Lágrimas, un bolero y una flor
No se engañen, el bolero no está de moda. Es un eco que nos llega de otro tiempo, otra galaxia.
Hay muchas definiciones del bolero. Me gusta la que le contó Tite Curet Alonso a Cesar Miguel Rondón en El libro de la Salsa:
Para mí el bolero es como un “baño-maría”, un discurso lento, caliente y con sudor, que hace recuento de una relación amorosa.
Todos llevamos un bolero en nuestras entretelas. Hay boleros para mentir, para seducir, para vengarse, para pedir justicia y para rogar clemencia. Hay boleros para soñar, los hay modernistas e insoportables…y cursis. Hay un bolero para cada relación y, a veces, no tenemos suficiente y buscamos coplas viejas y canciones nuevas para cumplir con el mismo ritual.
Una noche en Dakar habíamos asistido a uno de esos conciertos imposibles de recordar en alta fidelidad. El director de cine Juan Laguna rabiaba por no tener tres cámaras más y una producción a la altura de la música que habíamos escuchado. Raimundo Amador había conseguido que el cocinero del restaurante saliera a cantar un blues que fue jaleado por todo el personal de la cocina. Todo había salido disparatadamente bien en un restaurante japonés que llevaban unos españoles en Senegal.
Estaba sonando un disco, el mismo disco que llevaba sonando toda la noche.
-Joer, parece que sólo tienen ese, dijo Javier Colina.
-Te quejarás.
El disco era el Lágrimas Negras de Bebo y El Cigala y el comentario venía del contrabajista de ese disco, artífice de la conexión entre Bebo Valdés y el flamenco. Ese tipo que está en medio con su contrabajo y tiende puentes entre cubanos y flamencos. Aquel disco magistral parecía el primero de un estilo único. Pero no es verdad, los flamencos siempre se han ido a América a buscarse la vida (o la inspiración) hasta el punto de que no sabemos donde comienzan las idas o las vueltas.
Hace 16 años que apareció aquel disco Lágrimas Negras que desde el primer instante supimos que era un clásico. En la música popular ocurren estas cosas. Pérez Prado gritó: “Maaambo”; Bill Halley: “Rock around the clock”, Ismael Rivera “Ecuajey”, los Beatles “Love me do” y los Ramones “Gabba gabba hey”…
Con Bebo y el Cigala nadie gritó nada.
Se impuso el silencio y el compás suave. Unos músicos en estado de gracia, un repertorio inmarcesible (que no se marchita) y la tremenda combinación entre la voz de Diego y la sabiduría de Bebo.
Hace mucho que los productores intentan resumir el secreto, la receta del éxito. Intentan diseñar una máquina que nos diga la fórmula. Han aplicado el algoritmo en televisión y de vez en cuando consiguen reunir a millones de espectadores que ríen y lloran con los concursantes-cantantes pero siguen si saber lo fundamental.
Una mañana Bebo Valdés me enseñó su muñeca con una cinta mientras proclamaba orgullosamente: “Me han hecho pirata del flamenco”. Bebo venía de Suecia y parecía un Yeti recién descongelado dispuesto a retomar una de las biografías más brillantes de la edad de oro de la música cubana. Fue el jefe de Benny Moré en los excitantes noches del cabaret Tropicana, sus arreglos eran eternos, eran los más cotizados, entonces y siguen sonando bien, ahora. Dejó la Habana y se embarcó con los jacarandosos Cuban Boys que enseñaron a bailar la conga en los cinco continentes. Bebo encontró el amor y el corazón mandó parar.
Bebo llegaba de la tierra de los vikingos, El Cigala de Cascorro, el centro vital de El Rastro de Madrid donde te pueden vender una tecla del piano de Lecuona y una copa de coñac que se bebió Agustín Lara. A Diego le costó lo suyo encontrarse la voz, la estuvo buscando por el lado salvaje y casi le cuesta la vida.
Así que antes de encajar con Bebo y, recién estrenado el siglo XXI, El Cigala vivió cien noches de son, bolero y guaguancó con los piratas comandados por Jerry González en un par de clubes de jazz de Madrid (El Berlín y el Clamores), donde el escenario estaba tomado por flamencos y latinos sudando juntos.
Los que vivimos esas noches sabemos que no hay ninguna máquina del éxito, no hay brebajes mágicos, ni fábricas de duendes. No hay nada más que el camino de la vida salpicado por Lágrimas Negras.
Tete Montoliu y Mayte Martín formaron una extraña pareja. Tete nunca quiso reconocer que Mayte es una flamenca; y Mayte mantuvo casi en secreto su relación bolerística con uno de los grandes pianistas de jazz del universo porque quería ser reconocida antes como cantaora. Además, Tete llevaba décadas sin tocar boleros. Total que la relación entre Mayte y Tete era muy de bolero, de esos boleros en los que la metáfora es tan gorda que nadie se la cree... pero no importa porque ahí lo que cuenta es arrimarse y bailar al baño maría.
El repertorio de Chavela Vargas es un género en sí mismo. La vida de Chavela fue de bolero. “Agustín Lara era el único que me llamaba Isabel” me dijo un día con su melodiosa voz de caverna. Su compadre José Alfredo Jiménez era el mayor compositor de rancheras y sin embargo Chavela se llevaba las canciones a una cantina desnuda, sin mariachis.
Martirio también practica eso de convertir los repertorios en un pedazo de su personalidad y lanza un órdago en forma de tres flamenco, una sonoridad soñada y olvidada, entre tequila y tequila.
Rocío Márquez hace Luz de Luna a través de El Cabrero, otro flamenco que fue libre antes de ser flamenco y fue flamenco porque no podía evitar ser libre. Rocío construye otra senda para la memoria de la canción.
Identificamos el bolero por una época en la que no había rock and roll, no es verdad. En las discotecas, había una pista de “lento” donde convivían los boleros con los baladistas italianos. Ahora el panorama “indie” es tan triste y tan lento -perdón-... la mayoría de las canciones “indies” son tan tristes y tan lentas... que algunos consideran la posibilidad de que el trap y el reggaetón sean una forma de arte. Dicho eso, hay pocos compositores que sean capaces de hacer canciones lentas y bailables. Se Fue es un bolerazo de Fraskito que cantó La Negra en su primer disco.
La copla y el bolero se distinguen, a veces, en que mientras el bolero se canta como algo personal, el compositor de copla suele entonar la narración con un cierta distancia. No se fíen que la cosa no está muy clara. Buika canta el drama de “Mari Carmen” y Naike Ponce le canta a “Mari Cruz”, maravilla de mujer. Cuenta Buika que ella nunca ha cantado flamenco que pa cantaora ya tenemos a Remedios Amaya, que se canta una de Alberto Cortez En un Rincón del Alma.
Caetano Veloso recupera un monumento a la cursilería, Capullito de Alelí, que transforma en un chachachá posmoderno. Rancapino no suele cantar boleros, no es lo suyo, porque lo suyo es ese flamenco que es más grande que la vida misma, pero Ranca nos deja un regusto agridulce en la memoria.
Recuperamos otro clásico contemporáneo. Fito Páez compuso Un Vestido y Un Amor para Cecilia Roth y aquel fue el disco más vendido de la historia del rock argentino “El amor después del amor”. Tomás de Perrate la hizo suya y la retituló como Te Ví inconsciente de que la canción era un himno, lo hizo en su álbum Infundio, producido por Rycardo Moreno. A pesar de las bondades del disco la discográfica desapareció y ese disco es leyenda. Otro infundio.
Así son las cosas del querer y del triunfar. Jerry González fue el verdadero artífice del triunfo de Bebo & Cigala, Jerry se trajo a Madrid su “obsesión” por la rumba y el jazz y acabó en Siniestro Total.
Diego Amador canta: “Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir, a cruzar otros mares de locura. Cuida que no naufrague en tu vivir”.
La flor es para Moncho, Jerry González, Alberto Cortez, Lucho Gatica, Bebo Valdés y Rafa Notario.
Playlist
4 comentarios
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Una alegría siempre
Gracias María. Es un placer.
Felicidades por el trabajo que desarrolla todo el equipo de Radio Gladys Palmera.
Sigan adelante que yo y mis oídos siempre estaremos con ustedes.
saludos
Agradecido por la parte que me toca. Gufi