar en las cajas más viejas del lugar. Para un coleccionista Cuba es la tierra de Panart, Gema, Montilla, Kubaney, Puchito y Discuba, es el universo donde se dieron las producciones gloriosas de la RCA durante más de tres décadas. Y por eso estábamos allí Nica y yo acompañando a Alejandra en su búsqueda insaciable de joyas discográficas para la colección Gladys Palmera.
Aquella galería de Neptuno es la misma que sale en los vídeos promocionales del proyecto Havana Cultura de Gilles Peterson, por lo que era altamente confiable ir, pero ¡mira tu por donde!, no encontramos gran cosa. La gran mayoría de cajas eran producciones Areito y Egrem; o sea, lo nuevo de Cuba; o sea, lo que se hizo del 59 para acá. El coleccionismo tiene líneas de acción determinadas (hay quien las llama obsesiones), y una de las nuestras son las carátulas. En los viejos sellos eran obras artísticas depuradas que comenzaban en las sesiones fotográficas. En los nuevos, sobresalen los conceptos fríos donde el diseño no suele recoger siempre el espíritu de la música. Y encima estaba el precio.
A diez dólares por vinilo, aquella galería es el símbolo de la venta habanera de segunda mano para turistas. Su dueño maneja una compraventa donde las producciones entran en peso cubano y salen en cuc*. De modo que, desencantados, nos fuimos para otro lado. Lo malo es que otro lado no hay.
Antes de viajar habíamos establecido algunos contactos que nos guiaran hacia otros coleccionistas dispuestos a vender, así que nos pusimos a la caza y captura de ellos, pero la mayoría no aparecía por ninguna parte. Allá por la Avenida Zanja pillamos a uno. Vivía en el segundo piso de una casa de gradas muy angostas y empinadas. Nos recibió muy amable, nos ofreció café, nos contó su vida y comenzó a sacar discos empolvados y con carátulas destrozadas de los rincones de una estantería, la parte baja de un mueble de comedor y detrás de un viejo televisor. Nada.
Llevábamos dos días y parecía muy pronto para afligirse, pero era evidente que la frase que nos dijeron una vez: “las mejores colecciones se las han llevado a Miami”, tenía su razón de ser (más tarde averigüé que en realidad se referían a Tampa y no a Miami).
Fuimos a visitar, entonces, a Rodolfo de la Fuente. Compositor y coleccionista, Rodolfo nos recibió en su casa de Playa y nos mostró la primera rareza del viaje: un disco de aluminio de 21 pulgadas, formato en el que se grababan los programas de la radio cadena CMQ en los años 50, y de la misma forma un EP de 5 pulgadas, ligeramente más grande que un CD. Interesantes, pero no estaban a la venta y los únicos vinilos de los que podía deshacerse eran unos de música romántica metidos de mala manera en un closet.
De la Fuente, sin embargo, nos dio una idea: buscar a través de Radio Progreso y de las casas discográficas existentes, y no sólo vinilos sino también programas. La burocracia cubana nos echó para atrás. En Radio Progreso una secretaria nos encerró en una oficina minúscula y calurosa, con toda parsimonia tomó nota de los motivos de nuestra visita y nos remitió a un asistente. El asistente nos contó la historia de la radio mostrándonos las fotos del hall y nos remitió a un especialista. El especialista escuchó los motivos de nuestra visita, nos contó la historia de la radio y nos dijo que eso mejor lo sabrían en la RTV, la empresa comercializadora oficial de la radio y la televisión.
En la RTV nos ofrecieron trípodes, dos asistentes, un director de fotografía y una telenovela. Las casas disqueras ni las visitamos porque todas, absolutamente todas estaban en asamblea. Que ya llamarían, pero han pasado dos años y nada.
Yo no visitaba Cuba desde 1993. En aquel entonces y en compañía de Daniel Olarte vivimos de cerca eso que se conocía como Período Especial y que no era otra cosa que recesión. No buscabamos discos en aquel tiempo, sino música en directo, artistas que nos contaran anécdotas y descargas en cualquier esquina. Todo eso lo encontramos y aunque volvimos a casa con una sensación agridulce marcada por la época, esperaba que para 2011 las cosas hubiesen cambiado. Tan iluso yo.
En fin, que nuestro fracaso nos hizo utilizar el viejo sistema de la “radio bemba”; o sea, pasar la voz y a ver que ocurre. Y pasó que empezaron a llamar amigos, conocidos y amigos de los conocidos, y cada uno arribaba al hotel con su respectivo paquetito de discos bajo el brazo. Era un poco angustiante tener que decir que no, pero es que los discos de los paquetitos eran realmente malos, algunos con el cartón pegado al acetato, y otros de óperas chinas del tiempo de Mao.
Pero era más angustiante y triste tener que estar dando permiso en la puerta para que dejaran entrar a todas estas personas porque hay cosas que no cambian en La Habana y el hecho de no dejar entrar al cubano de a pie a un hotel es una de ellas.
Entre todas esas llamadas, dos llamaron mi atención. La primera era de Lázaro Efrén Álvarez de Ávila, un reconocido coleccionista que tiene en su haber unos 5.000 discos originales, muchos de 78 rpm y algún que otro cilindro Edison. El problema es que vive en Morón, provincia de Ciego de Ávila, a más de 400 kilómetros de La Habana y no había tiempo. Nos ofrecía ver y charlar, pero de comprar y vender nada. Eso si, jovial y locuaz, Álvarez llamó puntualmente a las nueve, a las doce y a las siete y media todos los días.
La otra llamada fue de un amigo médico, Fernando Verdecia. Resultó que un conocido suyo, Luis, había coleccionado durante años discos de Panart, Gema, Montilla, Kubaney, Puchito y Discuba, y aunque siempre había sido renuente a salir de ellos, ahora estaba dispuesto a vender. Era la penúltima noche en La Habana, pero no lo pensamos dos veces. Recogimos a Fernando en su casa de 23 y D, y nos fuimos a la de Luis.
La casa era magnífica. Aunque sin luz en la entrada, lo que le daba un aspecto lúgubre, era una auténtica mansión entre art-deco y neo-barroca que debió ver días espléndidos en los 50. Sus dueños nos recibieron con una amabilidad extrema al pie de una escalera de mármol antes de pasar al meollo del asunto. Era una bonita colección, bien conservada en archivadores, no muy nutrida, pero registrada a mano en una libreta con pelos y señales, lo que le daba un añadido de cariño que la hacía más atractiva aún.
No fue nada barato, pero se compraron 150 long plays que yo debía recoger, pagar, embalar y franquear al día siguiente. Y así fue. A la mañana siguiente se armaron cinco cajas más o menos manejables cuando se recogieran en su destino. Con ayuda de un conductor particular, Ariel, nos fuimos a la Empresa de Correos de Cuba. La Empresa, sin embargo, estaba en proceso de reorganización empresarial desde noviembre y no podía prestar el servicio de envío a Madrid. Así que nos fuimos a una entidad privada, lo que en realidad era ir a la siguiente ventanilla.
Una chica muy formal, pero muy seria nos hizo las preguntas de rutina, incluyendo la consabida:
-¿Qué contienen los paquetes?
-Discos.
-¿Qué clase de discos?
-Vinilos, acetatos antiguos.
-¡Ah!, eso no se puede enviar.
-¿Y eso?, ¿cómo así?
-Es que se tiene que revisar cada uno.
-No hay problema, revíselos.
-Y se tienen que escuchar.
-¿Cómo?
Es muy posible que en otro momento yo hubiese sido más comprensivo, pero la falta de desayuno, la prisa por cumplir otra cita y el calor de aquella mañana, me sacaron de quicio. Ariel intentó tranquilizarme con aquello de “es que esto es Cuba, chico”, mientras iba a hablar con ella de habanero a habanera. La respuesta final me hizo acordar de los discos de Rodolfo de la Fuente.
Según parece hay una ley que obliga a la Administración Postal a comprobar si determinados materiales audiovisuales que salen del país en esas cantidades contienen propaganda anti-revolucionaria, y los vinilos entran en esa categoría. La ley data de 1961, pero aún no se ha derogado.
Aclarado el impasse y con mi mente trabajando en un Plan B (que no era tomarme la justicia por mi mano. Ese era el Plan C), volví a preguntarle a la chica, sólo por curiosidad, cuanto tardarían en escuchar aquella cantidad de vinilos.
-¡Ah!, eso no se lo puedo decir porque aquí no tenemos aparato para oírlos.
José Arteaga.
*En Cuba funcionan tres tipos de moneda: el peso cubano, el peso cubano convertible o cuc y el dólar. Un cuc equivale a un dólar más impuestos y vale 25 pesos cubanos.
3 comentarios
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Me quedé en suspenso con la Historia. Al final ¿Se pudieron llevar los discos?
Vaya historia, sí. Un saludo y muchas gracias por compartirla tan detalladamente todo. Mi experiencia dice que, allí en la “esquinita de Rafa, en Neptuno”, todo lo que uno busca, finalmente lo encuentra. Según lo que yo he vivido en las tres veces que he echado un buen rato con él súper entrañable siempre (lástima que no sean más, me gustaría trabajar con él en un local más a la altura de los productos históricos culturales que custodia con tanto amor y seriedad), pues he visto algo más que las producciones de “después del 59” (gloriosas, por cierto, las más) Recuerdo que la primera vez que seguí la recomendación de una amiga, Rosa, pues, al retornar a la oficina de la lonja donde ella trabaja (junto a Lupe y Darsi, otras amigas entusiastas del arte en general; de la vida), pues, no dejaba de sorprenderse… nunca había visto una copia del LP “Esther Borja (canta a tres voces). Recordando el Ayer. Antilla. 101”. Esa copia la encontré allí en lo de Rafa, en “Tienda Seriosha”, en Neptuno (telf: 00 537 862-2385). En otra ocasión me llevé entre otras placas benditas, una del “Grupo Cubano de Música Moderna (F. Emilio- G. Barreto- R. Hernández- G. Tamayo) Panart – nacionalizada- LD 3103; hasta el “An Evening at the Sans Souci. Cuarteto D´Aida con la Orquesta de Chico O´Farrill. RCA LPM 1532”. En fin, que no deja de ser cierta la posibilidad de que toda gestión allá se torne tan absurda, trunca y más, pero casi siempre depende de uno… No se puede enfrentar esta cuestión, creo yo…, desde la misma postura rutinaria a la “que estamos acostumbrados”. Si yo les contara… Nada. Suerte con todo.
Seriocha, a mi entender la mejor tienda de discos de acetato de la habana, está en neptuno, entre manrique y San Nicolás. Rafael es quien atiende, un hombre muy agradable que entiende bastante del tema. Tiene una colección de aproximadamente seis mil discos, a 5 cuc cualquiera de ellos, esto me llamó mucho la atención, porque valía lo mismo un acetato de antes de la revolución a un acetato de los años 70, y necesitas más de dos días para ver hasta el último rincón, ya que Rafa te va explicando la historia de los discos que vas mirando. Claro que te hace precio según lo que lleves, o más bien según le caigas en verdad. Para traer los vinilos a españa no me ha pasado lo que a ti, no me han puesto pegas, lamento que te hayan puesto tantas barreras para enviarlos
Si vuelves a la habana ten en cuenta Seriocha, está muy bien el sitio
Abrazo