Setenta, funk yoruba en Paris
Se autodenominan hijos del jazz, del funk y de la Fania. Un viejo espíritu con nuevo acordes. Hablamos con ellos.
Una canción, la formidable Ti Missie, basta para ilustrar el sonido de la banda parisina Setenta: un canto en créole que da paso pronto, sin anunciarlo, a una evocación soul. El ir y venir entre los dos registros desemboca en un bello impresionismo final, como un susurro o una deambulación.
Hay, desde luego, otros cruces posibles: un canto yoruba y el funk (Afro Blue Obatalá), aires de chá-chá-chá y un clásico de Nirvana (Smells Like Teen Spirit) o, sin ir más lejos, una bomba puertorriqueña revisitada con sintetizadores (Neg Cimarrón).
Son especias, explica Fabien Hilly, percusionista de la banda, que alude directamente (necesariamente) al paladar: la música como cruce de sabores, texturas, ingredientes. Una cocina abierta, sin recetas demasiado fijas, construida a partir de influencias diversas, conectadas más o menos según el caso.
Somos hijos del jazz y del funk y al mismo tiempo de la Fania, zanja Hilly.
Si París funciona como punto de partida, el origen de Setenta puede rastrearse en Abanico, una desaparecida escuela de música afrocubana en la capital francesa. Allí coincidieron Hilly, Tchoubine Colin y Osman Jr., quien concibió la idea del grupo como cantante en la Mambo Legacy Big Band. Cuando ese proyecto terminó, Osman Jr. se preguntó qué camino quería seguir.
Me interesaba de base la música norteamericana (…), el funk, el r&b, el hip-hop. La música latina venía por el lado de mi padre, y había renovado esa herencia con la big band, cuenta el vocalista.
Ya entonces Osman tenía claro que buscaba músicos que no estuvieran en un corsé ni muy jazz ni muy funk ni muy latino. Tampoco quería que fuera un grupo apegado a los códigos de la música latina, como en Abanico, añade.
A Hilly y Colin, los dos percusionistas, se sumó el tecladista Florian Pellissier, que llegaba de la The New School for Jazz and Contemporary Music de Nueva York, pero a quien Osman conoció en una banda de timba cubana.
Muy jazz al principio, Setenta tuvo más funk con la llegada del guitarrista Laurent Guillet. El baterista Mathieu Edward y el bajista Virgile Rafaelli completaron el grupo, que arrancó en 2006.
Además de no querer corsés, a Osman le interesaba que todos tuvieran la misma importancia. Muy rápidamente quise que fuera un grupo, en el que las decisiones se tomaran de manera colegiada y en el que cada uno encontrara su lugar, explica el cantante, que siempre rechazó el título de líder.
En esa medida, los discos de Setenta son recorridos intensos, potentes creaciones comunes. Y, a la vez, relatos de una evolución colectiva: del ímpetu de Funky Tumbao (2010), el primer disco de la banda, a la impronta más acabada de We Latin Like That (2018).
Sin embargo, una marca de estilo permanece intacta desde el principio: no tener metales.
Pensé que era interesante enfocarnos en lo que nos hacía diferentes, que tuviéramos una marca que nos hiciera reconocibles, y que además nos empujara en la creación y nos hiciera ocupar el espacio de manera distinta, cuenta Osman. Sin metales, añade Hilly, tuvimos que ir a buscar la potencia a otro lado.
Setenta la encontró dando mucho juego a guitarra y teclados, pero también con la fuerza de las voces. Osman, que cita a Cheo Feliciano, a Roberto Roena y a Camilo Azuquita como influencias, acude a otro gran nombre para explicarlo.
Me pareció interesante hacer como Joe Cuba, es decir ocupar el lugar tradicional de los metales con las voces, dice. Es por eso que las voces están bastante omnipresentes, de manera muy bruta (…), como un poco de la calle, del barrio, aunque desde luego nunca tuvimos la pretensión de ser un coro gospel.
Las voces aparecen inspiradas en una danza changó (Power of your Smile) o asociadas al festejo de una ciudad, el París mestizo que los impulsa. Setenta canta en francés, español, créole, inglés o yoruba. El acento, cuando aparece, reivindica los orígenes, el punto de partida.
Si me escuchas cantar en español te das cuenta de que no soy español ni cubano, hay una identidad, como al cantar en inglés, analiza Osman. No queremos ser más ingleses que los ingleses o más hispanos que los hispanos, señala. Cuando estudias una música que no es tuya, reflexiona Hilly, la interiorizas pero te pertenece de una manera diferente.
Acaso eso apreció Joe Bataan, la leyenda neoyorquina del latin soul, que grabó con el grupo la balada My Rainbow, en el disco Paris to Nueva York (2016), además de varios conciertos a ambos lados del Atlántico, en Europa y Estados Unidos.
Bataan, de padre filipino y madre afromericana, cultivó un género sin tener raíces previas en él, al menos en apariencia. La imagen remite inevitablemente a Setenta, un grupo de franceses que da su versión de una música en principio ajena.
El encuentro con Bataan (como un padrino, es la referencia en nuestro género, como si hicieras rock en francés y conocieras a Johnny Hallyday, dice Osman), significó conectar directamente con un tiempo que los inspiró y que hoy los sigue empujando hacia adelante.
Fuimos adoptados por nuestros padres, confiesa Hilly. Sientes que llegas a otra época, a otra manera de interpretar.
Una época, un espíritu, una tradición que ellos siguen renovando hoy, muchos años después.