Entra en la Colección Gladys Palmera, y al recorrer el primer pasillo de anaqueles repletos de discos, se topa con el apartado de Cal Tjader. “Tengo todos los singles, es uno de mis favoritos”, dice. Un minuto después, sonríe: “Pero no tengo este álbum”. Se queda aún más aturdido cuando le muestran que de ese disco –Cal Tjader Plays Afrocuban– hay dispuestas en la estantería copias en cinco colores. Y sonríe de oreja a oreja cuando le regalan ese vinilo en rojo. “Red vinyl, pretty punk”, dirá después, al abrirlo como colofón a un tour por la Colección, que solo acierta definir con grandes palabras: “No creo que haya nada así en ningún lado del mundo, ni siquiera en Cuba. Es la colección perfecta, no solo por la música, sino por los pósters, las fotos y todo lo demás”.

Alejandra Fierro Eleta (aka Gladys Palmera) le muestra su colección a Gilles Peterson.

Quien habla no es un profano, precisamente, sino Gilles Peterson, uno de los grandes investigadores de la música global: coleccionista, DJ de club y de radio (los últimos 20 años, en la BBC), fundador de cuatro sellos discográficos y devorador de nuevos sonidos. Hace unos días vino a España a presentar precisamente el último álbum que ha lanzado con Havana Cultura. ¡Súbelo, Cuba! desparrama el talento de nuevos valores de la isla y encierra la esencia del trabajo de Peterson, que coincide con el de Gladys Palmera: va a la raíz para innovar, y siempre con vocación de compartir: “La música es la forma más pura de comunicación, atraviesa todas las lenguas y culturas. Está para ser compartida. Me levanto por la mañana y me digo que ese es mi papel la vida”, dice.

La historia de Peterson guarda más paralelismos con Alejandra Fierro, alias Gladys Palmera. Ambos iniciaron su colección siendo niños –“Los primeros 30 años de mi vida gasté todo lo que tuve en discos”, cuenta- y, aún menores de edad, montaron una radio pirata.

La historia de Peterson es deliciosa: “A los 15 años yo tenía un tren eléctrico en la parte de atrás de mi casa. Mis padres se fueron de viaje por su aniversario de bodas y me dejaron solo un fin de semana. En cuanto se fueron vendí el tren y compré dos platos. Con eso monté mi primera radio pirata, compré un transmisor con mi vecino y fuimos al aire desde el cobertizo de mi jardín. Mi vecino ponía The Clash, yo Earth, Wind and Fire”, dice entre risas.

Con 18 años ya era asiduo de los clubs y los soul all-dayers que alumbraron la escena underground de jazz, funk y soul en la Inglaterra de los primeros 80. Fue en Ronnie Scott, el mítico jazz club del Soho londinense, donde escuchó por primera vez música caribeña: “Irakere, Chucho Valdés; más tarde volví sobre el latin jazz, con Willie Bobo, Tito Puente, y hace 10 años Havana Cultura me invitó a Cuba y ahí cambió todo. Estaba fascinado. A mí me gustaba mucho Juan Pablo Torres, y Celia Cruz, y La Lupe, pero quería más. Conocí entonces a Roberto Fonseca, y nos llevamos muy bien, él se interesó en mi estética de DJ y grabamos un primer disco”. Hoy ya lleva 10 entregas con Havana.

Aparte de los recopilatorios, ha grabado con Daymé Arocena –“una bomba”- y con Danay Suárez: “Con ella y Roberto hicimos uno de mis discos favoritos. Ojo, coleccionistas. Hace unos años se incendió nuestro almacén y se quemó todo el stock de ella, así que deben quedar muy pocos”, descubre.

Peterson siempre remite a las colecciones porque lo lleva dentro. Empezó con grupos británicos de su adolescencia – Caravan, ELO, Supertramp– y ya no paró. Hoy tiene cerca de 50.000 álbumes y singles, pero organizados de forma diferente a la de Gladys Palmera: “Aquí hay mucho tiempo empleado, y un equipo. Yo no tengo ni tanto equipo, ni tiempo, ni discos. (risas). Vivo en la confusión organizada. Es un gran caos, pero sé donde está cada cosa y a veces encuentro algo por accidente y me lleva por nuevas rutas. Eso es genial”, relata.

Alejandra Fierro Eleta le obsequió a Gilles Peterson un vinilo de Cal Tjader.

De la colección de El Escorial, que curioseó con las yemas de los dedos, subido a una escalera o sacando fotos, Peterson seleccionó un top 5 del que no se quería separar: Música infinita, de Tino Contreras, a quien dijo querer llevar a Londres a tocar (“este disco yo lo compré en Japón, pero en esta edición ponen el apellido con K”); A taste, de Ricardo Marrero, al que le mete la nariz para olerlo; el vinilo rojo de Cal Tjader plays Afrocuban; y La Toalla de Juan Pablo Torres, “el artista más fantástico de su generación”, dice.

Deja para el final el que define como el “el Santo Grial”: Abaniquito, un vinilo metido en una funda de cartón con una grabación de Eddie Palmieri a los 14 años con un trío de percusión, con arreglos de Tito Puente, y que nunca fue publicada.

Eddie Palmieri es una leyenda viva”, dice Peterson, y se deshace en elogios recordando el concierto al que asistió Blue Note de Nueva York, antes de despedirse con un consejo a la humanidad: “Vayan a ver conciertos de leyendas. Wayne Shorter está vivo. Chucho Valdés está vivo. Yo vi a Miles Davis y me siento como si hubiera estado con Picasso en el mismo estudio. Vayan a verlos mientras puedan”. Palabra de Peterson.

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