En la medianía de los años 60, en La Habana, Giraldo Piloto -sí, el mismo del binomio autoral Piloto y Vera– había asumido el reto de lanzar un sello discográfico que debía diferenciar, a nivel de diseño y calidad, las producciones del naciente sello Areíto que irían destinadas al mercado internacional. Así nacieron, para replicar producciones de esa matriz, las marcas Palma y Cubartimpex, de vida breve, pero de huella intensa y hasta trascendental en la discografía cubana, por haberse prensado en ellas fonogramas tan relevantes como los primeros de Chucho Valdés con su combo y los únicos del gran Amado Borcelá Guapachá, junto a los maravillosos fonogramas de Leonardo Timor, el noneto de Pucho Escalante, Bola de Nieve, Juanito Márquez y su combo, Generoso Jiménez, y muchos otros.

Piloto era un adelantado a su tiempo, al decir de los que le conocieron, y en esto de producir discos mostró no solo una sagacidad premonitoria en la selección de artistas y repertorios, sino una asombrosa pertinencia al atender con mucho cuidado el lenguaje visual de las cubiertas: será ahí, en la imagen externa de los discos donde sus mayores osadías como gestor de un sello discográfico serían aportes importantes a la visualidad gráfica de la Isla. Si en la década de los 50 el diseño en los vinilos se centraba en la figura femenina, en muchísimos casos sin vínculo evidente con el intérprete y el contenido del disco y con la fotografía como elemento central y a veces único en el diseño, en los 60 Giraldo Piloto va a conceder el protagonismo a la obra de arte, a la obra pictórica, y para ello elige a un grupo de artistas plásticos que si bien no era aún nombres encumbrados por la academia o la fama, ya iban conociéndose como portadores de ideas muy vanguardistas. Silvio Gayton, Miguel Cutillas, Eduardo Muñoz Bachs, Aldo Amador firmarán los diseños de los primeros discos de Palma-Cubartimpex con esta intención visual, pero en la medida en que se iban incorporando al catálogo los artistas más populares del momento, el diseño identitario de este sello y también de Areíto -la marca genérica con destino más popular- se irá incorporando la fotografía al elemento y la intención artística, retomando en algunos casos la primacía que tuvo en los diseños de los sellos anteriores a 1960 (Panart, Discuba, Puchito, Kubaney, etc.) Nuevos nombres comienzan aparecer en el diseño de los recién nacidos sellos cubanos y entre ellos, el de un joven que firmaba con un único apelativo: Potrillé.

A finales de los 60, en La Habana, La Rampa era la pasarela popular, el sitio donde todos iban a ver y a hacerse ver, a exhibir cuán actualizados estábamos en poses y modas y a enterarse de todo lo que era actualidad en música y arte. En aquel pedazo de la calle 23 desde la L hasta el Malecón, podía pasar cualquier cosa y todas buenas, y allí fue donde por primera vez vi a aquel mulato delgadísimo, con pinta de intelectual -jeans, jersey, bufanda, sandalias y gafas a lo John Lennon-, que caminaba a su aire como si nada de lo que ocurría a su alrededor le importara demasiado. Potrillé era asiduo a cuanto concierto, exposición, o movida importante ocurría en La Habana de aquellos años, en que al parecer, la música le interesaba tanto como el dibujo y el diseño gráfico. De todo esto, de aquellos años convulsos y maravillosos y de la huella que ha dejado en la discografía cubana, hablo con Eduardo José Marín Potrillé.

¿Por qué diseñador de carátulas de discos de vinilo?
“Mi familia, desde muy pequeño, me vincula a la música, me hacen un fanático de la radio y me veo asistiendo a programas radiales musicales en RHC Cadena Azul, la Mil Diez, Radio Progreso, y mi tía y mi madre se empeñan en que sea músico, y hasta me ponen después a estudiar saxofón. Y es justo por el camino de la música que llego a la gráfica, gracias a mi tía Wendolina, que me insta y enseña a hacer mis primeras caricaturas, y viendo mi interés, decide apoyarme para entrar en el colegio anexo a la famosa escuela pública de artes plásticas San Alejandro, donde al final no terminé de estudiar porque me suspendieron en dibujo.¿Puedes creerlo?! Después empecé a aprender en un taller de escenografía para la televisión con 14 años, y esto, estudiando dibujo y trabajando en oficinas, en un semanario humorístico y también en la página cultural de un periódico y ahí es donde me topo con el primer disco, cuya carátula y sello me llama la atención y un compañero me anuncia que se trata de una empresa de reciente creación, que anda en busca de personal.”

Presentarse ante Giraldo Piloto, venderse como un diseñador de experiencia, y ser aceptado fue la misma cosa:
“Comencé a trabajar para los sellos Areíto y Palma-Cubartimpex, pues los dos diseñadores fundadores -Silvio Gayton y Miguel Cutillas- habían pasado a otro trabajo.”

¿Y cuál fue tu primer trabajo en el diseño de una carátula?
“Piloto me pidió dos proyectos, no sin antes alertarme: “Aquí no se puede utilizar fotografías. Se trabaja tipografía, abstracción, obras artísticas propias.” Lo que quería era un diseño polivalente, que pudiera servir para cualquier disco, de cualquier formato, un poco, imagino, para ver cómo lo hacía yo. Esos bocetos o maquetas no llegaron a utilizarse, porque la tercera idea fue la que ganó la aprobación, con la que pasé la prueba de fuego: el extended play Rico Pilón de Pacho Alonso y sus Bocucos (EPA 1076), que salió ese mismo año de 1965. A partir de ahí me atiborraría de trabajo y comenzaría a dejar mi marca en ese catálogo inicial de los nuevos sellos cubanos. La fotografía regresó como elemento trascendental que interactúa con la tipografía, el espacio, el color. Tuve el gran privilegio de que mis diseños se integraran con el trabajo de los mejores fotógrafos cubanos: Mario García Joya, Osvaldo y Roberto Salas, Gustavo Maynulet…”