Duki, el trapero argentino
La nueva estrella del trap argentino se llama Duki y oposita para ser como el Travis Scott sudamericano
Parece ser que, hoy en día, si no tienes un trapero de referencia, la adherencia de la industria musical (y, de alguna manera, las garras globalizadoras) de un país no demuestran estar lo suficientemente desarrolladas en lo que a las derivas pop de la música occidental refiere. Argentinos, ya lo sabréis, pero podréis estar tranquilos: vuestro referente de masas en lo que a música urbana, y más concretamente trap, lleva un par de años rimando fuerte y acumulando millones de visitas en sus canciones.
Te hablamos de Mauro Ezequiel Lombardo, un joven nacido en Buenos Aires hace 22 años. Fue en 1996, dos años después de que muriese el icono de la Generación X, cuando nació el que, al menos estos últimos dos años, ostenta el puesto de icono de la Generación Millennial Argentina: DUKI, que más allá de ser una copia o reflejo de los traperos procedentes de Norteamérica, ha mamado más de las venas abiertas de la cultura rock y callejera argentina y latina en general, y ha conseguido articular un discurso propio, que bebe tanto de las calles argentas como de las cadencias del 808.
Los códigos discursivos de Duki comparten mucho más con los del rock barrial de su país, la cumbia villera, cierta sonoridad emocore en su voz, bases que remiten tanto a la facción más embrutecida de Skrillex como al reggae-punk de Todos Tus Muertos o el freestyle del rap moderno (ahí es donde se formó: primero, viendo vídeos de Batallas de Gallos entre Arkano, Skone o Kódigo; luego, en certámenes como El Quinto Escalón sirvieron para lanzarlo a la bitácora como promesa hace tres años) que con los del trap de Drake.
Aunque hay un evidente acercamiento al sonido de productos como Migos o Travis Scott o incluso dejes al trap latino que está conquistando el mundo angloparlante (Bad Bunny ha hecho una remezcla de Loca, uno de sus últimos hits; y el universo de Quavo, cara visible de Migos, también orbita en otros cortes), es más fácil entender la propuesta de Duki como un Frankenstein pasado por la minipímer del grano del 808, pero en el que hay hueco tanto para la propuesta estética de los primeros PXXR GVNG y parte del lenguaje de Damas Gratis y Viejas Locas, pero con un universo tan propio como universal. Sobre todo, en su reconocible voz rasgada, pero también la sensación de estar ante el capitán de un equipo; un médium generacional, que narra historias en las que que parece inventar un nuevo romanticismo, tan cerca del movimiento emo (hay mucho de llanto contenido, de grito rasgado) como de una nueva cultura rock (sin rock).
Mientras en España el pasado mes de diciembre ni siquiera la suma de C. Tangana (con una lona en la Gran Vía a modo de promoción de nueva temporada de la serie de moda de Netflix) + Rels B + Dellafuente + Bad Gyal + Mueveloreina han sido capaces de pasar de las 5.000 personas que caben en una de las adaptaciones en pequeño formato del WiZink Center; Duki en Argentina, en tan solo una semana, agotó solo las más de 3.000 localidades para la presentación en el icónico Teatro Gran Rex. Prácticamente lo han obligado a su siguiente escalada: confirmar un concierto en el Estadio Luna Park, con capacidad para casi 10.000 personas. Tiene pinta incluso de que uno solo se le va a quedar pequeño.
Igual la cultura rock tendrá que ir asumiendo que ya no estamos hablando de un fenómeno puntual, sino de algo (o como mínimo alguien) que llegó para quedarse.